La política mexicana se encuentra tan corrompida que no sólo decepciona lo que existe sino lo que podría existir. Uno de los mejores registros de este deterioro es La doble vida de Jesús, novela de Enrique Serna publicada en 2014 que trata de la disputa por la alcaldía de Cuernavaca, "la ciudad de la eterna primavera", que en el inverosímil mundo real es gobernada por el ex futbolista Cuauhtémoc Blanco.
Serna describe un desastre urbano donde la naturaleza se ha privatizado en lujosos jardines mientras las calles carecen de vegetación. El idílico refugio de los capitalinos y celebridades de otro tiempo (de Barbara Hutton a Aldous Huxley) se ha convertido en un caos de vulcanizadoras y loncherías, el pudridero con bugambilias donde la policía apoya el narcomenudeo, los negocios dependen de favores políticos, los pobres viven sin agua ni alumbrado y en Navidad, los miembros de la clase media le ponen cuernos de reno a sus coches queriendo ser gringos de segunda. El aire no huele a flores sino a cadáveres y los habitantes viven expuestos a la infrahumana influencia de la televisión abierta.
En este entorno degradado, Jesús Pastrana concibe la ilusión de ser un político honesto. Pertenece al Partido Acción Democrática, que en la novela hace las veces del PAN. Ha sido un síndico inflexible con la corrupción y esto lo ha enemistado con correligionarios deseosos de participar en una economía que depende del tráfico de influencias. Es percibido como un sacristán de una integridad que podrá ser admirable, pero impide llegar lejos. Su vida privada es tediosa y limitada. No tiene otro ingreso que su sueldo; ajeno a los desenfrenos de la ambición, asume una "dorada medianía" que a su mujer le parece una deprimente mediocridad.
De pronto, un recuerdo de adolescencia lo impulsa a buscar un amor ilícito en Jiutepec, donde se prostituyen los travestis. Ahí conoce a Leslie, transexual que ha sido amante de un astro de la lucha libre, el Ninja Asesino. En forma inesperada, se enamora y comienza a llevar una doble vida. En las mañanas enfrenta las intrigas de la política y en las noches canta boleros y bebe champaña con Leslie. La novela intersecta dos planos: el acontecer nacional narrado con realismo y la colorida ópera bufa de un romance transexual. La gran paradoja es que la política resulta mucho más perversa y delirante que la farsa. En una inversión ética, lo público se vuelve más oscuro que lo clandestino. Jesús encuentra en su trabajo muestras de oprobio y egoísmo de las que sólo se recupera con la ternura de Leslie, vestida con presuntas pieles de leopardo. Desubicado por tratar de ser un político decente, busca consuelo en la indecencia. En un entorno donde la ley repudia la verdad, sólo queda la franqueza de los afectos, por extraños que parezcan.
El contendiente de Jesús es un hombre apuesto casado con una actriz de telenovela. Un robot institucional. Envalentonado por el amor de Leslie, Jesús se aparta de la tendencia conservadora de su partido y propone armar al pueblo en autodefensas, pero descubre que la contienda no ocurre entre partidos sino entre los cárteles que controlan la plaza. En un país sin Estado, la política es un simulacro para renovar las opciones de una economía delictiva.
Con la habilidad de Los Soprano para alternar los horrores de la vida pública con los misterios de la vida privada, y la de House of Cards para revelar las ocultas conspiraciones de la política, Serna despliega una trama donde cada capítulo impulsa de inmediato a leer el siguiente. La comparación con las grandes series de la televisión no es ociosa en un escritor que ha sido un brillante guionista y entiende la novela como dramática sucesión de escenas animadas por diálogos de punzante ironía.
Evangelio contemporáneo, La doble vida de Jesús no brinda la "buena nueva". Los múltiples datos reales en que se sustenta ofrecen otra visión de la patria: un "edén subvertido", como diría López Velarde.
En el circo romano todos luchan para aniquilarse; en la política mexicana también, pero ahí las puñaladas se dan a traición. Esta escabrosa realidad merecía a un gran autor satírico. El fracaso de nuestra democracia le ha permitido a Enrique Serna escribir una farsa que perdurará más allá del absurdo motivo que le dio origen.