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PANORAMA POLÍTICO

Vivir en el caos

Por: MAPPP. Samantha Aurora Acosta Cornu
Economista, maestra en Asuntos Políticos y Políticas Públicas, docente y doctorante
samantha.acosta@uaslp.mx

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Vivir en el caos, todos hemos pasado rachas donde las cosas son planas ¿o no? Quizá muy normales, y hace falta emoción. Bueno, algo similar pasa en la esfera pública, en temas relacionados con la política, porque, al final de cuentas, somos los seres humanos quienes hacemos la política, la vida pública, la estabilidad y el caos.

Hace unas cuantas ediciones hablaba de cómo es que nos acostumbramos a todo, a la inseguridad, a la violencia, a la incertidumbre, y eso me lleva a reflexionar sobre un fenómeno que he visto en algunos ambientes políticos.

La costumbre genera una suerte de estabilidad artificial, me refiero a que, incluso cuando es preocupante el vivir en situaciones de inseguridad y violencia, de incertidumbre y miedo, se hacen cotidianas, y lo conocido es reconfortante en un sentido muy extraño.

Aun así, de vez en cuando algo viene y rompe, y eso lo consideramos caótico, sea para bien o para mal. A veces las disrupciones son externas, accidentales e involuntarias, pero en ocasiones son provocadas. Y en la política también sucede eso.

Es mucho más sencillo mirar esto desde adentro, sin embargo, trataré de ponerlo en perspectiva para ejemplificarlo, pues se relaciona mucho con el conocimiento popular que de quien no habla no es visto, no es considerado ni tomado en cuenta. Así, en cuestiones políticas, el personaje ha de ser constantemente disruptivo para mantenerse en la boca de la población.

Digamos que se tiene un territorio hipotético, y hay una élite política que gobierna, tiene una línea de acción muy clara y ha ido construyendo tanto el discurso como la dirección basados en esa línea. Los habitantes de ese territorio ya tienen cierta idea de cómo es que sus gobernantes actúan, los planes que tienen y qué pueden esperar. Es ahí donde entra la “estabilidad”, no porque no haya problemas, sino porque ya se tiene cierto ritmo y forma de resolución habitual.

Eventualmente, se hará ese estilo tan cotidiano que dejará de haber conversación sobre lo bien o lo mal que los gobernantes están haciendo las cosas, por lo tanto, se pierde presencia política.

Una vez que alguien analice esto, propondrá que algo diferente pase, que se haga algo novedoso. A partir de este planteamiento se generarán acciones distintas a lo habitual, algunos lo aprobarán, otros no, pero el objetivo se cumple: mantenerse vigente, frescura y novedad política.

El habilidoso sabrá mover los hilos para conducir este ritmo de paz y disrupción sin caer en los excesos. Esto es muy importante porque muy pronto se puede convertir en el nuevo estilo de trabajo y regresar a lo cotidiano. Y, una vez que eso suceda, será extremadamente complejo encontrar algo suficientemente fuerte como para romper ese patrón.

Por otro lado, recurrir a esto con demasía puede llevar a los gobernados a pensar que su élite política actúa por capricho y arranques, no por estrategia y conocimiento.

Dicho lo anterior, se genera una especie de espiral en la que nos acostumbramos a que haya cambios, ya sea en el discurso, en el gabinete, alguna innovación muy notoria, rupturas en la inercia de eventos, festividades, formas de llevar a cabo ciertas costumbres populares.

¿Por qué es este caos? Porque en aras de mantenernos a la vanguardia en boca de nuestros gobernados, caemos en una dinámica que puede generar presiones extra en el aparato gubernamental, desde el eslabón inicial hasta el final de la cadena y, en algún momento, en la propia población. No olvidemos que los servidores públicos también son ciudadanos y, como tal, dispersan su sentir a otros ciudadanos. Hay que saber cómo vivir en el caos.