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ARTE Y CULTURA

Consumo digital

Por: MDG. Irma Carrillo Chávez
Maestra investigadora UASLP
@IrmaCarrilloCh

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Los usos y costumbres sobre la forma de consumir han ido evolucionando de manera dramática durante el último siglo. Si antes acudíamos a los mercados para adquirir comestibles, pronto esta práctica se transformó por la aparición de las grandes superficies, las cuales nos ofrecen la posibilidad de romper con la regla y propiciar el consumo bajo el formato de “más es menos”. La aparición de dispositivos inteligentes permitió que las nuevas generaciones y las anteriores a la era digital –con la aparición de la web 2.0–, con poder adquisitivo y vida productiva –personas de los 30 a los 60 años– migraran a esta clase de plataformas, no sin antes quedar sorprendidas por las posibilidades que ofrecen al consumidor.

Los migrantes digitales conocieron las antiguas formas de comprar, en donde se tenían que invertir tiempo y dinero para trasladarse al lugar de venta, lo que muchas veces ocasionaba inconvenientes, ahora observan asombrados como, en cualquier momento del día o de la noche y con el poder de un clic, pueden hacer llegar de manera casi inmediata la despensa, un vestido de baile o una sala de estar. Además, ha surgido una nueva forma de adquisición: la del conocimiento. A esto se le llama consumo de contenidos. Ya no es necesario visitar físicamente un museo, puesto que podemos ingresar a la visita virtual en su sitio o redes sociales; ya no es necesario ir a la librería o a la discoteca, porque tanto libros como música pueden ser adquiridos en formatos audibles o digitales, o bien, basta con inscribirnos en plataformas creadas para este efecto; la televisión, la radio, los medios impresos y el juego han cambiado nuestra forma de concebir los conceptos de espacio y tiempo.

Los dispositivos electrónicos, aparte de ser medios de comunicación, ponderan por sobre todas las cosas las capacidades que poseen para producir imágenes con mejor resolución, alcance, duración o compatibilidad con otras plataformas; surgen las comunidades participativas, aquellas que unidas crean contenidos para sus pares; se trasgrede la regla del derecho de autor y este se cuida más que nunca; las formas de reservar un hotel, un avión o una mesa en un restaurante cambiaron radicalmente, ahora tenemos acceso a la información en cualquier lugar o momento del día. La aparición de dispositivos inteligentes que nos enlazan con información remota dentro del hogar ha invadido nuestra privacidad. Esto ha ocasionado fenómenos en el comportamiento social: personas que tienen mucho que decir por medio de historias en redes sociales o plataformas de video; nacimiento del concepto de influencer, merecimiento y reconocimiento constante por parte de la sociedad; anhelo de posesión; creación de necesidades que antes ni siquiera sabíamos que existían.

Hoy más que nunca, nuestro cerebro reptiliano trabaja al cien; saciamos nuestros instintos básicos de manera inmediata, sacrificando la empatía y los espacios de conversación; la reflexión y el pensamiento crítico se pierden al dar por sentado que cualquier contenido publicado en la red es verdadero; fake news, trollers, haters y tantos otros conceptos que no conocíamos pasan a ser parte de la vida cotidiana. La sensibilidad está a flor de piel y ya no tenemos derecho a opinar en contra de una masa observadora de todos nuestros movimientos. El individuo se diluye en esta masa y se convierte en miembro del enjambre digital, en palabras del filósofo Byun Chul Han. El espejismo de la hipercomunicación, el hiperconsumo y la hipermediación ha provocado que, paradojicamente, estemos más solos que nunca. Parafraseando al poeta y teólogo John Donne, ahora, el ser humano, finalmente, ha logrado ser una isla.