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PANORAMA POLÍTICO

Wall Street y AMLO

Por: Sergio Sarmiento
Lienciado en Filosofía, por la Universidad York, de Toronto; titular de programas de radio y televisión. Premio Antena por la CIRT
@SergioSarmiento

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"Los países que antes tenían planificadores centrales hoy tienen bolsas de valores."

Daniel Yergin

Wall Street no considera a López Obrador como un peligro para México. A Trump sí, como lo han demostrado las turbulencias de mercado cada vez que lanza una amenaza sobre México, pero el contundente triunfo electoral del candidato de Morena no ha afectado a los mercados.

Las cosas fueron muy distintas en 2002 cuando Luiz Inácio Lula da Silva se perfiló como ganador en las elecciones presidenciales de Brasil. El real brasileño tuvo una fuerte depreciación ante el temor de los inversionistas por los daños que esperaban como consecuencia de las políticas populistas. Lula, sin embargo, fue un presidente razonablemente moderado, lo que hizo que las pérdidas iniciales se recuperaran.

En el caso de Andrés Manuel la posibilidad de victoria nunca inquietó a los mercados, ni siquiera cuando en mayo y junio se hizo claro que se acercaba a un carro completo. Los resultados del 1 de julio no asustaron a nadie. El peso y la bolsa mexicana han recuperado terreno más que perderlo.

Muchos empresarios mexicanos sí se mostraron inquietos ante el posible triunfo de López Obrador y, hasta donde lo permiten las leyes mexicanas, hicieron campaña en su contra. Las inversiones extranjeras, sin embargo, han sido siempre más cuantiosas y en ningún momento han considerado que el izquierdista represente un riesgo. La mayor parte de las inversiones foráneas son de cartera y pueden retirarse con el toque de una tecla, en tanto que las mexicanas se encuentran en buena medida en instalaciones productivas y no tienen movilidad.

López Obrador ha hecho bien su trabajo desde que ganó la elección. Ha mandado mensajes de tranquilidad a la comunidad empresarial y se ha reunido con las principales organizaciones del sector privado. Ha dicho que no buscará venganzas, que no llevará a cabo expropiaciones o confiscaciones, que impulsará un mayor crecimiento del mercado interno, que no elevará impuestos, que no aumentará el déficit de gasto público. Es lo que los empresarios quieren escuchar.

La situación, sin embargo, puede cambiar. Una cosa es lo que se promete en campaña o en la transición y otra distinta lo que se puede hacer desde el gobierno. Andrés Manuel ha prometido aumentar pensiones, crear un derecho universal a la instrucción universitaria gratuita, construir dos nuevas refinerías y modernizar las seis que tenemos. Para financiar estos gastos solo ha hablado de reducir los salarios de los altos funcionarios, que aun si se eliminaran al 100 por ciento solo le darían 5 mil millones de pesos de ahorro al año, muy lejos de los 500 mil millones que dice necesitar.

A Wall Street, por lo pronto, no le interesan estas minucias. Lo único que los inversionistas quieren es que el nuevo presidente no haga locuras para empezar. El largo plazo no les interesa. Cuando Lula no comenzó su gobierno con medidas populistas, como las de Hugo Chávez, los inversionistas dejaron de preocuparse. El que Lula aumentara el gasto público por arriba de lo sostenible no era problema para ellos. La crisis final le tocó a su sucesora Dilma Rousseff y los inversionistas tuvieron tiempo de sacar su dinero.

A Lula le importaba ganar votos en su gobierno, que su sucesora tuviera una economía manejable no le importó. Tampoco a quienes invertían en fondos brasileños. El pueblo de Brasil pagó el costo de la crisis de 2014-2016. Pero el pueblo no les interesa ni a los políticos ni a los inversionistas.

Infraestructura

"Queremos duplicar la inversión en infraestructura", apunta Javier Jiménez Espriú, elegido por López Obrador para ser su secretario de comunicaciones y transportes. El propósito es subir la cifra de 2.5 a 4 o 4.5 por ciento del PIB. Magnífico. Esperemos que haya dinero sano para hacerlo.