¿Quién no ha soñado alguna vez con conquistar el mundo? Desafortunadamente, este objetivo no lo pueden lograr las personas en solitario y sólo es alcanzable desde la figura del imperio político.
Un imperio es un conjunto de países o territorios regidos bajo el control de una sola entidad. Se trata de un sistema de Estados gobernado por una norma común (la cual es impuesta desde su Estado hegemónico) y que se orienta hacia la consecución de un fin político de interés general para todos sus países miembros. Por ejemplo, el Imperio Romano controló territorios en media Europa, parte de África y Asia, pero todos ellos estaban gobernados y dirigidos desde la ciudad de Roma.
El objetivo final de un imperio es imponer su realidad en todos los territorios de la geopolítica internacional, es decir, aspira a dominar el mundo. Tiene un carácter totalizador. Ya desde los tiempos del Imperio Macedónico (liderado por Alejandro Magno) se concibió la idea de imperio como “dominio universal”.
Sin embargo, cuando un imperio se hace más grande, necesariamente otros Estados y culturas serán destruidos o reincorporados dentro de sus dominios. En este sentido, podemos establecer la Ley del Imperio: “a medida que un imperio extiende sus propios límites a lo largo de la geopolítica internacional, disminuye en número el resto de Estados y culturas independientes”. Por ejemplo, cuando el actual Imperio Ruso de Putin declara la guerra a Ucrania, lo hace con el objetivo de ampliar su extensión a cambio de exterminar (o incorporar dentro de sus dominios) la independencia estatal y cultural de los ucranianos.
Ahora bien, no todos son igual de malos y terribles, existen grados. En función de los tipos de normas políticas que rigen sus relaciones con las demás sociedades políticas, podemos distinguir entre “imperio depredador” e “imperio generador”:
Por un lado, el depredador tiende a mantener con las sociedades conquistadas relaciones de explotación en el aprovechamiento de sus recursos económicos o sociales, hasta el punto de impedir el desarrollo político de dichas sociedades, manteniéndolas en estado precario y, en el límite, destruyéndolas. Un ejemplo lo encontramos en el III Reich de la Alemania nazi de la II Guerra Mundial, donde el ejército de Hitler, en su intento de constituirse como imperio, iba arrasando despiadadamente países a su paso (primero Polonia y luego Francia).
Por otro lado, el generador contribuye al desarrollo social, económico, cultural y político de las sociedades colonizadas. Trata de reincorporar a los ciudadanos conquistados y mezclar ambas culturas para generar una nueva civilización, haciendo posible su transformación en sociedades políticas soberanas de pleno derecho. Existen varios ejemplos: el Imperio de Alejandro Magno, fundador de ciudades de majestuosa cultura y esplendor como Alejandría, o el Imperio Romano (a pesar de utilizar la violencia y la esclavitud) terminó concediendo la ciudadanía a prácticamente todos los núcleos urbanos de sus dominios. En buena medida, también podemos decir lo mismo del Imperio Español, que consideró siempre a sus súbditos como hombres libres, entregó el idioma español, la religión cristiana y propició las condiciones precisas para la transformación de sus Provincias en Repúblicas constitucionales independientes.
Es cierto que todo imperio generador o depredador implica necesariamente una cantidad determinada de violencia y destrucción. Así ha sido siempre en toda la historia de la humanidad. Sin embargo, si el imperialismo mantiene una voluntad de incorporar a las sociedades conquistadas al estilo de vida, infraestructuras, derechos y beneficios generales de la metrópoli, podemos afirmar que estamos ante un imperio generador.
En este sentido, también es viable considerar a Estados Unidos como un imperio generador, sobre todo en su faceta defensora de los derechos humanos y la democracia en occidente (frente a la presión externa de otros sistemas políticos más autoritarios como Rusia, China u Oriente Medio). No hay que olvidar que fue EUA quien fulminó el intento de imperialismo de la Alemania Nazi en la II Guerra Mundial. De no haber sido así, Hitler habría impuesto sus criterios de discriminación y exterminación racial a lo largo de casi todo el planeta.