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ECONOMÍA

Economía & Rock ‘n’ Roll

Por: DA. Javier Rueda Castrillón
Analista económico en diferentes medios; autor de artículos sobre política y economía
jruedac@me.com

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La música suena desde una Alexa que busca sustituir el glamour de lo tangible, un adiós al vinilo, CD o casete que saluda a un Spotify capaz de reproducir un ilimitado número de canciones. A ritmo de cambio, el mundo se paraliza y centra sus esfuerzos en entender lo que se avecina, pareciendo estar preparado, pero con el decoro que invita la incertidumbre.

El rock ‘n’ roll ha cambiado de eslogan, aquel dueto polémico de sexo y drogas parece mutar a tecnología y conectividad con TikToks repetitivos e infumables, una capacidad de adaptación que haría retorcerse al “duque blanco” del pop, un Bowie que nunca imaginaría llegar hasta tal extremo. Lo cierto es que el mundo ha mutado, Metallica ya no pelea como antes con un Napster que predecía el valor de lo inmediato, una señal de guerra perdida cuando los duros del rock bajan la guardia en tiempos de cambio.

La capacidad de adaptación y la lectura del mercado abren nuevas oportunidades, el Spotify sonoro pareciera ser la cibermoneda de acceso global, plataformas de inversión rápida que prometen resultados y cambios de vida inmediatos, propios a la tendencia y capaces de satisfacer con un reguetón sencillo el anhelo de riqueza, excelente melodía para los carentes de cultura. Los difíciles acordes de Brian May nos evocan a la lucha, es entendible que, en estos tiempos de globalidad y competencia ubicua, la lucha sea requisito de sobrevivencia.

El omnipresente Bono, junto a su banda U2, veía cómo sus ingresos se resumían a un 93% obtenido de conciertos, lo que en el pasado eran discos de oro o platino, ahora buscan fórmulas diferentes para generar entradas de manera creativa, escenarios rodantes tridimensionales que no serán disfrutados por largo tiempo ante las medidas sanitarias. Misma situación para un McCartney o unos Stones que deben acoplarse a un mundo de distancia y conexión, paradojas de la vida.

El desplome en la venta musical lo cambió todo, los ingresos de los servicios de streaming aumentaron rápidamente y rompieron fórmulas del pasado que hasta la fecha no habían errado en sus resultados: Oasis era una reencarnación de los Beatles mientras Bunbury clonaba a Morrison, el mismísimo Miguel Bosé se convertía en un camaleón latino lleno de personalidades y, de pronto, el cambio llegó sin avisar para exigir nuevas opciones.

El misterio imperecedero del negocio musical bien podría ser una réplica económica, un ecosistema lleno de opciones novedosas que lo que menos tienen es esa novedad presumida y se hacen valer de los sueños y pretensiones de generaciones incapaces de discernir en el contraste. Este discurso de “música y bienestar” propone ritmos de guerra y paz, tranquilos o llenos de punk para buscar respuestas a lo que, sin conocer, es imposible entender.

David Ricardo, Marx, Malthus, Engels o Adam Smith son los clásicos en los que se fundamenta la “música”, la banda perfecta, sincrónica y llena de variedad para abarcar ideologías de todo tipo… ritmos que van desde el jazz hasta el hard rock más irreverente, calidad en su máxima expresión que vive la pérdida de adeptos que prefieren el ritmo fácil y rápido de máquinas que operan, pero no deciden. Hoy la economía ve nuevos mesías, promesas de crecimiento al alcance de cualquier link, fórmulas mediáticas que dan mal de comer a quienes mueren de hambre, tiendas irresponsables de esperanza económica.

La “nueva economía” se centra en la tecnología, una facilidad de acceso a principios y dogmas tradicionales de cuestión instrumental antes que sustancial, un nuevo riesgo sistémico se anuncia con bombo y platillo, como no podía ser de otra manera. El show debe continuar, el rock debe sonar más fuerte que los problemas, así lo vio un Kurt Cobain que sucumbió a demonios que, en un perfecto déjà vu, vuelven a estar en un presente complicado. Ojalá se pongan de moda los clásicos, en ellos está la salida, créame…