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Atrapados en las redes y deprimidos

Por: MBA. Horacio Marchand Flores
Fundador de Hipermarketing.com, el portal más grande de mercadotecnia en Iberoamérica
@HoracioMarchand

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Desde el crecimiento de las redes sociales, la depresión y la desesperanza entre los adolescentes se ha disparado. Casi la mitad de los preadolescentes (tweens) y los adolescentes están de acuerdo con frases como “no puedo hacer nada bien”, “no disfruto de la vida”, “mi vida no tiene valor”. Escandaloso.

No sólo resulta escandaloso el número, sino el ascenso vertiginoso. Este sondeo anual lo viene realizando en EUA la Universidad de Michigan desde 1991, donde los niveles de depresión rondaban, en promedio, por años, en el 25%, pero desde la explosión de las redes, en el 2012, el número casi se ha duplicado (Dra. Jean Twenge: “Generations: The Real Difference Between Gen Z, Millennials, Gen X, Boomers, and Silents; and What They Mean for America’s Future”).

El estudio no incluye la adicción a la pornografía, que parece estar arruinando la vida sexual y de pareja de jóvenes y adultos. Es que al final de cuentas, todo el planeta está involucrado, en un grado o en otro, con las redes. Esta es la era de una nueva adicción: shots de dopamina digitales constantes, uno tras otro, hasta que, por agotamiento, cae desplomado y desequilibrado el sistema nervioso.

En EUA, la tercera parte de las adolescentes ha considerado seriamente el suicidio y las heridas autoinfligidas han crecido el 163% en la última década. El suicidio es ya la segunda causa de muerte en los jóvenes norteamericanos.

Nos “edopinamos” como remedio y como causa de la ansiedad. Nos comparamos, anhelamos, deseamos, envidiamos. Simultáneamente, son fuga de ansiedad, aburrimiento y procrastinación y, justamente, pueden ser causa de las tres. Operan como ansiolíticos, que con el tiempo acaban provocando más ansiedad y demandando dosis cada vez más altas.

Un ejemplo de cómo nos atrapan las redes, se ilustra con un estudio que realizó el Wall Street Journal (WSJ, 22-7-2021). El WSJ creó 100 cuentas falsas en TikTok, apoyado en bots, y les definió un perfil específico privado, sin compartirlo en la app. Por ejemplo, al usuario kentucky_96 lo ubicó como triste o depresivo. A otro perfil, lo catalogó como atlético y entusiasta, a otro parrandero, a uno más, como nerd, y así sucesivamente.

Los soltó en la app y ésta empezó a disparar los videos más populares como “anzuelos”, a ver cuál “picaba” más por usuario. El WSJ, comprobó que, tras 15 min y 80 videos, el algoritmo identificó al usuario en sus preferencias. Ninguna de las 100 cuentas tardó más de dos horas en ser perfiladas; después de 120 min, el algoritmo ya sabía qué tipo de contenido generaba engagement (involucramiento) y de ahí te enviaba la avalancha de ese tipo de contenido. Es decir, se le manda aquello que es de su interés y se le niega todo aquello que es diferente a su perspectiva.

Con el tiempo, esto puede llevarnos a un mundo de tribus polarizadas sin ánimo de apreciar la diversidad y a círculos de autodestrucción reafirmados por otros como nosotros.

En fin, pareciera que la evolución humana necesariamente tiene que pasar por la lucha entre, por un lado, los intereses de las compañías que satisfacen una demanda de corto plazo, como cigarrros, vaping, alcohol, pornografía, videojuegos, comida chatarra, sustitutos de alimentos cancerígenos, experiencias extremas, consumo de violencia, etcétera; y por el otro lado, la sociedad sorteando las consecuencias a mediano y largo plazo en casos, infelizmente frecuentes, de consumo adictivo y de la deformación de carácter.

El futuro, siendo optimista, quizás lucirá menos ansioso, materialista y opresivo y, como consecuencia, la necesidad de fuga y evasión se reduzca o se minimice. Quizás, eventualmente, la humanidad se centre en una mayor educación psicológica, convertida en mainstream, que promueva el alfabetismo emocional, la conciencia sistémica y un regreso a patrones de vida más centrados en la naturaleza.