A veces un escritor da noticias desde el más allá al que ha sido relegado. Célebre en su tiempo, Sinclair Lewis es poco leído. Las enciclopedias recuerdan que en 1930 fue el primer estadounidense en recibir el Premio Nobel. Dueño de un sentido del humor que le permitía criticar el entorno para sobrellevarlo sin amargura, diseccionó la vida de una pequeña ciudad en Calle mayor, las ambiciones del capitalismo en Babbit y la heroica y no siempre fructífera lucha de la medicina en Arrowsmith.
Como otros artistas, encontró su principal desafío en el espejo. Su pelo rojo, su rostro cubierto de acné, sus ojos saltones y su cuerpo enjuto le produjeron insatisfacciones que el destino supo reforzar. Perdió a su madre a los seis años y a su primogénito (a quien llamó Wells por el autor de La guerra de los mundos) en la Segunda Guerra Mundial. Tímido y seguro de su inteligencia, parecía arrogante y trabó pocas amistades en su natal Sauk Centre, Minnesota. A los trece años intentó una forma extrema de socialización, enrolándose como tambor en el Ejército. A esa huida siguieron otras. La más esperanzadora lo llevó a la Universidad de Yale, de la que salió sin graduarse. Pasó de un empleo a otro mientras trataba de publicar cuentos. Escribió folletines con seudónimo y le vendió una trama a Jack London. Entre tanto, contrajo un hábito que Alan Pauls ha definido como el servicio militar obligatorio del escritor estadounidense, el alcoholismo, que terminaría por matarlo a los 65 años.
Entre tanta turbulencia no parece haber espacio para la creación y menos aún para glorificarla. Pero una de las paradojas del arte es que las desdichas son el reverso de la obra. El chico que se horrorizó al verse cubierto de acné y empeoró su situación con un absurdo tratamiento de rayos X, escribió con irónica piedad de los desastres del naciente siglo XX.
En 1925 rechazó el Premio Pulitzer, señalando que toda distinción es peligrosa. Cinco años más tarde no pudo rechazar el Nobel y se resignó a decir: "Es mi fin. Es algo fatal. No puedo estar a la altura". La fama lo agravió tanto como la soledad.
Después de un primer matrimonio con una editora de Vogue, se casó con la periodista Dorothy Thompson, que logró adentrarse con inteligencia en los laberintos de un hombre que sólo encontraba la felicidad por escrito. Thompson fue corresponsal en Berlín hasta que Hitler la expulsó de ahí. Su conocimiento de la Alemania nazi alertó a Lewis sobre el populismo de derecha que amenazaba a Europa. En 1935, Mussolini invadió Etiopía y Hitler suspendió los derechos civiles a los judíos. En Estados Unidos, el gobernador de Louisiana, Huey Long, apoyado por el sacerdote ultraconservador Charles Coughlin, lanzó una cruzada contra el gobierno de Roosevelt. Lewis advirtió la amenaza que se cernía sobre Estados Unidos: un candidato de derecha, percibido como un outsider que critica sin reservas ni decoro a los políticos convencionales, machista y discriminatorio, enamorado del poder y del dinero, podía ganar la Presidencia prometiendo riqueza instantánea para todos. El novelista reaccionó con una historia escrita en dos meses: It can't happen here (No puede pasar aquí), sobre un demagogo que en 1936 gana la Presidencia, acaba con las garantías civiles, anuncia que México y Rusia son una amenaza, blinda la frontera, declara la ley marcial, asesina a los disidentes y consuma en forma trágica el anhelo de acabar con el sistema.
El protagonista, Doremus Jessup, es un periodista liberal de Vermont (otra sintonía con el presente, pues se trata del estado de Bernie Sanders) que en un principio considera imposible que un payaso neofascista conquiste la voluntad popular. Con alarma, advierte que ese delirio es atractivo para muchos; se radicaliza, es arrestado, logra escapar y termina ingresando en la clandestinidad.
Hace ochenta años Lewis publicó una detallada profecía del totalitarismo. El clima antifascista que imperaba en Estados Unidos convirtió la novela en un bestseller y su adaptación teatral estuvo cinco años en cartelera. Hoy ese horror que "no puede pasar" es el sueño, acaso realizable, de Donald Trump.
Si los votantes leyeran al olvidado Sinclair Lewis conocerían la realidad que acecha tras la promesa de renovar la grandeza americana.