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La otra cara de la guerra

Por: MGT. Andrés Salomón Pedraza
Maestro en Gestión turística del patrimonio cultural y natural por la Universidad de Barcelona
andres.salomon@strategamagazine.com

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Cuando los soldados del ejército rojo de la Unión Soviética avanzaban diezmando todo a su paso un cruento 30 de abril de 1945 en la llamada “Batalla de Berlín”, el Führer alemán, Adolf Hitler, se suicidaba junto con su esposa, Eva Braun (contrajeron nupcias en el mismo búnker donde se refugiaban), mientras su ministro de propaganda, colega de ideologías nefastas y amigo íntimo, Joseph Goebbels, hacía lo mismo con su pareja y sus seis hijos pequeños. El avance insaciable y feroz por parte de la URSS hizo capitular al alto mando de la Wehrmarcht y de la Waffen SS. El 8 de mayo de 1945 se da por concluida la Segunda Guerra Mundial en el frente europeo con una rendición incondicional firmada por los mariscales del bando alemán. Sin embargo, aún estaban por ocurrir dos acontecimientos que marcarían nuestra historia. Japón y el mundo entero serían testigos del colosal poder de Fat Man y Little Boy, nombres de la bomba nuclear y atómica, respectivamente, que obligarían al imperio japonés a rendirse el 15 de agosto de 1945.

Pero regresemos un poco en la historia. En la República de Weimar (1918-1933) e incluso durante el Imperio Alemán del s. XIX, se estaba llevando a cabo toda una revolución científica en el área de la física y la química, que, posteriormente con la llegada de los nazis (1933-1945), se intensificó, aunque priorizando recursos en la aeronáutica y la cohetería bélica. Cabe mencionar la prestigiosa universidad de Gotinga, en Alemania, considerada la mejor en el área de la física de toda Europa, donde varios egresados caerían en las garras del régimen nazi. Mucho del presupuesto del estado alemán era encauzado a la creación de tecnología y armamento para obtener un mayor alcance y aumentar su poder destructivo; uno que fuera capaz de aniquilar a sus vecinos en una guerra rápida y contundente (Blitzkrieg), para de este modo obtener su tan ansioso Lebensraum (espacio vital ubicado en Europa del este y parte de Rusia hoy en día) para el pueblo alemán y para un Reich que duraría mil años, según rezaban Hitler y sus hampones.

Científicos de la talla de Von Braun o Dornberger, padres del mortífero cohete V2 que azotó a Londres durante meses; o especialistas en aeronáutica como Von Ohain, pionero en el motor de reacción para aviones; y Stuhlinger, especialista en motores que utilizan energía solar, fueron reclutados y financiados por el gobierno nazi, uniéndose así al Departamento de Desarrollo de Armamento de la Wehrmacht e Investigación en la ciudad germana de Peenemünde, enfocada a la exploración e implementación de tecnología para la guerra. Mientras que personajes como Einstein (padre de la teoría de la relatividad, cuyos postulados fueron usados como la semilla para la creación de la bomba atómica) u Oppenheimer (estadounidense de origen alemán, estudiante en Gotinga, apodado el “padre de la bomba atómica”) vivieron en esta época, pero fueron perseguidos por sus creencias religiosas o políticas, causando una fuga de intelecto en Alemania, lo que provocó el empleo de sus conocimientos a favor de sus países adoptivos.

Esta parte no nos la contaron y es que, una vez terminada la guerra, literalmente comenzó una búsqueda o, mejor dicho, una cacería por el intelecto alemán, orquestada por los dos nuevos bandos más poderosos del orbe, la URSS y Estados Unidos. Por el lado occidental se implementó la Operación Paperclip y del lado comunista la Operación Osoaviakhim; ambas con el mismo propósito: reclutar a la mayor cantidad de científicos, intelectuales, ingenieros, físicos y químicos alemanes del extinto régimen nazi para forzarlos a explotar al máximo sus conocimientos y comenzar una carrera armamentista y espacial sin paralelo en la historia del hombre. Sin lugar a dudas, el más grande exponente del éxito de la Operación Paperclip fue el ingeniero Von Braun, su papel en la contienda hacia la luna llevó al país de las barras y las estrellas a la meta antes que los soviéticos con su Saturno V para la misión Apolo XI, tripulado nada más y nada menos que por Neil Armstrong, convirtiéndose en una leyenda en la historia de la cohetería y carrera espacial. Es extraño entender que mucha de la tecnología que hoy utilizamos, y que damos por sentada, fue concebida con un fin bélico, Internet, las turbinas para aviones o incluso el teflón en las baterías de cocina. Concluyo con Orwell: “La historia la escriben los vencedores” …