
A menudo se cree que la inclusión financiera y la bancarización son lo mismo, pero basta con mirar la realidad de América Latina para darnos cuenta de que no es así. Tener una cuenta bancaria no garantiza que una persona esté integrada al sistema financiero. Millones de latinoamericanos siguen dependiendo del efectivo, ya sea por falta de confianza en las instituciones financieras, desconocimiento de los servicios bancarios o porque los productos disponibles no encajan con su día a día.
La verdadera inclusión no significa dar acceso a una cuenta bancaria, sino lograr que las personas aprovechen de forma continua los servicios financieros. Aquí es donde se marca la diferencia entre una estrategia transaccional y una relacional. Mientras que la primera se enfoca en la captación masiva de clientes, la segunda apunta a la fidelización, ofreciendo productos diseñados para mejorar la vida de los usuarios.
Según estudios de Americas Market Intelligence y Mastercard, la pandemia por COVID-19 aceleró la bancarización en América Latina: más de 40 millones de personas entraron al sistema financiero gracias a subsidios gubernamentales digitales en algunos países, sin embargo, muchas de estas personas retiraron su dinero en efectivo inmediatamente, sin utilizar otros servicios financieros.
El problema no es sólo estructural, sino de percepción y experiencia del usuario. Para muchos, los bancos siguen siendo instituciones distantes, con barreras de entrada como costos elevados, largos trámites y productos que no responden a sus necesidades. Aquí es donde la tecnología financiera (fintech) ha cambiado las reglas del juego. Las fintech han innovado con soluciones ágiles y centradas en el cliente, desde billeteras digitales hasta métodos de pago en tiempo real.
América Latina tiene una enorme oportunidad por delante: el 49% de la población aún no tiene cuenta bancaria, pero no podemos hablar de la región como un mercado homogéneo. Las necesidades varían según el segmento de la población. Los jóvenes en su primer empleo requieren soluciones de ahorro y crédito flexibles que se adapten a su nivel de ingresos y estabilidad laboral. Las microempresas, como las tienditas de barrio, necesitan herramientas de financiamiento y pago digital accesibles para ser más competitivas sin aumentar costos operativos.
Los oficios tradicionales y los trabajadores informales representan otro gran reto; albañiles, electricistas, carpinteros y vendedores ambulantes suelen manejar sus ingresos en efectivo y carecen de acceso a productos financieros diseñados para su realidad laboral. Sin herramientas de ahorro, crédito o seguro, estos trabajadores enfrentan una vulnerabilidad económica significativa. Las fintech están reduciendo la brecha de financiamiento, ofreciendo soluciones innovadoras para estos segmentos.
Las Fintech están trabajando con bancos tradicionales, gobiernos y empresas para ampliar su impacto. El sector empresarial también juega un papel clave, pues las grandes compañías, especialmente las que operan en sectores estratégicos como la minería, la manufactura y la agroindustria, pueden facilitar el acceso a productos financieros para sus trabajadores, proveedores y comunidades locales. A través de alianzas con fintech y bancos, las corporaciones pueden reducir las barreras de acceso y fomentar una cultura de ahorro e inversión en sus ecosistemas laborales.
Desde el marketing financiero, el reto no sólo es ampliar la oferta, sino hacerla relevante para cada nicho de mercado. ¿Cómo logramos que el cliente vea el beneficio y el valor en mantener su dinero en una cuenta digital en lugar de retirarlo en efectivo? La respuesta pasa por educación financiera, conectividad, incentivos estratégicos y una experiencia de usuario eficiente y confiable. Además, es fundamental abordar las brechas generacionales. Mientras que los jóvenes muestran una alta predisposición a utilizar billeteras digitales y neobancos, los adultos mayores prefieren el efectivo y las interacciones presenciales. La estrategia debe contemplar no sólo la digitalización, sino la creación de puntos de acceso físicos y mecanismos de asistencia personalizados para estos grupos.
La inclusión financiera no es sólo una cuestión de acceso, sino de transformación de hábitos. Para lograrlo, el ecosistema financiero de América Latina debe apostar por una narrativa centrada en el usuario, donde la tecnología no sea un fin, sino un medio para empoderar económicamente a millones de personas.
América Latina necesita una visión de inclusión financiera que vaya más allá de la bancarización. La clave no está en abrir cuentas, sino en diseñar un ecosistema financiero que sea accesible, confiable y útil para todos.