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Príncipe Vlad “el empalador”, el verdadero Drácula

Por: MGT. Andrés Salomón Pedraza
Maestro en Gestión turística del patrimonio cultural y natural por la Universidad de Barcelona
andres.salomon@strategamagazine.com

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1453 AD, Constantinopla, el último bastión de la fe cristiana en oriente había sucumbido al poderío militar y tecnológico otomano; pueblo guerrero turco del Asia Menor que se apoderó de la península de Anatolia, parte del Medio Oriente, del Magreb africano y que había comenzado su incursión en la zona de los Balcanes.

Con la media luna en su estandarte y en nombre de Alá, Mehmed II (hijo de Murad II) se posicionaba como el jerarca con el imperio más poderoso y vasto de la época. Sin embargo, un grupo de principados y pequeños reinos cristianos de la zona, actualmente en los países conocidos como Rumania, Hungría, Moldavia y Bulgaria, aún mantenían su fe, sus costumbres y su aguerrido deseo de persistir con la lucha en contra de las huestes infieles y conquistadores musulmanes.

Dentro de este pequeño grupo cristiano se encontraba el principado de Valaquia, en la actual Rumania; en donde el regente Vlad II Dracul, es decir, de la orden del Dragón, había tenido que enviar como “huéspedes” (más bien, prisioneros) a sus dos hijos al sultán otomano Murad II en 1442: Radu y Vlad III. Fue durante este periodo, recorriendo el palacio y conociendo las costumbres otomanas, donde el joven Vlad III aprendía los horrores que un ser humano puede provocarle a otro en cuestiones de tortura y sufrimiento. También se dice que Mehmed II estaba atraído sexualmente por Radu y que Vlad fue testigo de las acciones de esta índole tomadas por parte de Mehmed II en contra de su hermano menor.

Cuando su padre y su hermano mayor murieron a manos de Hunyadi, soberano de Hungría, al invadir Valaquia, fue su primo Vladislao II quien tomó el poder. Sin embargo, los otomanos apoyaron al joven Vlad para ocupar el trono. A partir de esta gesta, le suceden varias batallas, huidas y traiciones, hasta que finalmente Vlad se hizo con el trono de Valaquia y comenzó a combatir al gigantesco e imparable imperio otomano.

Es justamente en esta época donde sus hazañas se hicieron famosas, y no, no hablamos de sus pericias militares ni de un intelecto excepcional, sino por su sadismo y crueldad hacia los seres humanos y afición por la sangre.

Existen múltiples relatos de Vlad III o “Tepes” (el empalador) respecto a sus atrocidades, como por ejemplo cuando el príncipe cenó enfrente de personas desolladas y empaladas, e incluso consumió pan con sangre de las víctimas; o la ocasión cuando se negaron a quitarse sus tocados unos embajadores italianos, porque era su costumbre, y el príncipe hizo que se los clavaran en la cabeza y, mientras reía, comentó: “ahora sí, nunca tendrán que preocuparse por quitárselos”.

Otra leyenda relata que dejaba una jarra de oro afuera de su residencia en Târgoviște (capital de Valaquia) y nunca se perdía, presumiendo que en su territorio no había nadie que osara romper la ley. Y, por supuesto, el famoso “Bosque de los Empalados”, en donde Vlad mandó a empalar la funesta cantidad de 20 mil personas. Se dice que el mismísimo sultán Mehmed II, al entrar con sus hombres a esta carnicería, retrocedió horrorizado; sin embrago, elogió a Vlad por su técnica de gobernar mediante el terror: en total 100 mil personas murieron en 7 años.

¿Qué es el empalamiento? Es una técnica de tortura que consiste en introducir por los orificios (del recto hacia la boca, ayudado por el peso de la víctima y la gravedad) una estaca de madera, la cual ocasionalmente quedaba sin afilar para causar una muerte menos rápida.

Nosferatu, conde Drácula, vampiros, novelas y series para jóvenes sin apego a la verdadera historia son sólo algunas de las múltiples obras literarias y cinematográficas que la leyenda de Vlad ha inspirado. Aunque, sin lugar a dudas, si el príncipe estuviera vivo y se aventurara a leer o ver dichas obras, mandaría empalar a los participantes por su alejamiento de la realidad.

Concluyo con Stephen King: “Los monstruos son reales, y los fantasmas también son reales. Viven dentro de nosotros y, a veces, ganan”.