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PANORAMA POLÍTICO

Las identidades sociales: la importancia política de los grupos

Por: MAPPP. Samantha Aurora Acosta Cornu
Economista, maestra en Asuntos Políticos y Políticas Públicas, docente y doctorante
samantha.acosta@uaslp.mx

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Las personas tenemos una identidad individual que se forma en la infancia, eso dice la psicología; a veces ­nos dicen que son varias identidades; en otras ocasiones, que son varios componentes los que forman una sola identidad.

No es un tema o esfuerzo nuevo el descifrar lo que es la identidad; psicólogos, sociólogos y filósofos han buscado la respuesta y una conceptualización desde hace mucho tiempo, pero no se ha llegado a un acuerdo o única explicación. Lo que parece más de consenso es que la identidad nos permite saber quiénes somos y quiénes son los otros.

Cuando las personas tomamos decisiones no solemos pensar que eso tiene algo que ver con nuestra identidad o identidades (pensando en que son fragmentos que se unen para formar la unidad de nosotros), sin embargo, como lo hemos discutido en otros espacios, rara vez somos racionales, por más que lo diga la Teoría Económica.

Voy a profundizar un poco en esto, a nivel individual, para después pensar en un asunto colectivo. La identidad se manifiesta en nosotros, pero no es usual que la reflexionemos, que la construyamos de manera consciente; todo lo contrario, muchísimas veces ni si quiera sabemos de qué está formada; nos basta con poder decir que somos hombres, mujeres, maestros, ingenieros, padres, madres, hijos. La identidad individual y la identidad social (colectiva) tienen influencia en las decisiones que tomamos y, como tal, son materia de análisis político… ¿por qué?

¿Cuál es el punto de encuentro de una adolescente que cambia de gustos musicales cada mes porque sus amigas lo hacen, un joven que ante la incomodidad del abuso que presencia se calla por ser observado, de los adultos que en las reuniones de trabajo se ríen de los chistes que no les parecen graciosos y adoptan la línea ideológica de quien los acoge? El sentido de pertenencia.

El sentir que pertenecemos a algo o a alguien nos otorga un emblema de identidad. A veces lo imagino como cuando eras parte de los scouts e ibas ganando insignias; pertenecer a un grupo nos da una insignia para nuestra identidad.

Todo bien hasta ahí, el problema es que esas insignias y la pertenencia no vienen sólo con la satisfacción de reconocerse en los otros y con los otros como parte de un grupo, vienen también con cargas morales, de responsabilidades e ideológicas.

¿Qué pasa si soy parte de una compañía y no concuerdo con ciertas estrategias que llevan porque me parecen fuera de los estándares morales? ¿Qué tal que me costó muchísimo trabajo que el grupo de gente popular de la universidad me considerara parte de él y resulta que no me agrada tanto? ¿Y si todas esas personas que admiro y que me han acogido en esta organización piden que votemos por cierto candidato o candidata las próximas elecciones?

La identidad, la pertenencia y las decisiones que tomamos para mantenernos en los grupos que formamos son políticas –recordemos que donde hay conflicto, hay política–. Muchas veces callaremos lo que internamente consideramos “correcto” para privilegiar lo que para el grupo es “adecuado”.

Hay riesgos importantes en no ser consientes de esto porque siendo muy claros no hay una “solución”; como seres sociales requerimos de grupos para formarnos, desarrollarnos y sentirnos satisfechos. Entonces, no podemos pretender romper con todo, tomar el estandarte de superioridad moral o ideológica y aislarnos, al final, nuestra identidad ya tiene impresas ciertas características de los grupos por los que hemos pasado, lo veamos o no.

No caigamos en la trampa de la “voz generalizada” porque a veces ese sí, ese no, esa decisión que “el grupo ha hecho” encierra más que los síes y noes individuales, hay opiniones disfrazadas que, de una u otra forma, no se sienten representadas. Esas inconformidades, tarde o temprano, salen a flote: se muestran, pelean o abandonan. Sea cual sea el camino siempre hay un costo político, tanto en callar y asumir al grupo, como en no hacerlo y, en muchas ocasiones, el costo es el mismo, sólo que se retrasa su cobro.