"Nada contribuye más a la prosperidad y felicidad de un país como las altas utilidades".
David Ricardo
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del anticapitalismo. Incluso aquellos que deberían defender el sistema de libre empresa no quieren hacerlo. Treinta años después de la caída del muro de Berlín, el capitalismo es hoy el sistema cuestionado.
Publicaciones económicas como el Financial Times y The Economist, que tradicionalmente han celebrado el libre mercado, hoy expresan dudas y matices. La Business Roundtable, que incluye a los mayores corporativos de Estados Unidos, ha cambiado su definición del papel que debe desempeñar una corporación: ya no es el beneficio de sus accionistas, sino el de toda la sociedad. Es un rechazo abierto a la posición de Milton Friedman, que sostenía que "la responsabilidad social de la empresa es aumentar sus utilidades".
Uno de los argumentos es que la crisis del 2008 demostró los problemas fundamentales del sistema de libre empresa. El 5 de septiembre Gillian Tett escribió en "Does Capitalism Need Saving from Itself" en el Financial Times: "La crisis financiera de 2008 [socavó] la fe en los mercados libres sin restricciones". El diagnóstico, sin embargo, está equivocado: la crisis fue producto de errores gubernamentales y no de excesiva libertad de los mercados.
La Reserva Federal de Estados Unidos inyectó durante años un exceso de circulante en la economía y provocó burbujas, primero en empresas de tecnología y después en el mercado inmobiliario. El gobierno, a su vez, impulsó una oferta artificial de hipotecas a familias sin recursos a través de garantías de bancos gubernamentales (Fannie Mae y Freddy Mac), subsidios y disposiciones regulatorias financieras. En un mercado libre, los bancos nunca habrían otorgado esas hipotecas.
Muchos empresarios se han dado cuenta de que aparentar generosidad puede ser rentable, ya que los consumidores prefieren comprar productos de firmas percibidas como generosas. Por eso han creado tantos programas sociales y fundaciones. Esto no significa, empero, que la responsabilidad fundamental de la empresa haya dejado de ser garantizar el máximo rendimiento posible a sus accionistas. Las firmas que lo olvidan suelen pagar un precio muy alto. En 2017, Jason Pérez, un sargento de policía de Corona, California, demandó a su fondo de pensiones, Calpers, porque al tomar decisiones "socialmente responsables", y vender por ejemplo sus inversiones en empresas tabacaleras, provocó un rendimiento menor que terminó por afectar a los futuros pensionados (The Economist, 22.8.19).
Nadie puede cuestionar la generosidad individual de los empresarios que quieren regalar su dinero. En 2010 Bill Gates y Warren Buffett, dos de los hombres más acaudalados del mundo, firmaron un compromiso para donar la mayor parte de sus fortunas a programas filantrópicos. Posteriormente se han unido al compromiso más de 200 multimillonarios y han ofrecido más de 500 mil millones de dólares. Quizá esto les haga sentir mejor, pero sería mucho más beneficioso para la sociedad que reinvirtieran el dinero para generar mayor actividad económica y un mayor número de empleos.
El Estado o los individuos pueden tener responsabilidades sociales, pero es un error imponerlas a las empresas. La mejor labor que estas pueden hacer es lograr utilidades. Si lo hacen, generarán prosperidad, cosa que ni los gobiernos ni la caridad pueden hacer.