Qué buena noticia sería escuchar por la televisión, la radio y las redes sociales que se anunciara “El fin del Capitalismo”, ¿no?, así como cuando en las películas sobre la Primera o Segunda Guerra Mundial se comunica a toda la población –hasta el rincón más olvidado– que el infierno ha terminado.
Sería lindo, pero no ha ocurrido. A pesar de que en diferentes países los últimos años y periodos electorales se han tenido contiendas que “desplazaron” a la derecha y que lograron instalar partidos de izquierda, representantes populares, ¿hubo algún cambio significativo? Los que se proclamaron izquierdistas, anticapitalistas y en favor del pueblo y el bien común ¿realmente han podido acabar con ese gran monstruo?
Por allá de 2017 o 2018, Immanuel Wallerstein compartía en TV UNAM, junto a John Ackerman, sus ideas sobre el Sistema Mundial y la era de transición en que vivíamos (¿vivimos?). Por supuesto que estas premisas ya estaban escritas mucho antes en una gran colección de libros. Recuerdo bien que, en aquella entrevista, Ackerman le decía al Profesor Wallerstein que estábamos por comenzar una era de cambio –con mucha suerte– en pro de cambiar “para bien” (quizá vaticinaban el fin del capitalismo en México con la llegada de AMLO a la silla presidencial) y Wallerstein se limitó a decir: hay que ver. Palabras llanas: ya veremos, dijo el ciego.
El Profesor Wallerstein, lamentablemente, ya no está en este plano para ver los resultados de lo que parecía ser una ola de cambio, pero probablemente diría: nada estaba escrito.
Cuando empezaron a ganarse escaños en la política de diferentes países, y con esto me refiero a que algunos partidos de izquierda –o lo que se dice actualmente la izquierda– comenzaron a encontrar y tomar las oportunidades de espacios nacionales y subnacionales, escuché mucho y en diferentes ámbitos que esto significaba que por fin nos íbamos a quitar de encima al capitalismo, al neoliberalismo y todo lo que eso implica: corrupción, egoísmo, usura, desigualdad, pobreza, hambre. Todo iba a tomar un cauce en el que se privilegiara la colectividad por encima de los intereses particulares. No más contratos a los amigos, no más engaño, no más robar, no más economía del goteo. No más. Y, bueno, ¿qué pasó?
Con el ejemplo de estos casos (incluido el nuestro), en nuevas elecciones, sobre todo en Europa, parece ser que la población está desencantada de lo que iba a ser y no fue, al menos no como lo esperaban. Contrario a lo que pensábamos, la población no ha logrado entender que los cambios no se dan en un solo periodo, sino que requieren varios y que para ver resultados hay que dar continuidad a la línea de política (en su más grande acepción); lo que vemos parece ser una vuelta a la derecha.
No me detendré a discutir los principios que hacen a una ideología de derecha o izquierda porque puede que terminemos aquí muy desencantados y tristes. Mejor quiero decir que, aunque esto parece catastrófico e ilógico, a mí me da bola para volver a Wallerstein.
Puede que sus planteamientos hayan sido malinterpretados o interpretados a conveniencia para decir que estábamos ante el fin del capitalismo, sin embargo, lo que quiso decir es que estábamos en una era de transición y aún lo estamos, en mi humilde opinión.
Una era de transición no necesariamente significa cambiar de la derecha a la izquierda y que todo salga “bien”, cambiar de lo malo a lo bueno y que todo salga “bien”, cambiar “para mejor”; una transición tiene carta abierta, puede ser para mejorar o no, en los términos que les parezcan más adecuados. Sin embargo, ¿esto me pone pesimista? No, al contrario.
Lo anterior quiere decir que si estábamos “de izquierda” y pasamos a “derecha” eso es transición, pero seguimos en ella, podemos revirar. Entonces ¿es el fin del capitalismo? No lo creo, es una transición, habrá que ver a dónde nos lleva, pero no hay que perder de vista que quienes estamos navegando este barco, somos nosotros. Todos y cada uno, no sólo los políticos.