
Personas cansadas son personas apáticas, monótonas; política, económica y socialmente indiferentes. Así vivimos, pero nos esforzamos por demostrar lo contrario. De unos años para acá se puede observar, en la calle, en las redes sociales, en las reuniones familiares, juntas de trabajo y salidas con amigos, algo interesante: poca gente tiene energía. Esto es más común si estás en el mundo corporativo o típicamente godín, sin embargo, las personas que son emprendedoras también se encuentran en una especie de loop que nos tiene a todos agotados, mental y físicamente.
No es raro que respondamos un “bien” con desgana cada vez que nos preguntan: ¿cómo estás? Pero, en realidad, estamos agotados todo el tiempo. Nos esforzamos por mostrar que nuestra vida es perfecta, que siempre hay alguien que quiere vernos, siempre hay un sitio para ir, un viaje para hacer, un proyecto que sacar y si no lo hay publicamos en redes: “se vienen cositas”, cositas que nunca llegan.
Somos parte de la sociedad cansada, la sociedad del cansancio. Me encantaría decir que la idea es mía, pero no. El término viene de las reflexiones de Byung-chul Han, un filósofo bastante conocido. En uno de sus textos, que lleva por nombre La Sociedad del Cansancio, recupera la idea de Nietzsche acerca de “la vida contemplativa” a través de lo que llama “mirar bien”, que por supuesto se logra “aprendiendo a mirar”.
Posiblemente esto es muy esnob, pero vamos a pensarlo en sentido político, social y económico, porque ¿para qué es la filosofía, sino para llevarnos a observar nuestras realidades e invitarnos a cuestionarlas? Brevemente voy a desarrollar.
La idea es que los seres humanos argumentamos ser libres, soberanos de nuestras vidas y deseos (cortados y moldeados por las estructuras y los sistemas, nos demos cuenta o no), sin embargo, esto se presenta como una falacia. Para estos pensadores, estar ocupado no es ser libre. Estar siempre haciendo algo (o pretendiéndolo en caso de que no seamos lo suficientemente productivos bajo el paradigma en el que vivimos) nos convierte en esclavos de los deberes, de todo eso que “tenemos que hacer”. Podemos responder “yo elijo estar siempre ocupado, por lo tanto, soy libre”; y puede que sí, aunque, si eso es cierto, ¿por qué hay sectores poblacionales convirtiendo la reivindicación del no, de la no acción, como elementos políticos del autocuidado en una sociedad que alaba la productividad?
Una sociedad hiperactiva, sobreestimulada y aleccionada para perseguir un “algo más” que parece nunca alcanzarse es una sociedad sin espacio para observar, cuestionarse, reflexionar y pensar. Hemos olvidado la importancia de la inacción como elemento de la construcción del criterio.
¿Por qué esto sería relevante? Si reconocemos que los tiempos de no hacer son fundamentales para observar y escuchar nuestros pensamientos, si eso lo consideramos como una ficha que inicia un incómodo proceso de cuestionamiento y formación de criterio, podemos entender el efecto dominó que tiene tanto el permitir esos espacios como el no hacerlo.
Mucho nos quejamos de que los votantes eligen sin pensar, que la población se involucra poco en asuntos de política, que los jóvenes parecen estar dormidos, indiferentes ante lo que sucede alrededor y reconocemos lo difícil que es conseguir argumentos bien fundamentados ante los debates (en cualquier esfera y nivel), pero poco nos preguntamos por qué; y, cuando lo hacemos decimos: Internet.
Tal parece que Internet es un escape de la presión estructural y sistémica –además de ideológica– que nos pide ser exitosos, ser siempre productivos y nunca rechazar las oportunidades y no necesariamente el origen del problema. Entonces, ¿qué hacer?
Volviendo a Han y a Nietzsche, el remedio a ese cansancio e indiferencia es cultivar la observación, aprender a mirar, contemplar y encontrar en ello el acto revolucionario de pensar, reflexionar y cuestionar. Entender el ocio como la plataforma para incomodarnos, aceptar el descanso como el elemento para recargarnos y escucharnos (por extraño que suene porque parece que sin ciertos requisitos –académicos, políticos y económicos– no podemos pensar y opinar). Recuperar la libertad perdida en la sobreexigencia a través del no, del rechazo a la sobreestimulación, a la productividad (aparentemente continua) y encontrar la agencia política en esa libertad.