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El crimen como entretenimiento: la fascinación actual por el true crime

Por: MA. Clara Franco Yáñez
Master en Asuntos Internacionales, por el Instituto de Posgrados en Estudios Internacionales y del Desarrollo en Ginebra, Suiza
clara.franco@graduateinstitute.ch

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Tengo un gusto culposo por el llamado true crime, la exploración de casos criminales reales en series, películas o documentales. Lo llamo “culposo” con todo el peso de la palabra: me genera culpa real y autocuestionamientos éticos. Cada cierto tiempo me digo a mí misma que ya no debería ver nada por el estilo. Y vuelvo a caer, ya sea por morbo o porque me entretiene con una visceralidad que no termino de comprender. ¿Tenemos derecho a convertir la tragedia y el dolor del otro en entretenimiento?

Sé que no soy la única, ni de lejos. Los números y los ratings nos lo cuentan. ¿Por qué nos causa tanta fascinación este tipo de narrativas? ¿Qué hay ahí que nos atrae tanto; que podamos llamar quizá psicológico, emocional o evolutivo? Porque tampoco es necesariamente nuevo ni moderno, este llamado hacia lo morboso y lo tétrico. Lo terrorífico cuando no es sobrenatural, sino todo lo contrario, podría ser el vecino más cercano o la persona que duerme al lado. La desgracia del otro como espectáculo.

Son muy diversos los medios en que se transmite este entretenimiento basado en crímenes reales. Hoy en día influencers y creadores de contenido en redes lo abordan con muy variables grados de respeto hacia las muy reales víctimas y sus familias. Desde luego también con diversos grados de calidad narrativa, audiovisual o ética –terrenos peliagudos cuando se trata, por ejemplo, de niños o de casos en los que la culpabilidad de alguien no está aún determinada por una justicia, ojalá, imparcial (o que siempre quedó en duda), o crímenes sexuales donde debería primar un interés por proteger la privacidad–. Al mirar este tipo de contenido ¿participo quizá en el escarnio público, el linchamiento mediático o la sobreexposición de alguien que no lo merece? (Obviando a los individuos que definitivamente sí merecen ser dados a conocer como criminales peligrosos). Asimismo, me pregunto hasta qué grado la cultura estadounidense ha contribuido a popularizar al true crime como género mediático. Está claro que no sólo en Estados Unidos “se cuecen habas” para producir criminales y asesinos en serie, pero parece ser un sitio especialmente prolífico para no nada más producirlos, sino hacerlos famosos.

Otro aspecto potencialmente problemático es el hecho de que siempre estamos escuchando la versión de alguien sobre un evento, por mucho que se intenten incluir diversas perspectivas –cada una de ellas, al final del día, carga con cierto sesgo–. Hay sesgos que pueden conllevar prejuicios raciales, sexistas, de clase. O el dato muy notado de que suele darse más atención a víctimas de raza blanca que a las de raza negra. Cabe siempre la posibilidad de rumbos completamente torcidos, pintando a alguien como culpable cuando es inocente o viceversa.

Por cierto, cuando digo “no soy la única”, hago especial énfasis en mi género. Un dato curioso sobre el true crime, y esto lo corroboran tanto múltiples estudios como los influencers que ponen atención a sus estadísticas, es que hay un enorme y predominante público femenino consumiendo este tipo de contenido. ¿Por qué? En una entrevista reciente, el criminólogo Vicente Garrido ofrece posibles explicaciones. Puede que parte de la razón sea la naturaleza empática de muchas mujeres; o que el sabernos vulnerables a ciertos peligros en un mundo donde la fuerza física no nos favorece, nos atrae hacia aprender sobre dichos riesgos para saber proteger a los hijos y a nosotras mismas. Son factores parecidos a los que explican por qué tantos cuentos infantiles incorporan elementos de miedo, morbo o, incluso, terror: formas antiquísimas de enseñar a los niños a identificar amenazas desde pequeños, o simplemente porque el sentir miedo en espacios controlados nos emociona, nos atrae y nos hace crear lazos con otros.