
Imagina esta escena: estás con amigos en el décimo piso de un edificio, a casi 30 metros de altura. Desde tu ventana hay una tabla de 20 centímetros de grosor que conecta con la ventana del edificio de enfrente, a unos 20 metros de distancia. Un amigo te ofrece 1 millón de dólares si cruzas caminando por la tabla al inmueble de enfrente. ¿Lo harías sabiendo que, si caes, sería una muerte segura? Probablemente, tu respuesta es un NO rotundo, a pesar de la tentación que pudiera causar el millón de dólares. Ahora imagina la misma escena, pero desde tu ventana ves que el edificio de enfrente se está quemando y que, atravesando la tabla, está tu ser más querido. ¿Cruzarías por esa viga para salvar a tu ser querido? Muy probablemente tu respuesta cambió.
Este breve ejercicio nos muestra hasta dónde podemos llegar si encontramos un sentido profundo para hacer las cosas. Viktor Frankl lo explica de forma perfecta en su libro “El hombre en busca del sentido”: quienes lograban encontrar un sentido, como reencontrarse con un ser querido o cumplir una misión, tenían más probabilidades de resistir a los campos de concentración nazis, y describe que la principal motivación humana no es el placer, ni el poder, ni el dinero, sino el sentido.
La motivación no es una emoción
Todo esto viene al caso porque no podemos hablar de emprender sin uno de sus ingredientes esenciales: la motivación (del griego motivus, “que mueve”). Pero es muy importante entenderla no como una emoción, sino como la razón que nos mueve y, más trascendental, nos hace seguir en movimiento.
¿Cuántas veces hemos salido de alguna conferencia empresarial con ganas de comernos al mundo? ¿Cuántas ocasiones, después de leer un libro o escuchar un podcast de negocios, estamos llenos de energía para iniciar nuestro negocio? Pero ¿cuánto nos dura esa emoción? Y justo ese es el tema: la motivación al emprender no puede —o no debe— ser una emoción pasajera que venga del exterior. Si nuestro emprendimiento, más allá de la necesidad económica, depende de la emoción que siento al escuchar pláticas motivacionales de empresarios, estamos destinados al fracaso. Y no digo que no ayuden, al contrario: son una herramienta muy útil que contribuye a recargar pilas, pero la verdadera motivación viene desde adentro.
¿Por qué emprendes en ese negocio? Te sorprendería la cantidad de personas que no lo tienen claro. Estamos tan acostumbrados al “qué hacer” y no al “por qué hacerlo”. Realizamos cosas por inercia, por costumbre, porque “así debe ser”, pero no sabemos el porqué. Entonces, no podemos culpar al emprendedor por no querer levantarse a las 5 de la mañana para empezar su jornada o trabajar fines de semana. Sin una razón de peso nadie lo haría. Es más probable que un neurocirujano mantenga la concentración durante seis horas seguidas en una operación, a que una persona que captura datos lo haga. El sentido —y la motivación— son diametralmente diferentes.
El camino del emprendedor es solitario y está lleno de retos y grandes reveses que nos hacen replantearnos, en más de una ocasión, si vale la pena seguir. También hay momentos llenos de estrés y cansancio que nos tientan a tirar la toalla. Muchos casos de personas que abandonan son porque no tenían la razón correcta: su motivación no era suficiente porque no había un sentido profundo más allá del dinero. Si nuestra motivación es éste, tarde o temprano se va a ir, porque el dinero lo podemos encontrar en otros lados, incluso en un trabajo de oficina.
Y, si bien es cierto que debemos ser resilientes en nuestros proyectos y adaptarnos y recuperarnos ante situaciones adversas, también es innegable que, sin las razones correctas, hasta la persona más resiliente del mundo puede claudicar.
5 preguntas para encontrar el propósito
Entonces, ¿cómo encuentro la motivación?
La motivación no es algo que encuentres en el mercado; es algo interno y personal. Por eso, te recomiento 5 preguntas que te ayudarán a encontrar tu razón para emprender:
Por ejemplo, si tienes convicciones de salvar al planeta, una empresa de productos ecológicos te podría funcionar. No tendrías la misma motivación fabricando tuercas y tornillos que desarrollando productos que reduzcan la contaminación.
Si, además de eso, la empresa se alinea a cómo te ves en el futuro y te gusta hacerlo, ya estás del otro lado.
Y, por último, recuerda que el miedo es inherente al ser humano. Si tienes miedo, ¡hazlo con miedo! Y más importante ¡hazlo con propósito!