No están para saberlo, pero tuve la oportunidad de nacer en el seno de una familia, donde la denominada cultura estaba a la orden del día. En mi casa se respiraba, se bebía y se comía música clásica, danza, lecturas varias, asistencia a festivales de arte, exposiciones y a homenajes de artístas que vivieron en otros siglos.
Entre toda esta marea de información, siempre me preguntaba sobre el famoso tema de la música culta. De acuerdo con mi padre, la música culta se define como toda aquella que tiene una cierta envergadura compositiva, utilizando para ello el lenguaje músical en combinación con el genio del autor, lo cual no deja de ser bastante ambiguo. De acuerdo a mis observaciones, puedo llegar a afirmar, dentro de un panorama inclusivo, que toda la música es culta. Si partimos de la idea de que la expresión musical nace de la necesidad de trascender las emociones que embargan al género humano en un momento específico, podemos decir que todo sonido que se emita ya sea por medio del cuerpo humano —voz, golpeteo corporal, percutir las palmas, etc.— o bien, de algún instrumento diseñado para tal efecto —percusiones, vientos, cuerdas— en cualquiera de sus variantes, es considerada música culta, puesto que la cultura es construida por los humanos; ya lo afirma la vieja frase: Cultura no es Natura.
Sin embargo, aquí es en donde entramos en terrenos escabrosos, ya que a cualquiera que escuche reguetón se le puede tildar de ignorante, contra quien sabe identificar los movimientos que componen la 5ª Sinfonía de Bethoveen o que chiflan alguna piececilla de jazz. La verdad es, que la música siempre es popular, esto es, pertenece al pueblo, a la polis y también es tradicional, de acuerdo a la época y contexto para la cual fue creada; digamos que Mozart, por ejemplo, es el equivalente a un Dylan de nuestra época. Con Mozart, los escuchas se deleitaban, tarareaban, bailaban y se regocijaban por estar vivos. Igualito que lo hacemos nosotros cuando vamos a un baile, lanzándonos a la pista para ejecutarnos un buen danzón, un swing o un cadencioso chachachá.
Ahora bien, no es lo mismo el nivel de composición que tenía Bach, contra tres compases básicos de una canción que escuchamos en la radio; es entonces cuando debemos permitirnos la experiencia de escuchar de todo, ya que esto afina nuestro sentido del oído, además de permitirnos emitir opiniones y juicios sustentados al respecto, con conocimiento de causa; el gusto musical puede variar, pues todo gusto musical es válido. Así que la próxima vez que se produzca un fenómeno viral, como aquel de Despacito, dése el gusto de escuchar la pieza, analizarla y rechazarla, si es el caso, desde un análisis más profundo que la discriminación por miedo al juicio ajeno. Y si le gusta, pues póngase a bailar, que la vida sin música, es un error.