Después de un año de incertidumbre, los plazos se cumplieron y los Juegos Olímpicos de Tokio se llevaron a cabo. Atrás quedó el podio de medallas en el que Estados Unidos, China y el local Japón mostraron su potencial deportivo a lo largo de poco más de un mes de competencia.
Pero el camino recorrido hasta el cierre de la 32ª edición olímpica no fue algo simple. El riesgo de cancelación estuvo presente desde que se optó por postergar el evento por el pico en la crisis sanitaria. Para Japón era un reto enorme, ya que podía alcanzar una pérdida de más de 16 mil millones de dólares.
Tokio 2020 fue la edición más costosa en la historia de los JJ. OO. Superó por mucho a Londres 2012, que tuvo un costo de 15 mil millones de dólares. Luego de pasar por múltiples procesos de adaptación, el cambio de calendario y otras circunstancias, la nación nipona invirtió más de 20 mil millones de dólares para ejecutar el evento.
Ser sede olímpica tiene muchas implicaciones positivas para la ciudad y el país anfitrión. Sobra decir que, para algunas naciones como Brasil o Grecia, es una responsabilidad que se carga durante mucho tiempo después, pero el escenario de Tokio lucía muy distinto. Al igual que en Londres, el capital nunca fue un problema.
Pero nadie contaba con el COVID-19. Ese elemento fue solamente uno de los factores que orillaron a Japón a invertir más de lo presupuestado en los planes originales. Se habla de un costo total que rebasa los 25 mil millones de dólares y, según las auditorías, aún podrían aumentar.
Esta situación dejó dudas en torno a las decisiones gubernamentales del país del sol naciente. El fuerte gasto que se hizo en una justa deportiva provocó que mucha gente cuestionara si era el mejor periodo para destinar tales sumas de dinero en algo que no fuera el combate a la latente pandemia.
Diversas ONG e incluso algunos políticos nipones buscaron bloquear los JJ. OO. Para mucha gente, la única opción era la pérdida de inversión original y concentrar presupuestos en mantener a la nación en una lucha abierta contra el COVID-19. Algunos juzgaron la elección de sólo postergar el evento como una mala decisión, ya que consideraban que sería un mal momento para tener tanta atención, lo que traería un impacto a la imagen de la sede.
Tokio 2020 deja un antecedente fuerte, exhibiendo que el primer mundo tampoco se libra de las críticas ante el manejo económico. El impacto de la pandemia, incluso pese a los exhaustivos protocolos de sanidad establecidos en Japón, dejaron una marca que sirve como recordatorio de que el orbe todavía lleva un proceso de adaptación a la nueva realidad.
Esta justa dejó memorias, récords e historias de triunfo, pero también cita un gran precedente de cómo las políticas públicas empiezan a pelear de tú a tú incluso contra los grandes compromisos comerciales. Habrá que ver qué sucede de cara a la siguiente parada de la antorcha, en París, en el ya no tan lejano 2024.