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Tan malo que es bueno: el cine Clase B

Por: Esteban Cortés Sánchez
Compositor de música para cine y director de orquesta
lecscorp.com

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Les llaman placeres culposos. A todos nos ha pasado alguna vez; no sabemos porqué, pero eso que se supone no debería gustarnos nos gusta. Puede ser una canción, un libro, un poema, una película o como en este caso, todo un género cinematográfico. El cine de clase B se reconoce a distancia; posters con dibujos exagerados que muestran –casi siempre– tres elementos comunes: un hombre extremadamente viril –podría ser un hombre misterioso en su defecto–, una mujer en poca ropa –casi siempre en desgracia– y una figura amenazante de fondo (esta última podría ser un monstruo, varios monstruos, otra persona con rostro amenazante, etc.). Pero ¿por qué nos gusta? ¿Por qué a pesar de ser un producto a todas luces malo tiene en su haber películas consideradas hoy en día de culto? Para entenderlo, hay que ir de vuelta a su origen, uno que no es nada halagador. Acompáñenme a ver esta extraña historia.

Si existe un cine clase B, tiene por fuerza que haber un cine clase A. Este es el cine al que todos estamos acostumbrados, películas con el suficiente presupuesto como para cubrir las necesidades mínimas de su producción. Durante y después de la gran depresión en Estados Unidos al final de los años 20, sobra decir que la situación en todos los ámbitos no era buena. El cine no fue la excepción. Se registró un descenso considerable en la venta de entradas a las salas y –entre muchas otras cosas– la función B fue la solución.

Los grandes estudios de cine (Universal Studios, Warner Bro., Metro Goldwyn Meyer y Paramount entre otras) se hacían cargo de la producción, distribución y exhibición si no de todas, sí de la mayoría de las películas. Estos vendían al público un boleto de entrada con el que podían quedarse a dos funciones: la primera, era la película que estaba de moda y que se podía ver anunciada hasta en la sopa, la segunda era solo la segunda. Esta segunda función era solo de relleno, y salvo por algunas menciones, carecía por completo de promoción. Este tipo de cintas eran hechas con tan poco cuidado que nadie, ni siquiera la crítica, las tomaba en serio. El cine clase B había nacido.

Por ser solo proyectos de relleno, los presupuestos eran muy reducidos, y debido a esto, todos los aspectos de una buena producción pasaban a segundo plano. ¿Un buen guion? Bah, ¡¿quién lo necesita?! ¿Los grandes actores no quieren participar porque verían su estatus de estrella comprometido? ¡Perfecto!, que le den la oportunidad a nuevos talentos –no importa si no son muy talentosos–, ¿Falta equipo para que se vean mejor los efectos visuales? ¡Un par de hilos visibles en pantalla jamás hicieron daño!... No es de sorprender que inclusive algunas veces se utilizaran escenas de otras películas para rellenar nuevas cintas. En este tipo de producciones solo había una meta en mente: cumplir con llevar una película a la pantalla grande que se proyectara junto a una cinta de clase A para que la audiencia se animara a pagar el costo del boleto. Por más descuidada o visiblemente condenada al fracaso que esta situación parezca, trajo consigo algo increíblemente bueno: libertad, concretamente, libertad creativa.

“Cuando no se tienen expectativas sobre algo, raramente se saldrá decepcionado”. Esto último es lo que claramente tenían en mente muchos de los que trabajaron en el género que hoy nos ocupa. Muchos escritores y directores –a veces la misma persona– de este tipo de películas, se decantaron por tres temas en particular: cintas de vaqueros, ciencia ficción y horror. La explicación es simple: en el caso de las películas de ciencia ficción y horror importaba más el espectáculo que la historia, y todo mundo en aquel entonces idealizaba a los vaqueros. Sin las presiones artísticas y financieras sobre sus hombros, los creadores dieron rienda suelta a su imaginación, claro, a veces con un dejo de indiferencia pero, ¿quién puede culparlos? Se estaba trabajando, literalmente, con las sobras de los estudios. Estas eran las películas pensadas para ser olvidadas. Ningún guion era lo suficientemente estrafalario como para no tomarse en cuenta. Si lo podías imaginar, lo podías crear… sin presupuesto.

Casi entrada la década de los 50 vino la hecatombe. Se encontró que los grandes estudios arriba mencionados violaban la ley antimonopolio de su país. Puesto que el hacer películas clase B era solo para convencer al público de adquirir un boleto de entrada con “la carnada” de una segunda función, y al no tener asegurada la distribución y exhibición de sus productos por la posibilidad de violar dicha ley antimonopolio, la producción de este tipo de cine dejó de tener interés alguno para los ejecutivos. Pero como dice el dicho, “hierba mala nunca muere”.

Este tipo de cine vio nacer a grandes actores como Jack Nicholson, John Wayne o el mismísimo Vincent Price; y también a directores como David Lynch, Peter Jackson o James Gunn. El género ya tenía vida propia y fue retomado por artistas que vieron en él una forma de contar historias sin las prohibiciones que se le imponían a “las grandes” producciones. Situaciones abiertamente sexuales y violencia increíblemente gráfica hicieron del cine clase B su hábitat natural y fue ese desdén por la reglas, por desafiar lo ya establecido, lo que llamó la atención de miles de fans alrededor del mundo. Si uno se pone a pensar, el punk rock y el cine clase B tienen más de una cosa en común.

No se puede dejar de hacer mención del cine clase Z. Este subgénero tiene por característica un presupuesto aún más bajo que el del cine clase B y, por supuesto, su calidad es todavía más precaria, si eso es de alguna manera posible. Este tipo de cine ni siquiera se preocupa por simular el cuidado en los detalles, ya no se diga actuaciones. La película Plan 9 From Outer Space del director Ed Wood es la bandera de este tipo de cine. Por cierto, Tim Burton realizó una película acerca de la vida de Ed Wood que lleva su mismo nombre, cinta que fiel al material en el que está inspirada, es, sin sorpresa alguna, muy mala.

El cine clase B regresó a ese punto bajo los reflectores en nuestros días gracias a directores como Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, que son declarados fans de este género y han seguido haciendo películas como Machete o Planet Terror. También a la facilidad que dan las tecnologías actuales en lo que se refiere tanto a la realización –puede ser un celular con una App como Filmic Pro– así como a la distribución –YouTube o vimeo–. Cualquiera con las ganas de realizar no solo ésta, sino cualquier clase de cine, tiene el camino asegurado.

Algunas de las cintas de clase B se convirtieron en películas de culto por la “personalidad” que lograron adquirir a pesar del duro ambiente en el que les tocó nacer y muchas de las veces a pesar de ellas mismas. Hoy por hoy este tipo de cine podría muy bien ser una carta de amor al “¿Por qué no?”, a un cine que no se toma en serio a sí mismo y al no hacerlo logra una rara objetividad, pero objetividad a final de cuentas. Sin la necesidad de la lógica o coherencia como guía en una historia, lo que queda es pura fantasía y, ¿no es de eso de lo que se supone debe estar hecho el cine?

Si estás interesad@ en conocer un poco más del cine B, estos son algunos de los títulos más sobresalientes:

Night of the Living Dead (1968) de George Romero.- La gran apertura al cine de Zombies.

The Evil Dead (1981) de Sam Raimi.- Se abre una puerta al infierno y trae consigo una de las películas más entrañables del cine B.

The Toxic Avenger (1984) de Michael Herz y Lloyd Kaufman,- Cuenta la historia de un pobre diablo vuelto monstruo y héroe.

Sharknado (2013) de Anthony Ferrante,- Es la historia de un tornado…con tiburones.

Bad Taste (1987).- Antes de triunfar con su trilogía del señor de los anillos, Peter Jackson nos cuenta la historia de extraterrestres con hambre de carne humana…en hamburguesas.

La próxima vez que pienses que tu idea es mala, recuerda que alguna vez alguien propuso en alguna junta de directivos la idea de extraterrestres reviviendo muertos y vampiros para atacar a la raza humana, idea que hoy es una película de culto.