Pasamos ya la historia electoral, y más allá de seguir hablando de ello tal cual, quisiera tocar un tema que se relaciona y puede ser increíblemente útil.
De lo que vamos a conversar aquí es de ¿cómo saber lo que les importa, verdaderamente, a los políticos? En realidad, no sólo a los políticos, después de todo no es como que fueran otra especie, siguen siendo humanos comunes y corrientes; con eso dicho, analizar el discurso para descifrar los mensajes entre líneas es tan útil y aplicable a esto como lo sería para otra situación y grupo de personas.
Los psicólogos y lingüistas sabrán más y pido indulgencia ante las imprecisiones, pero el compromiso es acercar lo posible todo conocimiento que se tenga a mano para ser políticamente responsables.
Bueno, antes que empezar con los ejemplos deberíamos dejar claro cómo se puede usar esto, es importante entender que no es sólo escuchar y mirar lo que se dice y se hace, es todo un arte el desmenuzar las frases y las oraciones en la manera adecuada para determinar las recurrencias de palabras, expresiones, tonos, formas de expresar las ideas y, a partir de ello, establecer las prioridades que se manifiestan a través del lenguaje. Aquí sólo plantearé un aspecto para observar.
Decía Bourdieu que las palabras programan acción y, de muchas maneras, el discurso público representa el (sin)sentido común; si consideramos esto cobra mucha más relevancia el detenernos a analizar lo que se nos presenta en el habla cotidiana, en las presentaciones, debates, promesas de campaña e informes de resultados de gestión.
Cuando el lenguaje representa el (sin)sentido común, al compartirse y reproducirse se convierte en la realidad social y en la visión que (se asume consensuada) tenemos como colectivo. De esa manera, lo que se transmite como importante para un grupo hegemónico termina por convertirse en lo importante para todos, más allá de nuestras convicciones individuales porque tenemos un “mandato colectivo” al cual ceñirnos.
Vamos a usar ejemplos hipotéticos o de gestiones anteriores sin personificar para no herir susceptibilidades ni adelantarnos a escenarios catastróficos para esta nueva gestión; tenemos seis años para ver cómo se desenvuelve esto.
Podríamos pensar que decir: “debemos apoyar a los estudiantes” y “se trabaja por la educación” es lo mismo, después de todo, hablamos del sector educativo; sin embargo, en la primera oración hay un sujeto explícito, es decir, es visible el grupo social que tenemos como prioridad: los estudiantes. Esto muestra que se tiene claridad en el sujeto que recibirá el apoyo, aunque no quede claro cómo se les apoyará. En la segunda opción no tenemos claridad ni en el sujeto ni en la acción, ¿suena familiar?
Cuando políticos –que podemos ubicar– dicen: “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, ¿quién es el pueblo?, ¿quién es el gobierno? Quien lo dice se está autoexcluyendo de ese “gobierno”, pero tampoco es “el pueblo”.
Cuando obviamos los sujetos, cuando los omitimos estamos despersonalizando, es decir, todo y nada cabe ahí. Cuando se especifica y visibiliza el sujeto se asignan responsabilidades, causas y consecuencias.
Es muy normal que escuchemos a los políticos hablar de los grandes temas: salud, educación, pobreza, inflación, salario, obras públicas, pueblo, democracia; pocas veces escuchamos quién va a hacer qué y cuándo, para quién sí y para quién no, en qué condiciones y qué pasa si no se cumple.
Cuando pensemos en qué es lo que les importa a los políticos, hay que observar y escuchar, pero no basta con conformarse al escuchar las grandes palabras que nos “calman”, hay que buscar lo concreto, nombres y apellidos, cómo, porqués y cuándos; de lo contrario, se estará cayendo en la omisión de los sujetos y sabremos que lo que importa es la popularidad, no el trabajo realizable; las promesas, no el cumplimiento de ellas.