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Voltear hacia la economía social y solidaria en tiempos de crisis

Por: DCH. Edgar Josué García López
Doctor en Ciencias y Humanidades, por la UNAM y la UAdeC; investigador de la UCEM y del GICOM
edgarjosuegl@hotmail.com

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Hablar de economía social y solidaria es hablar de un fenómeno que tiene diversos orígenes y, por lo tanto, diferentes concepciones y manifestaciones. Para entenderla hay que preguntarse ¿qué es, desde cuándo y desde dónde?, a partir de entonces se distinguen una corriente europea y una estadounidense, ambas desde el siglo XIX, la primera originada en el voluntariado y la segunda en las organizaciones no lucrativas. No obstante, también hay una vertiente latinoamericana de principios del siglo XX que se funda sobre la idea del cambio social, la participación y la equidad.

Lo primero que hay que descartar es la idea de las organizaciones con fines no lucrativos o las organizaciones no gubernamentales como su única expresión; quizá esta confusión generalizada radica en el hecho de que en sus orígenes se habla del Tercer Sector como el gran eje concentrador de este tipo de economías, trayendo consigo el problema de la interpretación reduccionista del término, al considerarlo básicamente como un grupo de instituciones que no pertenecen ni al sector público, ni al sector privado, sino más bien a un tercero, de ahí su nombre, lo cual irremediablemente hace referencia a caridad, voluntariado y trabajo social que, por cierto, siguen siendo tan necesarios como antes. En su sentido más amplio, Marthe Nyssens, experta en economía social, lo define como un conjunto de iniciativas privadas que provienen de una dinámica colectiva donde se tiene la finalidad de servicio a sus miembros más que el de sólo obtener ganancias.

Como puede observarse, desde hace ya varios años este denominador fue rebasado en las prácticas, de ahí que ahora se refiera a conceptos más abiertos, como el de la economía social y solidaria; y aunque estos dos últimos términos también suelen utilizarse como sinónimos, no lo son, más bien se complementan y engloban a otros tantos que se le asemejan o han derivado, como economía popular, comunitaria, feminista o ecológica, el caso del desarrollo humano sostenible o incluso el buen vivir, entre otros; todos ellos girando alrededor de una economía alternativa, entendida como equitativa, es decir, más justa.

Recientemente es común encontrar su uso teórico-práctico en conjunto, dando pie a la Economía Social Solidaria (ESS), ya que así se contempla un panorama más integrador donde la participación, el compromiso con la comunidad, la priorización de las necesidades humanas y la autogestión juegan el rol más importante. La economía social y solidaria está presente en todos los ámbitos de la actividad cotidiana de cualquier sociedad, y se materializa a través de grupos cuya dinámica y estructura van de lo formal a lo informal: desde mipymes, cooperativas y asociaciones hasta colectivos, grupos de consumo, producción autogestiva o de trueque. Estos mundos posibles afloran después de una crisis, pero también son resultado de un pensamiento más sensible, comprometido y crítico que ha llegado con las nuevas generaciones. En ese sentido, la economía social solidaria es una forma de vida que supera los límites de la actividad financiera y se presenta como una filosofía de lo comunitario, lo que implica compromiso con el entorno, no priorizar lo lucrativo (aunque es importante), sostenibilidad ambiental, desarrollo de lo local a lo global, empatía y solidaridad con los miembros de la propia red y de las otras. El disgusto con los sistemas económicos dispares actuales y su constante proliferación también la están convirtiendo en un enorme capital político que no debe pasarse por alto.

Algunas de las prácticas que se han popularizado sobre estos formatos son la compra directa a los productores locales sin intermediarios, monedas y bancos sociales, mercados de trueque, micronegocios complementarios a otros ingresos, fondeadoras y redes de apoyo. Como principales impactos se han observado creación de empleos, cohesión social, reducción de contaminantes, adaptabilidad a los riesgos del mercado, por mencionar algunos; lo que también ha emanado sociedades más organizadas y sustentables que tienden a la cooperación y la autonomía. Irma Lila Zentle, académica, investigadora y emprendedora en materia de economía social y solidaria, sintetiza diversas acciones que desde su experiencia cualquiera puede llevar a cabo para hacer más tolerables las crisis, cada vez más comunes como la que está provocando la reciente pandemia, estas son: consumo consciente, local y sostenible; relación directa entre productores y consumidores; compras colectivas vecinales; priorización de productos de primera necesidad; creación de cooperativas de bienes y servicios; uso de un lenguaje desde los derechos, autocuidado y cuidado mutuo; creación de vínculos; producción para el autoconsumo; organización entre cercanos y economía alternativa.

Cinco puntos clave para mirar hacia la economía social y solidaria:

  1. Es una iniciativa colectiva que prioriza el bienestar de las personas sobre el capital económico y político.
  2. Es un fenómeno integrador donde la participación, lo humano, las redes y la autogestión son indispensables.
  3. Es una filosofía de compromiso con la comunidad, el entorno, lo ambiental y lo local, que ha tomado mayor fuerza con las nuevas generaciones.
  4. Se manifiesta de manera formal e informal, teniendo impacto en sociedades más organizadas, sustentables, cooperativas y autónomas.
  5. Promueve diversas acciones para afrontar crisis mediante consumo responsable, cultura del cuidado y respeto a los derechos humanos.

En conclusión, es deseable que se difundan las ventajas de fortalecer la ESS, no únicamente en materia de lo financiero, sino también en el sentido integral del ser humano, concibiéndolas no sólo para grupos vulnerables, sino para todos.