

En el corazón de Oriente Medio, un territorio del tamaño de una gran ciudad vive una de las tragedias más persistentes, documentadas e impunes del siglo XXI. Gaza no sólo es una herida abierta, sino una cicatriz que el mundo ha decidido mirar de reojo. Desde el 7 de octubre de 2023, la ofensiva militar de Israel sobre la Franja de Gaza ha provocado una catástrofe humanitaria sin precedentes. Lo que Tel Aviv presentó como una respuesta a los ataques perpetrados por el grupo Hamas, escaló a una campaña militar devastadora, que organismos internacionales, académicos del derecho y gobiernos califican como un genocidio en curso.
Para entender el conflicto, debemos poner en contexto que lo que conocemos como “la franja de Gaza” es un enclave costero de 365 km², una de las zonas más pobladas del orbe. Antes de la guerra actual, más de dos millones de palestinos vivían allí, la mayoría refugiados o descendientes de refugiados expulsados en 1948, cuando Occidente aplicó la creación del Estado de Israel a finales de la Segunda Guerra Mundial. A Gaza se le ha impuesto un bloqueo terrestre, marítimo y aéreo restringiendo acceso a bienes como alimentos, combustible, medicinas y materiales de construcción desde 2007 perpetrado por Israel. Según datos verificados por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), hasta junio de 2025, más de 38 mil palestinos han muerto y más de 87 mil han resultado heridos. Es importante subrayar: en su mayoría mujeres y niños. La infraestructura ha sido devastada: más del 80% de los hospitales están fuera de servicio, miles de edificios han sido arrasados y al menos 1.7 millones de personas están desplazadas.
La narrativa oficial de Israel se apoya en su derecho a la defensa tras el ataque de Hamas del 7 de octubre, en el que murieron alrededor de 1,200 personas, en su mayoría civiles israelíes, y se tomaron más de 250 rehenes. Sin embargo, la respuesta ha sido calificada como desproporcionada y deliberadamente dirigida contra la población palestina. Diversos informes de Amnistía Internacional, Human Rights Watch y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU han documentado crímenes de guerra por parte de Israel: el uso de bombas de 2,000 libras en zonas residenciales, el corte sistemático de suministros básicos y ataques directos a hospitales, escuelas y campos de refugiados.
Y aunque Hamas, considerado organización terrorista por Israel y sus aliados, también ha generado violencia, la diferencia es abismal. Basta decir que Israel es financiado con unos 3,800 millones de dólares al año, mientras que los habitantes de Gaza utilizan la poca energía que les queda en búsquedas de agua y comida. Y todo esto ante un planeta polarizado que poco o nada ha hecho al respecto.
Países como Brasil, Turquía y México han condenado la ofensiva israelí y potencias como USA, Reino Unido y Alemania han seguido respaldando a Israel política, económica y militarmente, permitiendo que se siga matando civiles y que perpetúen la idea de desaparecer una etnia que fue desterrada de su lugar de origen a manos de Occidente. Países que rechazaron la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia que, a través del fiscal, solicitó en mayo de 2024 órdenes de arresto contra funcionarios israelíes y líderes de Hamas, incluyendo al primer ministro Benjamín Netanyahu, quien quedará como genocida en los anales de la historia.
Y el término "genocidio" no es una metáfora. Según la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948), implica actos cometidos con intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Las pruebas son contundentes: discursos deshumanizantes por parte de funcionarios israelíes, declaraciones que llaman a borrar Gaza del mapa, políticas sistemáticas de desplazamiento forzado y asesinatos masivos de civiles.
Gaza es ejemplo de que Occidente no tiene voluntad para acabar con el genocidio llevado a cabo por Israel y aunque el mundo vea con indignación lo que ocurre, no es suficiente. Hoy, Gaza enfrenta no sólo la destrucción física, sino la aniquilación de una sociedad. La comunidad internacional tiene la obligación legal y moral de actuar. La impunidad no puede ser la constante en la ecuación israelí-palestina.
Exigir un alto al fuego, levantar el bloqueo, restaurar la ayuda humanitaria, garantizar justicia internacional y trabajar por una solución política real, basada en los derechos humanos y el derecho internacional, no es tomar partido, es elegir la dignidad humana. La historia de Gaza no es una guerra entre iguales. Es una lección dolorosa sobre cómo el poder, el silencio y la deshumanización pueden perpetuar lo que ya nadie debería permitir: matar en nombre de la seguridad.









