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ECONOMÍA

Brasil, murió el “Jogo Bonito”

Por: DA. Javier Rueda Castrillón
Analista económico en diferentes medios; autor de artículos sobre política y economía
jruedac@me.com

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Acompáñeme por una travesía llena de altibajos, un viaje de extremos para cerciorarnos de cómo el hombre sigue tropezando con la misma piedra, olvidando la historia y buscando soluciones en personajes que, tristemente, quedarán en algo más que un mal recuerdo. Bolsonaro, excapitán de ejército brasileño, de estilo tajante y lacónico, representa un extremo peligroso, violento y populista, un nuevo gobierno para un Brasil desesperado por ver quién paga las fatalidades de una corrupción desmedida.

La primera vez que pude ver por TV a Jair Bolsonaro entendí a la perfección el fanatismo unido al arrebato de ideas imposibles de mezclar en un mundo global e integrador. Con una mano sosteniendo la Biblia y otra mostrando la Constitución, el actual presidente brasileño parecía entrar en trance explicando cómo la muerte sería un justo castigo para homosexuales, adúlteros y personas en pecado; en aquel entonces decidí no cambiar el canal, no sabía hasta dónde sería capaz de llegar sabiendo que la inteligente decisión de combinar religión y política lo posicionaría, al menos, como una opción real de mandato, una estrategia para el culto y la idolatría política que ha funcionado a la perfección posicionando al falso Mesías en la silla grande.

Esta nueva ola político-religiosa sueña con un Estado Teocrático que declare que el poder no emana del pueblo, como afirma la Constitución, sino de Dios… Bolsonaro lidera una tendencia llena de peligro, arrastrando al país hacia horizontes poco prometedores, un radicalismo que propone un ojo por ojo con quienes confían en un Brasil en estado “confesional”, justificando la aplicación del diente por diente en un Dios bíblico a favor de la pena de muerte: “Quien vertiere sangre de hombre, su sangre será vertida por otro hombre” (Gn.9,8)… Fue en este justo momento cuándo decidí cambiar el canal, el miedo de ver la Ley del Talión reencarnada por este personaje en el poder sigue presente hasta estos días.

La presidencia del corazón económico del continente latinoamericano ha decidido ser fiel a su Constitución laica, la cual prohíbe la pena capital al igual que la mayoría de los gobiernos de las democracias occidentales, una garantía contra los temores que levanta esta nueva etapa y deja clara la capacidad mediática con un juego de mensajes y propuestas fuera de toda lógica. Llegado a la presidencia nacional, Jair sabe que es vital establecer perfecto control en el estímulo de las tentaciones teocráticas de las iglesias que lo han llevado al poder, así como controlar las ínfulas iconoclastas de sus hijos, participantes de la vida política, algo que no ha ayudado mucho en los esquemas de transparencia e idoneidad.

“¡Nunca resolveremos los graves problemas nacionales con esta democracia irresponsable!”, rezaba Jair Bolsonaro en 1993, desde el podio de la Cámara de Diputados; una sacudida de añoranza hacia la dictadura, un mensaje directo frente a una atónita democracia joven. El régimen militar todavía se vislumbraba en la mirada brasileña, cuestión de tiempo, las vueltas que da la vida, esa irresponsabilidad demócrata le ha dado el mayor puesto político al que podría aspirar, lo que en el pasado era una queja constante de poca funcionalidad, hoy ha sido la plataforma perfecta para amparar la locura en el máximo orden. Nueve partidos políticos en veintisiete años de manifiesto ultraderechista, un bagaje de declaraciones ofensivas y controversiales para un aspirante a dictador que presume un puño de hierro como método efectivo para restablecer el ánimo, multitud de intentos hasta acertar con la fórmula que lo ha hecho presidente, ahora solo cabe esperar para ver si el tiempo que ocupe el cargo se prolonga o queda cerrado por su radicalismo.

Brasil ha vivido altibajos entendiendo que, hasta la fecha, no ha podido reponerse a la caída de Lula, una pérdida imposible de cubrir por una Dilma Rousseff incapaz de mantener la cima, una efervescencia de cómo emerger y caer en tiempo récord, no valiendo la ventaja competitiva de un BRICS, una geografía preferencial, y más factores tirados al caño por la avaricia desmedida y la falta de ética gubernamental.

El continente vive tiempos de poca certidumbre, de bandas extremas oscilando entre el chavismo y el castrismo, la ridiculez “trumpiana”, un AMLO arrollador, Morales más light que en sus inicios y un Bolsonaro que completa el tutti frutti político. Atrás quedan Kirchner, Fujimori u Ortega… un collage de desaciertos que han llevado de nuevo a la desesperanza de democracias cansadas de tanto discurso y tan poco hecho. La llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador, en México, y de Bolsonaro, en Brasil, vuelve a ser tema de debate ante una etapa de frágiles equilibrios geopolíticos en América Latina, un tiempo de tensión entre los dos países más influyentes de la región. Bolsonaro se ha declarado admirador de Donald Trump (evidentemente, Dios los crea y ellos se juntan) teniendo controversias en la política internacional ante la falta de modo y respeto, veremos qué depara el futuro ante tal necedad de imposición ideológica.

La integración latinoamericana se diluye ante las antítesis políticas de los dos gigantes latinos; generando las dos terceras partes del PIB de Latinoamérica y concentrando el 53% de la población de la región, la relación amistosa y colaborativa es vital para el desempeño del Continente. La victoria del Trump Brasileiro reabre lazos de amistad con dirigentes afines a su ideología extrema, algunos maquillados con tintes centristas que elogian el cambio; el canciller argentino Jorge Faurie, el mismísimo presidente chileno Sebastián Piñera o Matteo Salvini, desde Italia, aplauden el triunfo y dedican palabras de aliento y colaboración hacia el cumplimiento de cada promesa realizada en campaña… Nótese la preocupación al leer a Marine Le Pen, perdedora utraderechista francesa, favoreciendo la polarización social y promoviendo un fascismo fuera de frontera, un retorno en el tiempo que también tiene sus adversarios declarados.

Más allá de aplauso y represalia, Bolsonaro declara tener firmes las decisiones para un cambio que coloca a Brasil fuera del Mercosur, una salida del Acuerdo de París y una vuelta a un proteccionismo que poco resultados ha dado. Brasil se encuentra en la frontera entre el bien y el mal, una disparidad de ideas que hacen muy complicado tener fe en este proyecto… y vaya que ha vendido esperanza a cada uno de quienes favorecieron con su voto la elección. A Dios rogando y con el mazo dando, tendremos que ver el clima social venidero en un país que perdió la civilidad política, una sociedad brasileña que decidió elegir a un candidato que desprecia a minorías y con su idiosincrasia machista atrasa –y retrasa– la valoración social de la mayoría femenina.

Cuestiones políticas, de hartazgo y desesperación social; por primera vez en tres décadas los militares vuelven al poder, una violencia que irá donde la razón y el sentido común no alcanzaron. A Bolsonaro le preguntaron hace 20 años en televisión si cerraría el Congreso, de llegar a ser elegido presidente de la República, y respondió: “no hay la menor duda, daría golpe el mismo día, hacia el mediodía” ¿Democracia y continuidad? El excapitán defenderá los errores de una dictadura militar, volverá a ser preso de la historia y las cosas caerán por su propio peso, aunque aplasten inocentes. Bolsonaro declara abiertamente que el error de la dictadura fue torturar y no matar, dice ser esclavo de la Constitución y gobernar con autoridad, pero sin autoritarismo. Un nuevo loco entra en el panorama de las decisiones, el poder demuestra que tenemos a los gobernantes que merecemos; entiendo la democracia, pero: qué he hecho yo para merecer esto.

Nossa, nossa! Assim você me mata… Ai, se eu te pego: bonita banda sonora para cerrar este espacio, lugar en el que, después de un análisis, siempre nos quedará tiempo y lógica. Concluyo con El Pueblo soy Yo, libro de Krauze que bien podría ser un manual histórico para repasar la lista de errores constantes al elegir los extremos.