
A veces, lo que parece imposible para otros se convierte en la prueba de que el cambio sí es real cuando alguien decide transformar su vida. Si todo a nuestro alrededor evoluciona, ¿por qué no habríamos de hacerlo también nosotros? El psicoterapeuta Alfred Adler utiliza el término “estilo de vida” para definir tu personalidad y tu disposición, el cómo vemos el mundo y a nosotros mismos. Alrededor de los diez años se elige el “estilo de vida”, por lo tanto, podemos decir que no es algo con lo que naces, es decir, se puede cambiar una y otra vez.
Crecimos con la idea de que nuestra personalidad se define mediante los traumas o acontecimientos que marcaron nuestra vida y que, sin importar los esfuerzos, esa forma de ser es irreversible e, incluso, incapaz de ser modificada. Al hablar de los traumas que nos impiden dar ese paso que nos puede permitir acercarnos a las metas o los cambios que deseemos hacer en nosotros, podemos concluir que no estamos determinados por nuestras experiencias, sin embargo, el peso o la importancia que les demos es determinante para obtener el éxito o el fracaso. Cambiar no significa abandonar nuestra esencia, sino adaptarnos, aprender y crecer. No somos quienes éramos hace 10 años, ni siquiera hace un año. Cada experiencia moldea quiénes somos y nos prueba que el cambio es inevitable. Al intentar dar el primer paso ante el cambio podemos experimentar una cantidad de circunstancias que podrían dar pauta a pensar que lo que buscamos es algo imposible.
Existen dos teorías que se contraponen en el desarrollo del ser humano. Una, elaborada por Freud, se caracteriza por asegurar que todo lo que forma parte de nosotros se basa en las experiencias pasadas. La etiología se encarga de estudiar las causas, respondiendo a la pregunta “por qué” ante cada circunstancia. Por otra parte, Adler propone algo que fortalece la determinación. La teleología permite que conozcas el propósito de las cosas, haciendo a un lado el pasado para dar entrada al presente en el crecimiento personal.
Otra limitante para hacer un cambio es no reconocer la persona que eres. Muchas veces vemos a nuestro alrededor y desearíamos tener las características, cualidades o capacidades de otro individuo, nos olvidamos del equipamiento que tenemos, muchas veces vemos a gente de nuestra edad, de nuestro entorno o con la que consideramos que pudiéramos tener algo en común y nos enfocamos en el lugar en donde la otra persona se encuentra, pensando que es mejor o más capaz porque así nació y, al perder ese enfoque en nosotros mismos, perdemos el sentido de lo que podemos hacer con todo lo que tenemos, así que, aunque suene a libro de superación personal, hasta que no logremos aceptar lo que somos no podremos sacar provecho de todo lo que tenemos.
Una de las razones por las cuales las personas no se sienten satisfechas con lo que tienen es porque viven en una constante competencia, buscando cambios inmediatos en lugar de reconocer que provienen de esfuerzos tangibles y realistas; aprender a reconocer que no somos máquinas que se pueden reemplazar nos ayudará a entender que lo que necesitamos es renovarnos, una y otra vez.
Habiendo analizado las teorías del cambio y los impedimentos, logramos identificar que la teoría de Adler puede permitirnos encontrar elementos que nos alejen de las causas y nos acerquen más al propósito, y para ello se requiere de coraje para aceptar y seguir intentando. Aceptar que las modificaciones son procesos en los que se falla, y mediante esos fallos podemos volver a acertar y renovarnos.
La vida no es algo que alguien te da, sino algo que escoges por ti mismo; tú eres el único que decide cómo vivirla. Dicen que somos criaturas de hábitos, pero la realidad demuestra que, con voluntad y circunstancias, somos capaces de transformarnos.