Imagino a Niépce desde su ventana apuntando con su novedoso artefacto para capturar la primera fotografía de la historia, en 1822. Don José Nicéforo Niépce nunca imaginó la caja de pandora que abriría en esos momentos. A partir de la invención de la captura de imágenes, las cuales pudieran permanecer en un sustrato específico y que, además, fueran susceptibles de ser conservadas a través de los años, se generó una industria sin paralelo que se ha convertido para gozo de muchos y el sufrimiento de más. Atrás quedaba la posibilidad de plasmar la imagen de un personaje de la nobleza, del clero o de un burgués adinerado, por medio de óleos o pasteles dominados por los artistas de la época.
La fotografía democratizó a la imagen, permitiendo que propios y extraños pudieran acceder a la posesión de cualquier sitio, paisaje, familiar –incluidos los que iniciaban el recorrido a la tumba– o mascota, para que permanecieran en la memoria de quien poseía ese fragmento de papel. Las variantes sobre los procedimientos industriales referidos a los productos fotográficos se multiplicaron de forma variadísima: desde el daguerrotipo hasta la fotografía digital, la posesión de un momento en la vida se torna esencial en nuestros días. Muchas han sido las emociones y sensaciones que han cambiado a la par con la evolución de la tecnología fotográfica: antaño, el anhelo de recordar por parte de una familia o la coquetería de una novia, se convertía en un ritual para asistir al estudio fotográfico de moda: peinados relamidos, onduladas cabelleras, las mejores galas, la boquita pintada y el vestuario dominical sacaban a relucir la belleza, prestancia o arrogancia de una dama o un caballero, insertos todos en escenografías exóticas, cuasi cinematográficas, que enmarcaban a estos protagonistas que pronto se convertirían en historia.
Durante poco más de un siglo, empresas como Kodak hicieron de la fotografía un espacio detenido en el tiempo porque ya sabemos que recordar es volver a vivir. Todas esas impresiones en papel tienen ahora como destino un cajón escondido, un álbum empolvado y las que corren con algo de suerte, un puesto en un mercado de pulgas, en donde serán adquiridas por un amante del pasado, el cual se preguntará cómo fueron a parar esas imágenes a sus manos. La fotografía actualmente está hermanada con los dispositivos inteligentes, disfrazados de teléfonos –llamar se considera una invasión a la intimidad– cuya función específica es capturar paso a paso la vida de las personas. Ya no se cuida la composición, la distancia focal o los puntos de vista del espectador. La inmediatez que nos ofrecen las imágenes hoy recorre la vida de las personas en tiempo real, indican dónde están, qué comen, cómo se divierten, a dónde asistieron o cuáles logros obtuvieron.
Una imagen puede tener como fatal destino la construcción de un meme, el cual convertirá a su protagonista en un elemento viral que alimente el ego de las personas o que, fatalmente, incentive el comentario miserable por parte de los “odiadores” y provocadores. Ahora, una imagen no cumple a cabalidad la función de ilustrar o acompañar a un texto, para refrendar lo dicho; la imagen se ha tornado la gran validadora de noticias falsas, situaciones inverosímiles y es utilizada para la burla o el escarnio de quienes, ingenuamente, caen en estas provocaciones.
Si antes el fotógrafo producía imágenes para venderlas a su dueño, ahora somos nosotros lo que nos vendemos al mejor postor. Del Flâneur de Benjamin, al acosador actual, sólo hubo un paso.