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PANORAMA INTERNACIONAL

Política exterior mexicana

Por: MHA. Carlos Tapia Alvarado
Historiador egresado de la UNAM y CEO de la Consultoría para la Reflexión Epistemológica y la Praxis Educativa “Sapere aude!
@tapiawho

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El 26 de febrero pasado, el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, urgió a México y a otros países latinoamericanos, a reconocer a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, como presidente interino de Venezuela, en tanto que al tiempo desconoce la legalidad del liderazgo de Nicolás Maduro. Este hecho indica dos cosas: la política exterior norteamericana sigue transitando por los mares del discurso de la “defensa de la democracia y la libertad” a la hora de justificar cualquier agresión en contra de toda nación sospechosa de convertirse en “dictadura”, según las definiciones de la propia Casa Blanca; y que la política exterior mexicana, a su vez, navega con la incertidumbre de estar bajo la cabeza de una administración que arregla las cosas tal como vienen, sin planificación y si sentido de organicidad. Ante esta situación vale recordar cuáles son los valores fundamentales que sostienen la actuación de México como país latinoamericano preponderante en materia de relaciones internacionales.

Como nuestra historia está marcada por intervenciones extranjeras en los asuntos internos del país, siendo los Estados Unidos de América la nación que más ha intervenido, los constitucionalistas que se reunieron en Querétaro pensaron en establecer entre las tareas que debe desempeñar el ejecutivo, e hicieron que en la Carta Magna de 1917 se consagrara, en la fracción X del Artículo 89 constitucional, lo que puede hacer el ejecutivo en materia de relaciones exteriores, siempre y cuando obedezca las normas básicas generadas a lo largo de la historia y como respuesta a la terrible anarquía causada por un siglo XIX traumático y difícil. Los principios normativos son los siguientes:

* La autodeterminación de los pueblos.

* La no intervención.

* La solución pacífica de las controversias.

* La proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales.

*  La igualdad jurídica de los estados.

* La cooperación internacional para el desarrollo.

* La lucha por la paz y la seguridad internacionales.

Estos principios, repetimos, son lo que deben regir toda política exterior mexicana, y todos los presidentes y sus secretarios de Relaciones Exteriores están guiados por las luces de tan esplendentes principios, los cuales también han enmarcado lo que la Doctrina Estrada establece desde 1930: el respecto irrestricto a la autodeterminación de los pueblos. En el terreno de la política internacional y desde la época del presidente Fox, México fue perdiendo densidad en su papel protagónico como dirigente de las Relaciones Internacionales, aunque hay que recordar el valiente papel que hicieron Fox y Adolfo Aguilar Zínser, a la sazón embajador de nuestro país ante el Consejo de Seguridad de la ONU durante los años 2002-2003, al negarse a ser partícipes del ataque contra Irak por parte de la coalición formada por EE. UU, Gran Bretaña y España.

En el presente, nuestro país está supeditado a lo que ocurra en el ámbito exterior, y los actores que hoy dominan la escena son, desde luego, aquellos que dominan el escenario internacional por el simple peso de su poder político y militar. Donald Trump, en cuyo agónico último año trata de crear una presión latinoamericana para llevar a cabo acciones intimidatorias en contra de Nicolás Maduro, quien se ostenta como presidente de Venezuela, según la legalidad de las elecciones del 20 de mayo de 2018. Tal legalidad fue cuestionada a coro por indignados países que vieron en dicho proceso electoral una burla a la democracia. La Organización de Estados Americanos, los Estados Unidos y la Unión Europea han expresado su oposición total a la reelección de Maduro, en tanto que naciones como Bolivia, Cuba, Nicaragua, en la misma línea ideológica del actual gobierno venezolano, han dado su apoyo a este, así como también lo han dado, y no causa ninguna sorpresa, China y Rusia, sin cuyos vitales apoyos Maduro hoy no podría gobernar. El conflicto venezolano, que al momento va ganando gravedad con la expulsión del embajador alemán por parte del presidente, ha polarizado posiciones políticas que recuerdan los encontronazos de la Guerra Fría, en donde los bloques participantes son prácticamente los mismos de hoy.

Ante semejante polaridad, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, a través de la actuación de su secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, propuso, junto con el gobierno de Uruguay, el llamado “mecanismo de Montevideo”, iniciativa que propone cuatro etapas de ruta: 1) diálogo inmediato, 2) negociación, 3) compromisos y 4) implementación. Estas medidas pretenden un acercamiento guiado bajo los principios de la razón y la cordura. Sin embargo, estos sesudos y bien pensados pasos tan sólo ponen un telón al drama que representa la polarización de la sociedad venezolana y el desmembramiento del gobierno de Nicolás Maduro. El mecanismo representa, a estas alturas, un esfuerzo de buena voluntad por parte de los gobiernos uruguayo y mexicano para resolver un problema que nadie tiene pretensiones de arreglar. Esta posición aparece ante los involucrados como una especie de tabla de salvación que le permite ganar tiempo (cada vez más reducido) al presidente venezolano, que, aunque arropado por Rusia y China, ve mermado su poder con una continuidad inexorable.

Variando un poco la perspectiva, vemos que el conflicto venezolano y las distintas posiciones políticas que se han barajado han radicalizado también a la opinión pública de nuestro país. Encontramos compatriotas que están a favor o en contra de Maduro, y al tomar partido por uno y por otro se exhiben así mismo las propias posiciones, y esto ahonda más la brecha social abierta a través de las redes sociales en las cuales vemos manifestaciones de apoyo de grupos y partidos de derecha a la posición estadounidense y a Guaidó, en tanto que todo ser que se siente de izquierda se cree en el deber de defender el régimen de Maduro en contra de las críticas vertidas por la derecha y los proyanquis. Los argumentos de unos y otros se construyen sobre lo que se cree saber de lo que ocurre, y sólo sirven para manifestar más la hondura social de la opinión en nuestro país, hondura que manifiesta aún más lo que el neoliberalismo hizo en su momento: concentrar la generación de riqueza en unas cuantas manos a expensas de los demás.

La política exterior mexicana tiene enormes retos que enfrentar, sobre todo solventando en lo posible los negativos efectos del brexit, y los positivos de la finalización de la era Trump.