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ESTILO Y VIDA

Buena suerte, mala suerte

Por: LN. Laura Sánchez Flores
Terapeuta especialista en cognición, lenguaje y biodescodificación
sanlauris@hotmail.com

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“¡Qué mala suerte! ¿Por qué me pasan estas cosas a mí?, pareciera que estoy salado”. ¿Les suena familiar?, seguro lo han pensado o dicho más de una vez, cuando las cosas pasan fuera de nuestro control, como si el destino estuviera encaminado a que nos sucedieran cosas, ya sean favorables o desfavorables. Generalmente catalogamos de mala suerte a cualquier vivencia que nos da un resultado desfavorable y al no salir como lo esperamos tendemos a enojarnos.

¿Y si todo este asunto de la suerte fuera cuestión del enfoque con el que juzgamos los acontecimientos? El relato que voy a compartir ejemplifica lo que quiero transmitir: todo depende del juicio que hagas ante los sucesos.

Estamos condicionados a hacer aseveraciones y calificar los acontecimientos que nos ocurren y la mayoría de las veces nos quedamos con la primera impresión de las cosas, sin dar oportunidad de ver más allá y nos perdemos del giro que puede dar la vida con lo que hay detrás de una apariencia. Te doy un consejo, cambia tu percepción y así cambiarás tu “suerte”.

El relato que quiero contarte es de origen chino y dice más o menos así (les platico la historia tal como la recuerdo): una vez, estaba un viejo labrador, que era viudo y muy pobre, vivía junto con su hijo, en una aldea pequeña. Un día cálido, llegó un caballo salvaje. Iba en busca de alimento. Estaba desesperado y en el establo del anciano encontró refugio del sol, comida y bebida. Los vecinos, al darse cuenta del caballo recién llegado, corrieron a felicitarlo por su buena suerte, a lo que el anciano respondió: “buena suerte, mala suerte, ¡quién sabe!”. Al día siguiente, el caballo con todo el brío, fuerza y energía que tenía brincó la barda y regresó a las montañas de dónde había venido. Al enterarse los vecinos, de inmediato fueron a ver al anciano para llorar con él su desgracia, a lo que el viejo dijo: “buena suerte, mala suerte, ¡quién sabe!”.

Y así transcurrió una semana, cuál fue la sorpresa de los vecinos cuando vieron que el caballo regresó de las montañas acompañado de su manada, sabía que ahí encontrarían comida, bebida y cobijo.  El acontecimiento era algo fuera de lo normal, aquel anciano se volvía rico de la noche a la mañana con tanto corcel, más de treinta caballos, entre hembras, machos y potrillos. Esto era algo increíble para todos los de la aldea. Como habrán de imaginar, los vecinos no tardaron en presentarse en la casa del anciano a festejar con él su maravillosa suerte y fortuna, a lo que él comentó: “buena suerte, mala suerte, ¡quién sabe!”, los vecinos estaban atónitos al ver que el viejo no reconocía la magnífica suerte que tenía.

Así pasaron los días. Una mañana, al hijo del anciano se le ocurrió intentar domar a uno de los potros salvajes, justo el primero que llegó, su pensamiento era que, si lograba domarlo, los demás lo seguirían y no escaparía ninguno. Pero cuando el muchacho lo montó, el caballo lo lanzó al suelo.

Después de que el caballo se alejó del joven, todos fueron a ayudarle y resultó en fractura de pierna, brazo y costillas. De nuevo los vecinos empezaron a murmurar, ya que el hijo del viejo era quien le ayudaba en las labores y llevaba la mayor carga de trabajo, ahora, con el cuerpo roto, tendría que prescindir de él. Era innegable que se trataba de muy mala suerte. No es necesario que les diga lo que el anciano respondió ante tal evento, ¿verdad?, ya se había convertido en costumbre que los vecinos no comprendieran el significado de tales palabras ni el sentido en el que el viejo las usaba.

Pasaron varias semanas, el ejército llegó a la aldea reclutando a todos los jóvenes que ahí vivían, por supuesto, el hijo del anciano estaba todo enyesado y no pudieron llevárselo, la respuesta del anciano a los comentarios fue “buena suerte, mala suerte, ¡quién sabe!”. Aquí termina mi recuerdo de la historia.

Muchas veces actuamos como los vecinos, nos dejamos deslumbrar o apagar por los acontecimientos, y eso nos impide ver el provecho que podemos obtener de ellos, si tan sólo actuáramos como el anciano que revisa la situación sin juicio, tendríamos más oportunidad de aprendizaje de las vivencias y, a la vez, podríamos prevenir situaciones desagradables, para no tener que catalogarlo de buena o mala suerte.