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PANORAMA INTERNACIONAL

Elecciones EE. UU. 2020

Por: MHA. Carlos Tapia Alvarado
Historiador egresado de la UNAM y CEO de la Consultoría para la Reflexión Epistemológica y la Praxis Educativa “Sapere aude!
@tapiawho

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Es un hecho que vivimos una gran coyuntura, una época que será determinante para repensarnos como seres humanos inmersos dentro del teatro de los acontecimientos. Es innegable que el Gran Confinamiento está generando reacciones para poder entender e interpretar, para finalmente convertir toda esa reflexión en un método de actitudes y prácticas que nos permitan sobrellevar el futuro. Pero todo nuevo fenómeno viene a impactar, siempre, dentro de un orden ya establecido, construido y estabilizado, y en ese caso todo orden y estabilidad se ven afectados por el fenómeno, dependiendo de la magnitud de este. El coronavirus es uno (y no escribimos que “fue” porque vivimos en una coyuntura, y las coyunturas son presentes largos para las generaciones que las viven) que vino a poner a prueba a las instituciones y a los seres humanos que ocupan posiciones de responsabilidad y privilegio. La forma en cómo se enfrenta una crisis revela el carácter del estadista, como, por ejemplo, la caída de Francia significó una catástrofe para Winston Churchill, pero se sobrepuso a las circunstancias e influyó para vencer a las potencias del Eje. Cuán distinto es Donald Trump.

En este mundo de la referencia directa e inmediata, podemos acudir a cualquier link que nos lleve a ver la grabación de la conferencia que el 24 de abril de este año ofreció ante la prensa el 45º presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, quien dijo que la gente, sus gobernados, podrían administrarse inyecciones de desinfectante que acaba con el COVID-19 “en un minuto” (and then I see the disinfectant, where it knocks it out in a minute). Pasmados, los periodistas pudieron contemplar cómo de la boca del mandatario, emanaba, con una luz mucho más cegadora que la que vio Dante al contemplar a dios, otra genial propuesta al decir que se pueden llevar los rayos del sol al cuerpo para matar al virus. Alguien osó observar que ambas propuestas eran, a lo menos, estrambóticas, y él respondió que “tenía buena cabeza”. Al día siguiente, ante el obvio hecho de que le hicieron notar el dislate, les dijo a los reporteros dentro del Salón Oval I was asking a question sarcastically to reporters like you just to see what would happen. Si yo fuera Rabelais, estaría feliz porque habría encontrado a mi Gargantúa, o a mi Pantagruel, a un grotesco ser de poder inmenso y que, inversamente a las invenciones de Alcofribas Nasier, el mío carece del ingenio y de la galanura de dos gigantes flatulentos. Pero no soy literato, y el hombre del que hablamos existe; es una persona real, con influencia real y que gobierna a un gigante enfermo que se llama Estados Unidos, pero que con todo y su interna descomposición, sigue y seguirá siendo la primera potencia militar del mundo. Ese es el argumento base para llevar a cabo una campaña propagandística que le permita lanzarse alegremente a la contienda electoral que tiene por objetivo preservarlo en el poder. En los albores del año, concretamente el 3 de enero, Trump, en su calidad de comandante del ejército estadounidense, ordenó aniquilar mediante drones militares al general Qasem Soleimani, poderoso militar iraní. Los mercados mundiales comenzaron a desequilibrarse y, sobre todo, el petróleo se encareció. La jugada le costó a Trump la inofensiva consecuencia de generar apoyo para su errático mandato, porque era un riesgo ya calculado. Con lo que no contaban ni los demócratas ni los republicanos fue con el hecho de que se les apareciera el hoy tristemente famoso COVID-19, pero en el caso de los segundos, esos blindajes que preservan al presidente Trump de sí mismo ya no sirven ante el hundimiento de su popularidad después de lo dicho sobre el desinfectante. Cuatro días después, el 54% de los estadounidenses desaprobaban su gestión de la crisis.

Al comenzar la crisis, y gracias a sus agresivas y desentonadas declaraciones, como aquellas en la que culpa a China por la propagación del virus, Trump repuntó en su popularidad, pero la increíble declaración de los desinfectantes tuvo un efecto tan negativo, que incluso los escaños que pensaban ganar los republicanos para dominar el senado están en peligro. Tan es así que, en el bando demócrata, pese a la anulación de las elecciones primarias para contender para la candidatura demócrata en New York, amenazaron con hacer naufragar al partido, viendo la debilidad del enemigo decidieron concentrar su apoyo en el candidato Joe Biden, quien fuera el vicepresidente durante la administración de Obama.

Sobre Joe Biden pesan sospechas de pedofilia, pero el escándalo está contenido. Bernie Sanders, después de renunciar a su precandidatura, allanó un camino que parecía difícil, pero el Gran Confinamiento vino a trabajar a favor de los demócratas, quienes se esfuerzan laboriosamente para ganar la cámara de representantes, la cámara baja, con la que se podrían iniciar procesos en contra de Trump y todo lo que alrededor de él huele a corrupción. La apuesta segura de los republicanos la constituía el controlar al senado, pero las declaraciones del presidente funcionaron como bombas de tiempo que estallaron al interior de ese buque oropelístico que es el gobierno actual de los Estados Unidos de América.

Así pues, hemos visto a Donald Trump repetir las estrategias que utilizó para alcanzar la presidencia: discursos chovinistas y xenófobos, y fórmulas económicas que le permitieron navegar con relativa tranquilidad durante su mandato, pero su inflexible cometido de romper con el capitalismo global de alcance macrorregional para imponer el viejo modelo keynesiano se podrá ver beneficiado por esta especie de retorno a los mercados locales y protección a la economía de incidencia nacional. Es por eso que los estadounidenses medios, sin gran formación política y con referentes del mundo elaborados por su industria del entretenimiento, pueden volver a votar por Mr. Trump, ya que el ejercicio reflexivo que implica votar está dominado por ese “orgullo americano” que es, sin duda, el más pesado de los lentes prejuiciosos con los cuales se puede acercar una persona a comprender su realidad.

Los Estados Unidos, lo repetimos, es un gigante enfermo, que se ha cebado sobre su propia gente al destruir sus patrimonios y enajenar sus casas al tiempo que se gestaban capitales financieros de nuevos ricos que se entretienen en fruslerías como el llenar sus estancias con cuadros de Damien Hirst. Están en juego nuevas realidades que habrán de ser afrontadas por septuagenarios incompetentes, representantes de las viejas ideas y del viejo mundo que insisten en reproducir con obsesión asesina.

Por último, pero no menos importante, es hacer notar que las elecciones del 3 de noviembre podrían suspenderse si las condiciones sanitarias impiden el ejercicio democrático, como ya se demostró en New York. Sería prestar un serio precedente porque querría decir que el presidente Trump se arrogaría otro tipo de poderes que lo llevarían a controlar aspectos estratégicos del aparato de gobierno. Es de toda necesidad seguir de cerca este proceso, que marcará la historia futura del mundo.