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PANORAMA INTERNACIONAL

Una política exterior sin variaciones

Por: MHA. Carlos Tapia Alvarado
Historiador egresado de la UNAM y CEO de la Consultoría para la Reflexión Epistemológica y la Praxis Educativa “Sapere aude!
@tapiawho

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El 46º presidente de los Estados Unidos de América, coloquialmente “Joe”, y cuyo apellido es Biden, a lo largo de su camino político, según sea la circunstancia, el hombre apoya alguna intervención armada o se opone a ella. Sin embargo, de algo podemos estar seguros, que unas son sus posturas en los que se refiere a política exterior antes de ser vicepresidente, durante la gestión de Barak Obama (2009-2017). En efecto, en su calidad de Senador demócrata por el estado de Delaware (1973-2009) se opuso a la Guerra del Golfo de 1991, promovida por el entonces presidente republicano George H. W. Bush (1989-1993). Sin embargo, estuvo de acuerdo con la política intervencionista del presidente demócrata Bill Clinton en Bosnia (1992-1995) y, sobre todo, en Kosovo (1999). Después de los eventos del 11 de septiembre de 2001, en la ola de patriotismo lacerado, Biden apoyó, como todo mundo, la intervención de una “coalición internacional” liderada por los Estados Unidos bajo el mandato del presidente republicano George W. Bush (2001-2009) en contra de Irak, y cuyo resultado fue, entre otras cosas, la ejecución de Saddam Hussein.

En la administración Trump (2017-2021), la política exterior más bien lábil, con golpes mediáticos, pero fracasada en su conjunto ante la grave sospecha de connivencia con los rusos. Un caso muy claro lo constituye la errática presencia norteamericana en Oriente Medio, en donde sus fuerzas armadas se involucraron, desde sus bases iraquíes, en el horrendo conflicto que involucra a Siria, a los kurdos y el enfrentamiento contra del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés) y en la cual la complejidad se ha enmarañado de tal forma que el paulatino retiro de Estados Unidos de la región (salvo por su eterna alianza y apoyo al Estado de Israel) ha sido aprovechado por el neo-otomanismo turco y la siempre creciente y amenazante presencia rusa. Recordemos que las alianzas tradicionales habían sido seriamente lesionadas por el presidente republicano, así sucedió con Francia, con Alemania y con la OTAN, en su conjunto.

Joe Biden compartió la política del presidente Obama, conocida bajo la consigna Nation-Building at Home, lo cual significa que el actual presidente tratará de recrear el statu quo pre-Trump. Sin embargo, el demócrata no se tentará el corazón, como lo han hecho sus predecesores del mismo partido político, para lanzar intervenciones militares allí donde convenga.

Los retos son más variados que la sola intervención militar. En América Latina será fundamental su posicionamiento frente al régimen de Maduro en Venezuela y Castro en Cuba, donde el acercamiento precedente iniciado por la administración Obama ya había sentado bases para generar una relación que se antoja menos conflictiva. Con México el acercamiento siempre es obligado; no se avizoran conflictos irresolubles. Respecto al continente asiático, China seguirá constituyendo un interlocutor difícil, en una relación trabajada con aspereza por Trump, en tanto que procurará seguir manteniendo buenas relaciones con su aliado Japón y otorgando su protección a Taiwán. Rusia compone, como siempre, la contraparte, y resulta confusa cualquier hipótesis sobre cómo vayan a realizarse los contactos entre Vladimir Putin y Biden.

En el fondo que constituye el Gran Confinamiento y el enfrentamiento global contra la pandemia, en el momento en el que se tiene que ver hacia el futuro para enfrentar una posible y verdadera solución a los padecimientos ambientales que hemos generado en el planeta, resulta poco alentador ver que un cuasi octogenario, hijo del mundo anterior, venga ahora, de cara al siglo XXI, a gobernar a la primera potencia militar y económica del mundo.