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PANORAMA INTERNACIONAL

Prospección o de cómo los números

Por: MHA. Carlos Tapia Alvarado
Historiador egresado de la UNAM y CEO de la Consultoría para la Reflexión Epistemológica y la Praxis Educativa “Sapere aude!
@tapiawho

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El Banco Mundial publicó sus “Perspectivas Económicas Mundiales”, un documento (al que citaremos entre cursivas) revelador por cuanto, en este mundo globalizado y configurado bajo los lineamientos del Consenso de Washington, llamado así porque las tres instituciones –El Fondo Monetario Internacional (FMI), el propio Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos– que se creen rectoras del destino económico de la humanidad (y de América Latina en particular) tienen su sede en Washington, D.C., se estima que “es necesario que se lleven a cabo las reformas apropiadas para fortalecer la inversión privada y la productividad, sobre todo en los países de ingreso bajo, los que enfrentan desafíos más complicados que al principio de la década del 2000”. La sola mención del 2000 como referente temporal indica que el Banco Mundial, en sus estimaciones, cree que los países de bajo ingreso viven situaciones económicas tales o parecidas a las vividas en la última década del siglo XX, conocida por algunos como la “década perdida”.

En 1999, el Banco Mundial emitía un informe en el cual esperaba que la estimación final de crecimiento para ese año a nivel global sería de apenas el 1.8% con respecto al crecimiento de 1998, que fue más alto, con un raquítico 1.9%. Estos datos nos recuerdan que las décadas de los 80 y 90 fueron especialmente negras para América Latina, periodo en el que el modelo de participación estatal como rector de la economía se quebrantó ante la incontrolable inflación generada por políticas económicas corruptas que beneficiaron a los detentadores del poder político y económico, pero que no representaban perturbaciones graves para el avance económico de los países de la región, ya que las políticas públicas (pese al descontrol en lo que se refiere a las políticas tributarias) todavía funcionaban. Sin embargo, la crisis mexicana de 1982 (al finalizar el sexenio de López Portillo) generó descontrol en las economías regionales. La década de los 80 generó en un grupo de economistas académicos (Milton Friedman, John Williamson) la convicción de que un rígido control estatal de lo que puede hacer dentro de una época de capitalismo financiero y global que succiona los recursos de los países en desarrollo hacia los centros de poder financiero (que nada tiene que ver con países determinados, la división social generada a partir de los 90 no se da entre “estadounidenses contra el resto del mundo”, sino de enriquecidos contra empobrecidos y marginados).

Según el Banco Mundial, para 2020 se espera una tasa del crecimiento mundial del 2.7%, terminando el del pasado en 2.6%. Para que se pueda lograr cierta estabilidad económica será necesario que se “lleven a cabo las reformas apropiadas para fortalecer la inversión privada y la productividad”. Esto es una llamada de atención para economías como la nuestra y otras emergentes, en donde se sigue poniendo énfasis en lo mismo, esto es, en mantener el rumbo del capitalismo como funciona hoy. La lógica de la mecánica consiste en entender la propia globalidad.

Comencemos con el África subsahariana, para la cual el organismo prevé un crecimiento global del 3.3%, siempre y cuando, o como dice el texto oficial “suponiendo”, se cumplan ciertas condiciones, como que aumente la inversión extranjera en “alguna de las principales [no en todas] economías de la región”. Esto, también suponiendo que se dediquen a una “producción agrícola sólida y a una inversión pública sostenida”. Pero esto no bastará para “reducir considerablemente” la pobreza, lo cual significa, ya fuera de los fríos cálculos de estos esplendentes economistas, que la región donde “más de la mitad de la población extremadamente pobre vive”. Lo más alarmante es que si las tendencias económicas continúan así, para el 2030, 9 de cada 10 personas “extremadamente pobres”, es decir, las que viven con menos de 1.90 USD, se concentrarán en esta región. Si este análisis lo ponemos contra un trasfondo político, veremos a sociedades y países en una situación de terror cotidiano y sevicia que padecen sobre todo mujeres y niños, particularmente violentados en países como Burundi, Mali, Nigeria, Sudán del Sur –la nación más joven del mundo–, República Centroafricana, República Democrática del Congo o Somalia, países secuestrados por grupos de matones atrabiliarios que, bajo el amparo de ideologías y partidos lo único que hacen es desatar muerte y dolor. Agréguese que la región padece una endémica sequía, lo cual oscurece más este panorama deprimente.

Para África del Norte y el Medio Oriente se pronostica un crecimiento que llegará al 3.2%, impulsado por los países exportadores de petróleo. Las inversiones de capital se dirigirán a los países petroleros del Consejo de Cooperación del Golfo (Baréin, Kuwait, Omán, Catar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos), una especie de alien dentro de la panza de la omnipotente Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Pero, al mismo tiempo, es la región constantemente afectada por conflictos bélicos derivados de la propia importancia estratégica que constituye, sobre todo, Medio Oriente. Los perenes conflictos en la zona de Palestina, Siria, el Kurdistán, el Yemen, no obstante, no impiden que los intereses de los grandes trust y cárteles capitalistas dejen de intervenir en la zona, al contrario, los conflictos armados, en los cuales sufren las personas cotidianas con sus vidas minúsculas, son motivados por estos monstruos económicos, protegidos por determinados estados y políticas estatales.

En América Latina, del año de desaceleración económica que tan sólo representó un crecimiento global del 1.7% para el año anterior, para el presente se prevé un crecimiento de 2.5%. Sin embargo, el continente de las falsas identidades ha visto cómo los grupos dominantes en el poder, los verdaderos beneficiarios de la aplicación de las medidas del Consenso de Washington, previamente experimentadas en Chile, han reforzado su dominio sobre los ingresos generados y medidos en el PIB, lo cual quiere decir que los ricos son más ricos, en tanto que los niveles de pobreza extrema se concentran en las zonas rurales y entre la población indígena, mayoritariamente. Es interesante ver una regularidad. Las clases medias, aunque presionadas por el rígido control tributario y en perpetuo peligro de pauperización, en economías con fuerte inversión foránea que crea fuentes de empleo, tienen trabajo. Sin embargo, el ejemplo de Chile es ilustrativo. Los grandes reclamos de la sociedad chilena del año pasado tienen que ver con que la economía del país está privatizada. Y si bien el crecimiento económico chileno se destaca como ejemplar a los ojos de los economistas de Harvard, lo cierto es que muestra lo que puede ser la tendencia en la “economías emergentes latinoamericanas”: la privatización a ultranza de todo aspecto productivo y que toda tendencia o sobrevivencia de modelos de vida comunitarios tenderán a ser desvanecidos.

Las estimaciones para la Europa no estelar (Central y Oriental) y para el Asia Central resultan optimistas, con ciertas reservas para lo que ocurra en Europa Central (las Repúblicas Checa, Eslovaca, Austria, Hungría) varían entre el 2.6% y el 4%. Finalmente, las estimaciones para Asia Oriental y el Pacífico son negativas, ya que del crecimiento del 6.3% del 2018 se descenderá al 5.9% en este año. Sin embargo, el mercado mundial, con respecto a lo que representa China como proveedor mundial, tiende hacia cierta estabilidad.

He aquí lo que será nuestro mundo reflejado en los fríos números, que en algunos casos se tornan en datos que enmarcan el funcionamiento sórdido y caótico de sistemas políticos y sociedades cuyo futuro, a los ojos de los académicos neoliberales de Harvard, no son, sino tristes estimaciones.