En la impaciente y estresada sociedad actual, donde queremos soluciones inmediatas y hay una enorme industria farmacéutica lista para generar ganancias, la salud se ha metamorfoseado en una búsqueda de “píldoras mágicas”. Lo volví a notar cuando por todos lados, empezando por el New York Times, se anunciaba el medicamento “Ozempic” cuyos efectos ayudarían a bajar de peso. De mi gente cercana escuché comentarios optimistas al respecto… algo que me parece preocupante por dos razones. La primera es que la salud integral y coherente no puede alcanzarse tragando una píldora –literal y/o metafóricamente– que sustituya hábitos de sueño, ejercicio, alimentación, correcta exposición al sol, hidratación y hasta la gestión de las emociones. La segunda es que las soluciones farmacológicas jamás, pero en serio jamás, vendrán sin efectos secundarios y sin alguna consecuencia que nos dañe la salud por otro lado. Si no los tiene, probablemente se asemeja más a un placebo o lo es.
Esta tendencia no sólo refleja una falta de paciencia, sino también la desconexión con nuestro propio bienestar físico y mental. Las pastillas para adelgazar, los suplementos para ganar músculo o las cápsulas para dormir se han convertido en salvavidas de una sociedad que anhela respuestas instantáneas y que, a menudo, minusvalora la importancia de un enfoque más integral para la salud. De los hábitos que tienen que hacerse a diario, y que no son placenteros en el momento: el ejercicio a veces duele, las duchas frías son incómodas y las Oreos son más ricas que las espinacas. El deseo se materializa en estas “píldoras milagrosas” que prometen solucionar problemas sin esfuerzo. Cada generación, cada década, remontándonos probablemente a la Edad Media con gente usando remedios “naturales” que ahora nos parecen estrambóticos, ha ansiado estos atajos mágicos. La adopción de hábitos saludables, como una dieta balanceada, ejercicio regular y un manejo adecuado del estrés, son esenciales para forjar un camino sostenible hacia el bienestar. Sin embargo, requieren tiempo, esfuerzo y dedicación, tres ingredientes que parecen escasear en el apretado cronograma de la vida moderna.
Es crucial entender que la salud es un viaje y un proceso; nunca un destino alcanzable por atajos. Lo veo también a través de una pariente que brinda tratamiento a personas con diabetes, mediante programas integrales de seguimiento que exigen aprendizaje, compromiso con los hábitos y con el propio cuerpo, y que utilizan cualquier medicación solamente en los casos adecuados y puntuales, gestionándola a la par de todos los demás hábitos en un proceso que requiere dedicación y estudio… y que no son para todo el mundo. Para ella, “la educación no es solamente parte del tratamiento a la diabetes, sino que es en sí misma el tratamiento”. Pero en el submundo de este padecimiento como en todos los demás, la gente quiere una inyección mágica que “les lleve la diabetes” mientras ellos se olvidan y se dedican a seguir comiendo la misma chatarra. Para este grupo, el último clamor es el sueño de que inventen un páncreas sintético que sustituya el propio órgano disfuncional y que ponga fin a la necesidad de aprender. ¿Cuánto tardaríamos en dañar el “páncreas impreso” por negarnos a cambiar de hábitos?
En este camino desenfrenado hacia soluciones instantáneas, se ha perdido el arte de nutrir el cuerpo y la mente a través de prácticas y elecciones conscientes, se tenga o no una condición particular. Las dietas equilibradas, el ejercicio regular y una gestión adecuada del estrés se perciben como tareas arduas en contraposición a las soluciones rápidas ofertadas por las píldoras milagrosas. La salud integral no tendría que percibirse como “difícil”, pero exige un compromiso que muchos no están dispuestos a hacer.
La necesidad de una reeducación en salud se hace cada vez más evidente. La concienciación acerca de los beneficios a largo plazo de una vida activa y una dieta equilibrada debería ser un pilar en la educación desde la infancia. Esto implica no sólo hablar de beneficios físicos, sino entender y comunicar ventajas psicológicas y emocionales de un estilo de vida saludable. Y comprender que no es un camino fácil ni es siempre placentero en el momento, en un mundo obsesionado con soluciones instantáneas e inundado de cosas dañinas a las cuales hacerse adicto.