“Bebe vino y come queso y llegarás a viejo”, anónimo.
Conocida como la “fiebre de Malta”, “fiebre ondulante” o “fiebre del Mediterráneo”, la brucelosis es una enfermedad zoonótica (transmitida de los animales al hombre) de interés para la salud pública desde el ámbito de la salud humana, pero también animal, al afectar a varias especies de mamíferos como ganado bovino, equino, porcino, ovino, caprino y a los perros. Es considerada una enfermedad ocupacional, ya que no sólo causa daño a las personas que consumen alimentos derivados, sino a quienes trabajan con los animales infectados, como granjeros, veterinarios, cuidadores, personas dedicadas a la manufactura de lacticinios, etc.
En la actualidad existen varias cepas de la bacteria del género Brucella, causante de esta enfermedad, siendo las más frecuentes las especies B. melitensis y B. abortus. Como agente infeccioso fue descubierta en 1887 por el médico David Bruce, quién –siendo parte del ejército británico– notó que la fiebre que aquejaba a los soldados en la isla de Malta era por beber leche de ganado enfermo.
Debido a su capacidad para sobrevivir en el medio ambiente se puede transmitir por contacto directo de los humanos con secreciones en agua o tierra contaminada por heces, semen, orina, saliva, secreciones oculares y nasales, y fetos abortados, si las personas presentan lesiones en piel o bien por inhalación de aerosoles; siendo los trabajadores de rastros, ganaderos, veterinarios o personal de laboratorio los más susceptibles. Pero la transmisión de mayor frecuencia y relevancia pública, social y económica es la que se presenta hacia el resto de la población a través de la ingesta de productos cárnicos crudos y derivados lácteos no pasteurizados, sobre todo de origen caprino y bovino.
Cada año hay aproximadamente 500 mil nuevos casos de brucelosis humana en el mundo, sin discriminar en edad o sexo, con mayor prevalencia en países en vías de desarrollo. En ocasiones su diagnóstico en personas es un reto, ya que los síntomas son fluctuantes, pasando desde la forma asintomática a presentar fiebre elevada, escalofríos, cansancio, dolores articulares, musculares y abdominales, entre otros, los cuales pueden ser agudos o presentarse de forma intermitente por años.
Su diagnóstico es mediante pruebas de sangre y estudios de imagen como radiografías o tomografías a fin de identificar afectaciones en huesos, corazón, cerebro y otros tejidos. Desafortunadamente, ya que esta bacteria evade el sistema inmune y los efectos de los medicamentos, su tratamiento requiere de esquemas de antibióticos, según las características de la persona y los órganos afectados, e incluso si se realiza el diagnóstico temprano y se prescribe correctamente la terapia, entre 10 y 30% de los pacientes desarrollará brucelosis crónica.
Debido a esta dificultad para el diagnóstico, el tratamiento y su erradicación, las estrategias actuales en materia de salud pública, sobre todo en países como México, buscan fortalecer la prevención mediante organismos como el Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), que protege los recursos agrícolas, acuícolas y pecuarios de plagas y enfermedades de importancia, por medio de la vigilancia y vacunación de los animales; de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) para la vigilancia y capacitación de productores de leche y sus derivados; y de la Secretaría de Salud para educar e informar a la población en:
¡Porque uvas, pan y queso, saben a beso!, pero seguras son mejores.