Habitualmente no comienzo a escribir mis artículos con definiciones, sin embargo, hablar de nacionalismo resulta tan extenso y con tantas aristas que trataré de dar mi visión y de cómo se desvanece dicho concepto con el paso del tiempo, entendiendo que patriotismo no es chovinismo, pero tampoco es nacionalismo. Así pues, comienzo el presente explicando que, en el sentido más básico y lingüístico, el nacionalismo es el “sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia”.
A lo anterior, quisiera agregar a la “identificación con su realidad y su historia” cuestiones como la lengua, las características físicas, la ideología política, las tradiciones y que, en suma, llevan generalmente a exacerbar el amor a la propia nación por encima de otras.
Y es precisamente en esto donde me parece que existe un problema. El ejemplo “madre” del nacionalismo extremo será por siempre la barbarie cometida en la Segunda Guerra Mundial que, usando como estandarte el amor distorsionado a la patria, pretendía enaltecer la raza y la ideología política y destruir todo aquello que no fuera símil o perteneciera al Estado; aunque ejemplos hay muchos sobre nacionalismo extremo, ninguno ha sido tan abiertamente reconocido, lo que hace más difícil su identificación y posterior reflexión en aras de no repetirlos.
Si bien hubo una época en donde la exaltación de las similitudes era necesaria para la prosperidad económica, política y de poder de los Estados, al paso del tiempo, la globalización, los conflictos armados y los constantes flujos migratorios han diluido las fronteras del nacionalismo, “el otro” ya no es obligatoriamente igual a mí, ni en lo físico ni en lo político, tampoco en lo ideológico, entonces, ¿qué nos une ahora? Me parece que la respuesta a esta interrogante todavía se sigue construyendo. La verdad es que a mayor diversidad, mayor fragmentación de la sociedad existe, creando grupos más pequeños, pero profundamente antagónicos entre sí, producto de la intolerancia, pero también del no aceptar que la vida pública ya no es la misma que solía ser. Pongamos de ejemplo a Francia que, según los diversos artículos que se han escrito sobre nacionalismo, tiene un apartado especial, siendo considerada la Revolución francesa como el inicio del nacionalismo actual; aquel país que solía ser estandarte de la modernidad política por sus valores de libertad, igualdad y fraternidad, en las elecciones realizadas en días pasados dejó ver la enorme polaridad que existe entre su población, con prácticamente la mitad de los votos para la extrema izquierda y la otra mitad, para la extrema derecha, el país se encuentra dividido.
Lo anterior no es ninguna sorpresa, la división es producto de años de migración que existe hacia territorio francés de millones de habitantes de los países colonizados durante siglos, es evidente que las ideologías se contraponen a los franceses de generaciones y generaciones atrás. Pero lo mismo ocurrió en Países Bajos e Italia, donde ganó la extrema derecha; o la fuerte segmentación política que existe en Estados Unidos de América, países que han hecho gala de su nacionalismo más o menos, dependiendo la línea del tiempo.
Y aunque México no es precisamente un país nacionalista (sino todo lo contrario), con el éxodo de migrantes de países de América Central y del Sur, muchos son los que rechazan la estancia de personas migrantes bajo el estandarte de que no somos iguales en lo ideológico, pero tampoco compartimos el mismo color de piel, especialmente para provenientes de países como Haití e incluso África.
Concluyo haciendo hincapié en que el amor a la patria visto con los ojos del patriotismo será siempre positivo, amar un territorio sea propio o ajeno y cuidar de él enalteciendo sus costumbres, sus paisajes, su gastronomía y su riqueza cultural es necesario para la identidad personal; el nacionalismo que no tiene cabida en las sociedad actual es aquel que excluye y no entiende que las fronteras que una vez delimitaban extensiones territoriales y promovía la superioridad de una nación sobre otra han quedado atrás.
El gran reto de los gobiernos es incluir todas las expresiones culturales y crear una hegemonía basada en el respeto mutuo, la empatía y la tolerancia. Y el reto de los ciudadanos es fomentar en las nuevas generaciones los mismos valores.