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Festivales de cine, ¿un buen negocio?

Por: Esteban Cortés Sánchez
Compositor de música para cine y director de orquesta
lecscorp.com

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Es muy común que cuando vemos la publicidad de una película antes o después de ver el nombre de actores, directores y/o productores lo siguiente que aparece en pantalla –o póster– es el número de galardones obtenido en tal o cual festival, con lo que pretenden convencernos a nosotros –el público– de que no malgastaremos nuestro dinero comprando boletos para ver dicha obra. ¿Es realmente tan importante lo que opine un montón de gente extraña acerca de una película? No, pero los festivales, en sí mismos, son algo que vale la pena ver más de cerca, pues son un fenómeno vital en el arte y negocio que es el cine.

En el mundo hay quince festivales clase A, que son los más importantes; entre ellos sobresalen Cannes, Venecia, Berlín y Mar del Plata (que es el único en Latinoamérica) y se clasifican de esta manera por su organización, la calidad del material exhibido y algo muy importante: los jurados que los conforman. Sin embargo, un festival no está sólo hecho de cine, falta la otra mitad de la ecuación, la gente que va a ver las películas.

El turismo que generan estos eventos se convierte en algo fundamental para los lugares donde se realizan. Por citar un ejemplo, según la revista Forbes, en Cannes, Francia, en los últimos años la derrama económica ha sido de alrededor de 197 millones de euros, lo que no sorprende en un lugar en el que en las casi dos semanas que dura su festival dobla su población no sólo con turistas de a pie, sino con la crema y nata del cine mundial.

Los festivales no son sólo un escaparate para mostrar las más recientes obras cinematográficas, también son el lugar correcto para hacer negocios. Es ahí donde las distribuidoras buscan las cintas que se mostrarán en el futuro en distintos medios, y al próximo director, actor o actriz que está a punto de ser tendencia en el mundo del séptimo arte y que, por ser un virtual desconocido, aún puede ser adquirido por una verdadera ganga. Dicho sea de paso, es el lugar perfecto para hacer redes de servicios (productores, coloristas, maquillistas, músicos).

No todos los festivales son Berlín.

Antes de comenzar, hay que preguntarse ¿para qué lo quiero realizar? Y es que esto es lo que puede hacer o deshacer un festival. Algunos sólo son una “llamada de atención” sobre otra cosa (como la empresa que lo organiza, por ejemplo) y su éxito no está supeditado a las ganancias económicas, sino a cuánta gente vio el otro producto. Un comercial, vaya.

Hay festivales que empiezan literalmente con un grupo de personas queriendo compartir sus películas con el público y, con ese afán, armados con un sonido, un proyector y un pedazo de tela dan comienzo a espectáculos ambulantes. También existen los que organizan los diferentes estados para dar, como ya se dijo, un atractivo turístico al lugar.

Los festivales de cine son actividades culturales que incluyen no sólo proyecciones, sino también pláticas y talleres donde las personas, la mayoría de las veces, pueden convivir con directores, actores, productores y con todo el personal creativo de las obras exhibidas. Es un evento comunitario. Es ese acercamiento con la gente lo que lo hace diferente a una simple sala de cine.

¿Qué es lo que hace tan especial a los festivales más famosos? Bueno, concretamente los jurados calificadores (donde hay premios) y las películas que logran estar en dichos festivales, que al pasar los filtros y ser aceptadas es muchas veces un logro en sí mismo.

Cuando se sabe llevar bien, este es un negocio en el que participan la iniciativa privada, el gobierno y nosotros, los simples mortales, que estamos dispuestos a formarnos horas para tomarnos una foto con ese actor o actriz que vino a presentar su película, o que viajamos a otros estados para ver las muestras que se presentarán.

Si el cine es una fiesta, entonces, los festivales son un carnaval.