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Fallarle

Por: MBA. Horacio Marchand Flores
Fundador de Hipermarketing.com, el portal más grande de mercadotecnia en Iberoamérica
@HoracioMarchand

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Esta era una empresa que vivía de crisis en crisis. No había momentos de pausa y la adrenalina era la gasolina. Las juntas eran urgentes, los compromisos inaplazables, las acciones dramáticas. El problema es que eran crisis innecesarias y muchas veces inexistentes.

La empresa tenía unos 5 años de baja en ventas. Los flujos se habían apretado, los pasivos se habían disparado y ya habían sido forzados a hacer 2 reestructuras para reducir el gasto en personal.

La tensión era evidente, estaban desesperados. No había diagnóstico, o quizás había demasiados; no sabían lo que pasaba y empezaron a confundir el ocupismo con la solución.

Pareciera que morir pataleando es preferible a morir analizando. Esta empresa ya no podía ni sabía retomar su rumbo, se había desgastado probando y ejecutando diferentes acciones urgentes, pero como cuerpo en la arena movediza, entre más se esforzaba, más se hundía.

Estaba atrapada en un ambiente de crisis con trivialidades ocupistas, que le brindaban una sensación artificial de avance.

Como cualquier entidad viva, ante la frustración de la organización para resolver el problema, empezó a volcarse sobre sí misma (retroflexión). Este concepto de la Gestalt dice que si no existe una descarga adecuada de la ansiedad hacia el objeto propio de la experiencia (deseo, miedo, enojo, etcétera), o no se integra conscientemente, la ansiedad se ocupa y se va hacia "dentro", contra el cuerpo, y potencialmente aparece manifestada en cuestiones psicosomáticas.

La empresa en cuestión, empezó su propio proceso de autodestrucción acelerando así su caída. Cerraron almacenes y sucursales, bajaron niveles de inventario, bajaron gastos de publicidad y capacitación.

En paralelo a las acciones reduccionistas por retroflexión, también se activó un proceso de chivos expiatorios. Fueron despedidos 2 altos ejecutivos "de toda la vida"; nadie estaba a salvo.

Pareciera que las organizaciones tienen un uso para el chivo expiatorio, como si lo necesitaran para crear cohesión entre la tribu predominante y reforzar así sus propias creencias. El chivo también sirve como un distractor del problema de fondo. Es fácil linchar a alguien y ofrecer su sangre a los dioses para pagar pecados y culpas. Pero este efecto es sólo de corto plazo. Y lo mismo ocurre en las parejas, familias, grupos de amigos, equipos de trabajo y hasta a nivel países.

El chivo es un fenómeno de proyección de sombra. La sombra es aquella parte de la psique que guarda todo lo que al ego no le gusta o le genera ansiedad, como: envidia, sentimientos de inferioridad, impulsos violentos, sexuales, etcétera. El problema es que la energía no se estanca, sino que emerge en diferentes situaciones, siendo la más común la proyección.

Y una proyección típicamente se ve reflejada cuando se genera una emoción intensa, tanto de odio como de fascinación absoluta. Las cosas y personas objeto de la proyección son un espejo de resonancia que muestra partes de uno que no han sido integradas, tanto buenas como malas.

Los ejecutivos más engañados son los que están ensimismados en su ocupismo, que siempre andan "hasta el gorro". Presumen sus agendas saturadas y que son personas de acción, pero tan sólo reflejan su falta de reflexión.

A este tipo de directivo nada le cae mejor que una crisis, real o inventada. El problema es que un ejecutivo en crisis no puede tener la distancia necesaria para adquirir perspectiva; carece de la pausa estratégica para hacer y resolver preguntas existenciales.

Vivimos entre urgencias. El acelere, aparte de ser adictivo, es el refugio existencial, la neurosis elegante y la mejor anestesia emocional.

La urgencia es una bomba de tiempo. Un buen diagnóstico no tiene precio. Primero el “qué” y luego el “cómo”; mejor torpe en la dirección correcta que eficiente y atareado en la incorrecta.