"Maestra, ¿y esto para qué sirve?", pregunta un niño (en blanco y negro) en un anuncio del nuevo modelo educativo.
La maestra lo mira, reflexiona y contenta responde (a todo color): "que les parece si en lugar de repetir tratamos de entender".
Un modelo educativo fantástico que dicen logrará:
-Desarrollar aprendizajes clave.
-Contemplar crecimiento socioemocional.
-Dar autonomía curricular a escuelas.
-Tener maestros y directivos concentrados en enseñar.
-Que escuelas tengan infraestructura digna y con tecnologías de información.
-Lograr mayor participación de padres de familia.
-Contar con una meritocracia en el servicio profesional docente (evaluación constante).
Por eso nuestras autoridades están emocionadas y prometen que (ahora sí) cambiará la educación. Ojalá, porque urge.
Considere que los cinco estados con los peores sistemas educativos de acuerdo al índice ICRE de Mexicanos Primero (Chiapas, Oaxaca, Michoacán, Veracruz y Guerrero) apenas promediaron un crecimiento de 1.7% anual en su PIB entre 2012 y 2015.
Por el contrario, los cinco estados con los mejores sistemas educativos crecieron a un promedio anual del 3.4%, ¡el doble que los más burros! No cabe duda: la educación marca diferencia en México y en el mundo (relea "Los dos Méxicos").
La bronca es que no es la primera vez que escuchamos promesas fantásticas sobre la educación. Sin ser exhaustivo en los últimos 60 años hemos tenido al menos nueve "reformas" federales.
Desde la mexicanidad de Ávila Camacho hasta la reforma de Peña, pasando por el Plan Nacional para la Expansión y Mejoramiento de la Enseñanza Primaria de López Mateos, la Ley Federal de Educación de Echeverría, el "Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica" de Carlos Salinas, el "Sistema Nacional de Evaluación Educativa" de Zedillo, el INEE y la prueba ENLACE de Fox y la "Alianza por la Calidad de la Educación" de Calderón.
Y esto tan solo a nivel federal. Multiplique por 32 (¡y varias veces!) para sumar las "reformas" estatales de seis décadas (mínimo un plan estatal por sexenio, ¿no?).
Reformas que auguran puras cosas bonitas y preciosas (relea "La maternidad y el pay de manzana") y luego quedan en nada porque la ejecución es malísima. Porque nuestros políticos creen cumplir al entregar el plan. Y como no ejecutan, fracasan.
Un ejemplo claro y reciente de esto es la evaluación docente. Es una herramienta súper necesaria para crear una cultura del mérito. Pero la ejecutaron con las patas (relea "Evaluar a lo pend."). Juzgue usted:
-La prueba dura 8 horas con un receso de 60 minutos.
-Tiene tres partes y los maestros no saben cuánto pesa cada una.
-Una de las partes tiene 122 preguntas de opción múltiple y algunas no tienen mucho sentido.
-El evaluado sólo recibe su calificación (destacado, bueno, suficiente e insuficiente) pero no puede saber en qué falló.
-Los destacados reciben 35% de aumento sobre sueldo base, pero este tarda meses en llegar y se eliminan del sueldo base los bonos de carrera magisterial. Ah, y no hay nada para los "buenos y suficientes".
-Los "insuficientes" tienen que capacitarse para retomar el examen. Pero pasan meses y no los capacitan.
-No se puede evaluar anualmente a todos los maestros. Un maestro "apto" podría esperar años para ser evaluado.
Evaluando así no se puede mejorar la calidad de los maestros (o de nadie). No me cansaré de repetirlo: sin una ejecución ingenieril este nuevo plan terminará igual que los anteriores. En nada.
Lo peor es que como bien explica Aurelio Nuño, un cambio profundo en cualquier sistema educativo en el mejor de los casos tardará una década en empezar a dar resultados.
Aunque soy escéptico (el actuar pasado es el mejor predictor del actuar futuro de cualquiera) quisiera darle el beneficio de la duda a este nuevo modelo educativo.
Ojalá, porque si no en unos años tendrán que hacer otro anuncio. La niña preguntará: "¿y esto para que sirvió?". Triste, la maestra no tendrá más remedio que decir: "Para nada Luisita, para nada".
En pocas palabras.
"Me siento más cómodo hundiéndome con una buena teoría que nadando con un dato incómodo".
David Mamet, escritor norteamericano.
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