
Diseñar política pública no es sencillo, es una ardua tarea con pasos que parecen muy simples y claros; podrían serlo si se escriben y se cree que son lineales. Lo cierto es que es mucho más complejo y difícil de lo que parece. Aun así, todos tenemos una opinión al respecto, nos encanta decir que se debe hacer esto o aquello y no tenemos inconveniente alguno en señalar que los recursos deberían usarse en otra cosa.
En otras ocasiones he señalado que una de las partes esenciales del diseño de política pública es la problematización. También he apuntado a que los problemas per se no existen, sino que se construyen y, como tal, lo hacemos de acuerdo con las ideas que tenemos, la cosmovisión, el enfoque, los lentes con los que vemos la llamada "realidad".
Traigo todo esto a cuento porque lo que hoy quiero discutir es el hecho de que las ideas y estos lentes con los que vemos la realidad no sólo afectan el cómo construimos un problema, sino también la solución y el horizonte temporal bajo el que va a operar.
Hay muchos factores, además de esto, por los que es muy común que la política pública no tenga el efecto que esperábamos y no logre abonar a la solución de lo que consideramos como el problema.
Solemos pensar en soluciones de corto plazo, cuando mucho logramos ver a una temporalidad media. Tenemos una especie de miopía del problema público.
Por supuesto que sería poco realista decir que basta con la voluntad de pensar en otro horizonte temporal para hacerlo. Una estrategia para trabajar en disminuir esa miopía es ver las cosas de manera sistémica.
Hay que entender que los recursos presupuestales son extremadamente limitados (incluso en un mundo ideal donde no hay escenarios de corrupción), además de esto, el tiempo juega casi siempre en contra.
Con el punto anterior me refiero a que las gestiones (sean municipales, estatales o federales) son cortas para poder "resolver" algo. En este punto se conjuga el hecho de que la política pública y la política (como el juego de poder) se relacionan de manera muy estrecha, aunque a veces no queramos reconocerlo.
Los intereses políticos y económicos se van colando en la agenda de política pública y, aunque a veces podemos hablar de “proyectos políticos” de largo alcance y de visión amplia, es cierto que en esos espacios las fichas se mueven con rapidez y suele haber enroques anticipados.
Entonces, parece justo decir que, con todas esas limitantes, pensar en el corto plazo es lo que se puede hacer para “avanzar” de alguna manera. Trabajar con horizontes de tres, cinco o seis años es la mejor opción cuando la incertidumbre política ronda.
Sin embargo, no se puede dejar de lado ni obviar el hecho de que es muy probable que estemos cayendo en estas prácticas más por confort que por el reconocimiento de las limitaciones presupuestales, de visión, negociación y proyección de trabajo.
Este es un buen momento para apostarle a ajustar la graduación de los lentes y generar soluciones de mediano y largo plazo que busquen impacto y atención integral de los problemas públicos. Esta “continuidad” del “proyecto de nación” puede ser el medio por el que empecemos a ver –de nuevo– políticas públicas de mayor alcance y continuidad; pero como siempre digo, habrá que ver. Con una problematización común, una visión sistémica y continuidad (y mayoría) política se deberían tener mejores resultados.