El ser humano está acostumbrado a seguir la inercia de la vida, es decir, mientras no haya algo que lo mueva de donde está, puede continuar así. La crisis mundial que se vive actualmente ha provocado cambios en todas las áreas de nuestra vida. Se rompió la inercia rutinaria que se ejecutaba a nivel inconsciente.
El acudir a trabajar, regresar a casa, comer, descansar, divertirse, convivir con amigos y familia, era un estilo de acción que no permitía gran crecimiento ni cuestionamiento del porqué hacemos lo que hacemos y del modo en que lo realizamos.
A raíz de la cuarentena, las actividades dieron un giro de 180°, ya no podíamos acudir a lugares habituales ni había clases presenciales, se terminaron las fiestas, tratando de evitar el contagio y que la pandemia se terminara lo más pronto posible. Había que idear maneras nuevas, generar diferentes conductas, rutinas y hacer planes diferentes. Lo anterior al día que se anunció la cuarentena dejó de servir.
Empezamos a darnos cuenta de que había cosas que no eran útiles para vivir en confinamiento. El carro en la puerta, mucha de la ropa colgada en el clóset. Y todos en el mismo canal, sin saber cómo adaptarnos a estar en casa.
Replantearse toda la vida o quedarse estancados para vivir con angustia y depresión eran las opciones que nos planteaban las circunstancias. Qué difícil es liberarse de las costumbres arraigadas, por traerlas desde la cuna. Y aquí es dónde se cimbra toda la existencia, cuando hay que reflexionar sobre dónde estamos viviendo o ¿sobreviviendo?, ¿por qué trabajamos en esa empresa?, ¿quién dijo qué es lo que más nos convenía hacer?
Volvimos a los orígenes, pusimos en la balanza valores que se transformaron, por ejemplo: de querer cambiar de celular por uno más nuevo, a tener cualquier teléfono para comunicarse con la familia y los amigos.
Valoramos la convivencia, el poder abrazarnos sin temor de contagiarnos o contagiar al otro y cargar con esa culpa. Se derrumbaron los antiguos paradigmas, la política, la ciencia, la religión y la economía; ya no sirven las ideas de “antes” de la pandemia, había que inventar formas creativas de generar ingresos, pues no podíamos acudir a nuestro trabajo y los ingresos estaban mermando.
Como no había ganancias fijas y estables, para la mayoría de la población, se regresó al trueque en algunos grupos de Whatsapp, apoyando a la economía local, comprando lo necesario en las tienditas de la esquina. Había que investigar sobre lo que sí y lo que no servía en la ciencia para curar o prevenir la infección y no ser parte de las estadísticas de enfermos o muertos.
Los gobiernos sin saber cómo dirigir, cómo hacer llegar el mensaje a la población para evitar el contagio, las contradicciones sobre qué hacer para que hubiera el menor número de afectados y así poder dar correcta atención a todos. La fe, más activa que nunca y las iglesias, templos y sinagogas vacías. Oraciones, meditaciones y demás para conservar esa esperanza de que todo pasaría pronto.
Y así, nos dimos cuenta que era necesario volver a crear paradigmas que dieran solución al problema que enfrentaba todo el planeta. Esa inercia se había traspasado, habíamos dado un paso más y el movimiento hacía que los planteamientos básicos de política, ciencia, economía y religión fueran otros.
Los momentos de análisis derivaron nuevas creencias, ideas distintas que serán la base del reinicio después de la pandemia. Las escalas de valores ahora son diferentes, los conceptos de solidaridad, apoyo, compañerismo, trabajo en equipo, protección, creatividad, cobraron fuerza y pasaron a ocupar los primeros lugares.
Ahora tenemos que crear la nueva vida, el nuevo trabajo, las nuevas relaciones o forma de relacionarnos con los seres queridos. Dejar atrás ideas y crear una realidad propia, diferente a la anterior, que era puesta por los otros, en circunstancias que para nada se parecen a lo que vivimos. Ese es el reto para reiniciar después de la pandemia.