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Xenofobia selectiva

Por: MDC. Daniela Paz Aguirre
Maestra en Derecho Constitucional y Derechos Humanos, por la Universidad Panamericana de México
dannypaz2107@gmail.com

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En tiempos de las polis griegas, los romanos e incluso de la Alemania nazi, las guerras, conquistas y colonizaciones descansaban en una premisa fundamental: la defensa del nacionalismo, que, en definición, es esa idea de compartir una misma esencia. El nacionalismo implica cultivar ideas, símbolos e instituciones que distinguen a la población nacional de quienes son los otros extranjeros, vistos como parte de colectivos nacionales claramente diferenciados del nuestro. Lo anterior se puntualizó como xenofobia, que es el miedo o pavor al extranjero.

Nuestro país ha sido reconocido como “un amigo del mundo” por ser una nación que ha otorgado asilo y refugio a personajes de la vida política internacional como: León Trotski, Héctor José Cámpora, José Martí o, más recientemente, Evo Morales.

Pero detrás de esta buena voluntad política y aparente fraternidad con la comunidad internacional, hay una historia de xenofobia que desconocemos y que ­–en mi opinión– seguimos perpetuando hasta el día de hoy. Yo le llamaría una xenofobia selectiva, pues no rechazamos “al extranjero”, sino­ a ciertos “extranjeros”.

Pero, como siempre, para entender nuestro presente hay que desmenuzar nuestro pasado; comencemos este breve recorrido en el año 1926, de acuerdo con el antropólogo Tobías Schwarz, cuando el presidente Calles promulgaba la Ley de Población y que, en su exposición de motivos, señalaba que “era necesario seleccionar a los inmigrantes, separando a los deseables de los indeseables” para evitar “el peligro de degeneración física para nuestra raza”, pues podían “resultar inadaptables al medio mestizo mexicano”. Según la doctora en historia Daniela Gleizer, entre 1930 y 1933, la política de migración se acentuó en un discurso racial y xenófobo, prohibiendo la entrada a personas de “raza negra, amarilla, himalaya, hindú, gitanos” y especialmente a personas judías, por sus “características psicológicas y morales”. Schwarz agrega que el punto más alto del discurso xenófobo se alcanzó en 1936 con la Ley General de Población, la cual expresaba en sus líneas “el mejoramiento de la especie mexicana” proceso al que debía contribuir la asimilación de “elementos extranjeros compatibles”.

De 1974 a 2011 se utilizó la misma Ley General de Población hasta la promulgación de una Ley de Migración –en ese mismo año– específicamente creada para controlar el enorme flujo migratorio que tiene nuestro país, ley que, por cierto, sigue vigente.

Visto lo anterior, habría que replantearnos nuestra historia y el enfoque que queremos darle a nuestro nacionalismo y, sobre todo, qué diferencias encontramos en nuestra política migratoria de las prácticas realizadas por países que pensamos son abiertamente xenófobas.

OK, pensemos que son leyes anticuadas y obsoletas que no reflejan la realidad actual del pueblo mexicano. Por el contrario, hemos recibido cinco contingentes de personas de origen afgano, pero en el fondo, existen razones de peso para su aceptación, por ejemplo, el primer contingente se trataba de estudiantes de robótica a los que les fueron otorgadas becas para continuar sus estudios; el resto pertenecía al gremio de periodistas y reporteros de medios internacionales y sus familias.

Comparemos lo anterior con las caravanas de migrantes provenientes de países de Centroamérica, a los cuales se les ha dado un trato de criminales a pesar de tener –en su mayoría– la misma crisis humanitaria que los provenientes de Afganistán.

El trato desigual entre un grupo y otro obedece a distintos motivos, entre los que se encuentran la creencia de que las personas que conforman las caravanas son parte de la delincuencia en sus países de origen; el miedo a perder oportunidades de trabajo o una discriminación por el color de su piel. Sin embargo, ninguna de estas razones parece estar sustentada, pues históricamente el número de migrantes en México jamás ha rebasado el 1% de la totalidad de población.

Si bien nuestro país ha estado fuertemente influenciado por la constante presión de Estados Unidos de América para frenar la migración en la frontera sur, no podemos dejar de lado la xenofobia que permea en la población de manera selectiva y, a veces, silenciosa.

La migración es un fenómeno natural del ser humano, históricamente ha beneficiado al intercambio cultural y al florecimiento de sociedades. Promover la xenofobia o desconocerla impide que tengamos una visión de comprender al mundo con nuevos ojos.