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Rusia HOY

Por: MHA. Carlos Tapia Alvarado
Historiador egresado de la UNAM y CEO de la Consultoría para la Reflexión Epistemológica y la Praxis Educativa “Sapere aude!
@tapiawho

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En 1994 tuve la oportunidad, gracias a unos amigos, de asistir al 48º Congreso Internacional de Americanistas, que se desarrolló en Estocolmo y Uppsala, en Suecia. En el mismo, los organizadores del evento tuvieron a bien obsequiar a los participantes un crucero a través del tranquilísimo Mar Báltico para arribar al puerto y ciudad de San Petersburgo. Hacía tres escasos años que la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas había desaparecido, como acto final de la distensión de la Guerra Fría. La URSS no pudo sobrevivir al esfuerzo reformista de su último líder, Mijail Gorbachov, por lo que colapsó, dando paso a la creación de la Comunidad de Estados Independientes, de los cuales Rusia era el principal componente. Pero esa Rusia, bajo la presidencia de Boris Yeltsin, era un desastre económico. Y era notorio. A 30 kilómetros de arribar al puerto, está la famosa base naval de Kronstadt, sede de la Flota del Báltico: por ahí asomaban tímidamente los mandos y periscopios de algunos de esos terroríficos submarinos nucleares, y no recuerdo haber visto algún otro navío.

Después nuestro crucero llegó a la entrada de los muelles de San Petersburgo. Me quedé impresionado de ver el gigantesco tamaño (todo es gigantesco en esa ciudad) del puerto, y de la cantidad de grúas de carga y descarga, pero lo más apabullante era ver que el puerto carecía de movimiento. Todo estaba parado, no funcionaba nada de nada. En la propia entrada había edificios de condominios habitacionales, muchos rayados con grafitis. Al llegar a la espléndida ciudad, fundada por el Zar Pedro el Grande en plena guerra contra Suecia a principios del siglo XVIII, potencia a la cual arrebató ese territorio, no pude sino quedarme boquiabierto ante la maravilla que era. La fortaleza de Pedro y Pablo al fondo del imponente río Neva. Los palacios. Es la ciudad de los palacios, enormes, brutales, que en algún momento fueron residencia de esa autocracia rusa tan petulante y soberbia, la gran culpable de que en algún momento haya estallado una revolución. Uno solo se puede imaginar a esa nobleza de la cual nos hablan las novelas del inmortal Lev Tolstoi en esos palacios, en sus fiestas, mientras el pueblo vivía en condiciones deplorables.

También fue en algún momento llamado Leningrado, en honor al líder de la revolución bolchevique, y con ese nombre fue frente de batalla durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los soviéticos, tras tres largos años de asedio y hambre, lograron rechazar a los ejércitos alemanes y finlandeses. Pues bien, esa hermosísima y gloriosa ciudad estaba en ruinas. Las obras públicas eran inexistentes y, por así decirlo, la ciudad se caía a pedazos. San Petersburgo era la viva imagen de la Rusia arruinada, en cuyos habitantes uno adivinaba la hosquedad detrás de una muy fría amabilidad.

Pero también sabemos que Rusia, desde el siglo XVIII, tiene una vocación de potencia. Y hoy Rusia está lejos de esa ruina gracias al liderazgo de un hombre cuya actuación y personalidad causan polémica: Vladimir Putin. Este abogado, quien fuera agente de la oscura KGB, tan seguro de sí mismo, prácticamente ha dirigido Rusia desde la renuncia de Yeltsin. Se ha asegurado de convertir a Rusia en una potencia emergente económicamente hablando, aprovechando sus enormes recursos naturales así como su capacidad industrial. Si para 1994 Rusia era un guiñapo, hoy es una potencia económica y sobre todo, militar.

La crisis en Siria ha puesto de relieve el papel jugado por Rusia en la política exterior de Medio Oriente. Esta zona tan inestable, presa de las depredaciones de las grandes potencias, en la que son comunes los tiranuelos sin escrúpulos, representa la oportunidad de oro para que Putin despliegue ante el mundo su poder. Si bien marítimamente la flota rusa del Mediterráneo es menos imponente que las flotas norteamericana o francesa, su ejército, su fuerza aérea y sus fuerzas especiales son, según la tradición rusa y soviética, de primerísimo nivel. Si bien la guerra fría hizo que los armamentos rusos se retrasaran tecnológicamente con respecto a los occidentales, hoy esa brecha ha dejado de existir. Los rusos están dispuestos a mostrar lo que son capaces de hacer en el campo de batalla.

Pero los rusos, lo sabemos bien, no solo muestran al mundo sus capacidades castrenses. En los ámbitos deportivo (con la muy notable excepción de la selección rusa de futbol, que es una nulidad completa) y sobre todo artístico, los rusos siempre tratan de estar a la vanguardia en la generación de individuos competentes. Los campos de las artes plásticas, la literatura, la danza o la gimnasia, son disciplinas en donde los rusos siempre tratan de sobresalir.

Concretamente en la música, donde no solo ha habido una gran cantidad de compositores excelsos: Tchaikovski, Borodin, Rimski-Korsakov, Musorgski, Cui, Rachmaninoff, Prokofiev o Shostakovich, amén de otros muchos más, sino también intérpretes musicales de altísimo nivel. La escuela pianística rusa, por ejemplo, ha dado al mundo genios como Sviatoslav Richter, Gennadi Rozhdéstvenski, Valerie Afanassiev, Elisabeth Leonskaja o Yevgeni Kisin. Lo mismo sucede con otros instrumentistas igualmente disciplinados y hábiles.

Rusia posee mucha fuerza, acorde con su pasado imperial. Encanto especial, derivado también de la gran diversidad cultural que atraviesa su gigantesco espacio. Desde el estrecho de Bering, pasando por las grandes estepas centroasiáticas y los Urales, y hasta las fronteras con Europa, Rusia es el gran gigante que tiene, bajo la férrea dirección de Moscú, una vocación de país dominante en el mundo.

Hoy en día, cuando la más grande superpotencia está gobernada por un oligofrénico, Rusia se presenta como una nación fuerte, bajo un liderazgo férreo. Esto no excluye los escándalos de corrupción, de asesinatos y de violación de derechos humanos que se le achacan a Putin, pero es un hecho que dentro de su país es visto como un presidente enteramente confiable, el cual da apoyo sin restricciones al arte, a la cultura y a la educación, y dignifica el nombre de la Madre Rusia ante el mundo.