

Ya sea en forma de Javier Milei agregando palabrotas como corolario a sus mensajes en redes, o incluso en persona para insultar a sus oponentes; Elon Musk (aunque no es oficialmente un político) dando saltos y jugando con una simbólica sierra eléctrica para “cortar a la burocracia”, o Donald Trump diciéndole a la cara a un periodista: “¡eres fake news!”, me pregunto si la política reciente ha perdido toda seriedad –o si nunca la tuvo– y las formas de antes eran pura hipocresía. Ya es rutina que veamos poco a poco la erosión de la solemnidad, dignidad incluso, que solía acompañar a los actos políticos –al menos los oficiales–, para degenerar cada vez más y más, en distintos países antes considerados “muy de política seria”, en circos de vocabulario colorido y a ratos espectáculo indigno. Personajes de países europeos como Inglaterra o España no se han quedado atrás. Puede estar sujeto a debate si Argentina jugaba o no en esa liga, pero lo cierto es que su personaje político actual es bastante sui generis.
Vivimos tiempos raros. La política de naciones que tradicionalmente llamábamos “serias” parece cada vez más una mezcla entre programa de variedades, redes sociales y espectáculo de medio tiempo del Super Bowl. Y no es sólo una impresión fugaz: entre los gritos de Trump, los memes de Milei, los posts incendiarios de Musk y los gestos performativos antes impensables en el poder, la solemnidad de la política está en vías de extinción. ¿Es eso necesariamente malo? ¿Estamos ante un apocalipsis institucional o simplemente una transformación del teatro político al ritmo de TikTok?
Hasta hace poco, el arquetipo de político era alguien serio, mesurado, con verbo moderado y gestos contenidos. Una especie de adulto en la habitación, que sabía manejar tanto presupuestos como crisis sin necesidad de armar escándalos. Había un contrato tácito con el público: nosotros fingimos que te creemos, tú finges que sabes lo que haces. La solemnidad era el pegamento de ese pacto. Esa ritualidad hoy se derrumba como castillo de naipes. Lo que ahora parece funcionar es lo contrario: políticos disruptivos, carismáticos en lo superficial, muchas veces antitéticos a la corrección política y enamorados del micrófono. ¿Por qué?...
La respuesta corta es “Internet”. La larga: fragmentación de los medios, desencanto creciente con las élites tradicionales y el auge de la política identitaria. Otro factor importante fue el hartazgo de la gente con la “política tradicional” y su eterna corrupción, su falta de empatía, sus escasos resultados. La supuesta solemnidad para muchos en el pueblo olía solamente a hipocresía. Les cae mejor el político que habla como ellos y que también comparte memes. Hoy un político no necesita el respaldo de grandes partidos o medios masivos; le basta con un canal de YouTube o una cuenta de X (antes Twitter). Puede dirigirse sin barreras a su audiencia, saltarse los filtros y construir su narrativa sin intermediarios.
Ahí entran personajes como Trump, que entendió mejor que nadie el poder del espectáculo. Su presidencia fue, y ahora es nuevamente, un reality show con consecuencias. Y Milei, con sus gritos contra “la casta” y sus guiños al anarcocapitalismo, llevó ese estilo a Latinoamérica, mezclando un discurso económico duro con una performance casi “punk”. La ruptura con las formas tradicionales, aunque chocante para muchos, ha hecho, quizá, que la política se más accesible, al menos en apariencia. Algunos ciudadanos sienten que estos líderes "dicen lo que piensan", sin los filtros del establishment. Es una ruptura con la hipocresía institucionalizada. Y no deja de ser una crítica al statu quo: los outsiders ponen en evidencia las fallas de los sistemas heredados. Cuestionan instituciones fosilizadas, rompen con el elitismo y dan voz a sectores antes ignorados. ¿Suena bien? A veces lo es. Pero también permite que la política se convierta en una carrera de “likes” y se olvide por completo el largo plazo.
La política puede sobrevivir sin corbatas acartonadas, pero no sin un buen plan. Habrá que tener cuidado de que no todo quede en el show, con decisiones tomadas al calor del trending topic, sino que los procesos de fondo sigan siendo democráticos.









