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La alternancia política, ¿cuándo sí y cuándo no?

Por: MAPPP. Samantha Aurora Acosta Cornu
Economista, maestra en Asuntos Políticos y Políticas Públicas, docente y doctorante
samantha.acosta@uaslp.mx

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Todo cambio es bueno, al menos eso dicen, y la experiencia muestra que hay amplias probabilidades de que así sea. A pesar de esto, los cambios suelen dar miedo, lo desconocido nos aterra.

En materia política lo anterior también es regla, no por nada tenemos una experiencia de un matrimonio de 70 años con un mismo partido. De vez en cuando es cómodo y hasta conveniente mantener ciertas líneas. Los ejemplos más claros de situaciones como la que menciono son los programas sociales –o de cualquier tipo– instalados por algunos gobiernos.

Es bien sabido, al menos por quienes han estado en escaños públicos o los estudian y observan, que un buen programa de política pública no se hace en meses, y sus efectos no se ven clara y contundentemente hasta pasados unos 5 años o más. Y esto no tiene que ver con los colores de quienes lo promueven y logran instaurar, estos datos responden a las circunstancias propias de cada territorio, a su población y condiciones de vida y desarrollo. Hablar del impacto de una política requiere medir ciertos indicadores y un largo proceso de observación, prueba y error.

En estos casos, es conveniente mantener el color de quien está en el poder, y, de ser posible, la misma línea (porque ya sabemos que, aunque sean del mismo color, la línea ideológica y de intereses puede ser distinta). Y uno podría preguntarse ¿por qué tendríamos que preocuparnos por eso si la política pública es buena y útil?

Pues porque, en general, el ser humano es celoso de su tiempo, sus ideas y sus logros, y a alguien se le metió en la cabeza que el fin de un escaño político es la permanencia de nuestros intereses y no de los del pueblo y sus necesidades. Entonces, es muy común que, tan pronto nace una acción de un color, termina su periodo y sin miramientos se quita. Con suerte se mantendrá bajo otro nombre, eslogan y cambios mínimos pero visibles, aunque en realidad esto casi no sucede.

Salvo estos casos, la alternancia de colores e ideas es muy importante en todos los niveles de la vida política y pública. Y nos preguntamos ¿vale cambiar por cambiar?

En mi opinión, no. Se trata de analizar propuestas, datos, de tomar una decisión a conciencia y darle a la democracia las herramientas para que cumpla su función. ¿Esto puede llevarnos a mantener el color del partido? Por supuesto que sí. Sin embargo, no habría que preocuparse si uno está convencido por la razón y no por mera afición. El problema es que nos movemos como la hinchada de un equipo y reconocer que, aunque de manera general nos identificamos con un color, pero en este momento la lógica nos lleva a elegir otro, es demasiado pedir.

Y a todo esto, ¿para qué sirve la alternancia? Este evento da frescura a los procesos políticos, nos permite expresar inconformidad y descontento, también abre posibilidades a la reflexión de quien estuvo y sale. Nos otorga las gracias democráticas y no las dictatoriales. Esto, valga la aclaración, cuando el ejercicio es transparente, real, sin coerción y cuando hay una diferencia clara entre quienes forman parte de un color u otro. La alternancia es, fundamentalmente, para los ciudadanos y no habría por qué ofenderse ni por qué armar jaleo cuando no se es beneficiario de tal en un ejercicio democrático.

Me parece fundamental reiterar, si es que no quedó claro, aquí no estamos a favor de mantener a nadie 20, 50 o 100 años en el poder en aras de la continuidad de los proyectos, porque dicen “no hay mal que dure cien años; ni cuerpo que lo aguante”, incluso las políticas públicas deben renovarse. Pasado cierto tiempo, ciertos eventos y en los periodos de estancamiento, los cambios son necesarios y sólo el tiempo nos dice si serán favorables.