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PANORAMA POLÍTICO

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Por: Denise Dresser
Analista política en radio y autora de numerosos artículos sobre política mexicana y relaciones México-Estados Unidos
@DeniseDresserG

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“Yo soy el rey. Yo consigo lo que quiero”, anuncia Robert Baratheon en Juego de Tronos. Y en una corte medieval así se ejercía el poder; de manera omnipotente, de forma discrecional, de modo voluntarioso. Sentado en una silla colocada por encima de sus vasallos, el monarca decidía qué era lo justo y qué era lo injusto, quién era un traidor y quién era un patriota, quién merecía morir y quién merecía vivir. Formaba alianzas, decapitaba enemigos, distribuía castillos, repartía bolsas de oro, gobernaba supremo, asesorado quizás por un grupo pequeño de consejeros escogidos por su pleitesía al todopoderoso. Para sobrevivir, había que estar atentos a cada gesto, cada palabra, cada pronunciamiento de un solo hombre. No eran tiempos de leyes o constituciones o normas o licitaciones o presupuestos. Eran tiempos de tronos.

Parecidos a los que rigen en México hoy, donde el Presidente actúa como si fuera el monarca de los Siete Reinos y no el representante electo de una república constitucional, con división de poderes y facultades. Basta con ver cómo se toman decisiones. AMLO se reúne con miembros del gabinete entre 6:00 y 7:00 am. Da órdenes, gira instrucciones, asigna tareas, oye denuncias, incluso regaña. De ahí pasa a la conferencia matutina donde hace lo mismo, mientras arremete contra el enemigo designado del día. La justificación para embestir o eliminar siempre es la misma: el combate a la corrupción. La respuesta para enmendar o corregir siempre es igual: yo decido.

El Presidente está tomando decisiones de gran envergadura basadas en la intuición o en lo que sus cortesanos le cuentan. Le dicen lo que quiere oír y él escucha lo que quiere escuchar: que hay irregularidades, que hay corrupción, que se encontraron un cochinero, que es necesario recortar para limpiar. Pero la información que le proveen no necesariamente es correcta o fidedigna o veraz. ¿Dónde está el censo sobre las estancias infantiles –según el cual se detectaron 32 mil registros no localizados– que llevó a su cancelación? ¿Dónde está el estudio que revele la inoperancia del Seguro Popular y la necesidad de reinventarlo? ¿Cómo saber que los 20 nuevos programas sociales anunciados tendrán un mayor impacto positivo si inician sin reglas de operación o metodología para evaluarlos? ¿Cómo sabemos que la Ley de Austeridad Republicana producirá una burocracia más comprometida y eficaz por trabajar los sábados?

Se pregona que se están recortando privilegios cuando se están cercenando derechos; se anuncia que baja la corrupción cuando se está creando un Estado de inanición; se argumenta que los recortes son necesarios cuando resultan inhumanos. Habrá dinero para financiar becas y estadios de beisbol, pero no para asegurar vidas. Habrá recursos para Santa Lucía y el Tren Maya y Dos Bocas, pero no para vacunas. Estudiantes que no tendrán libros de texto gratuitos porque no se licitó su elaboración a tiempo. Hombres que morirán de cáncer por los recortes a hospitales especializados. Niños que sus madres cargarán con un rebozo mientras trabajan, porque la estancia infantil donde los cuidaban ya cerró. Mujeres que serán víctimas de feminicidios por la inexistencia de refugios para albergarlas. Miembros de la comunidad LGBTT que padecerán los estragos del SIDA porque se están agotando los medicamentos que necesitan. El posneoliberalismo distribuye dinero, mientras desmantela protecciones.

Ante esta desintegración paulatina de las redes de seguridad social del Estado creadas para los vulnerables, la respuesta siempre es reiterativa: "Lo ordenó el señor Presidente", "lo anunció el señor Presidente". Ahí, en la mañanera, donde se concentra el poder para hacer y deshacer, ordenar y desordenar, gobernar y hacerlo sin datos. Produciendo un gobierno bien intencionado, pero rutinariamente improvisado, con una agenda social que incluye tijeretazos al estilo neoliberal. Al decidir y recortar ad hoc como lo hace AMLO, está demostrando ser un político hábil, pero un gobernante cuestionable. Porque la Presidencia no sólo es un lugar de liderazgo moral; también es una oficina ejecutiva donde debe prevalecer la sustancia por encima del simbolismo, la evidencia para sustentar decisiones y la prudencia para discernir sus consecuencias. Y de continuar así, el reinado de su Majestad de Macuspana no producirá un Estado del Bienestar, sino un Estado Desalmado.