El traje rosa marca Chanel de Jaqueline “Jackie” Kennedy manchado de sangre era la prueba viviente del inenarrable momento que había vivido unos minutos atrás la primera dama de los Estados Unidos. Su esposo, el presidente del país más poderoso del orbe, había sido asesinado a plena luz del día y de la forma más brutal ante los ojos del pueblo estadounidense y del mundo. Basta con ver el video a color para ser testigo de la horripilante escena.
Horas después, en el SAM 26000, el avión presidencial de aquella época, el vicepresidente Lyndon B. Johnson tomaba protesta como el 36º mandatario del país de las barras y las estrellas mientras que Jackie, con una expresión facial inerte, escuchaba como sería delegada de su puesto instantáneamente.
Pero regresemos un poco en la historia y es que John F. Kennedy se había hecho de varios enemigos, nacionales y extranjeros cabe decir, debido a la tensión que se vivía en el escenario más ríspido en el contexto de la Guerra Fría, así como en las reformas de los derechos civiles respecto al racismo dentro de su país.
Para empezar, el rotundo fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba para derrocar al dictador Fidel Castro en 1961 había ocasionado que su reputación quedara manchada, provocando la ira de varios grupos, entre ellos gánsteres que tenían capital invertido en la isla en negocios turbios, tales como casinos y demás centros de recreación. Otro caso, y que casi le cuesta la existencia a la humanidad, fue la famosa Crisis de los Misiles el 16 de octubre de 1962, en donde la extinta URSS había enviado y resguardado misiles nucleares en la isla cubana, a unos escasos kilómetros de Florida. Los siguientes trece días iban a decidir el destino de miles de millones de vidas. Para nuestra suerte, tras negociaciones muy ásperas entre Moscú y Washington, se optó por retirarlos, siempre y cuando EUA hiciera lo mismo con sus ojivas instaladas en Turquía.
A nivel nacional, John F. Kennedy y su hermano Bobby (quien un par de años más tarde también sería asesinado) realizaban un trabajo titánico, para muchos muy mediocre, enfocado en un tema delicadísimo y que ya llevaba mermando demasiado a la sociedad estadounidense: los derechos civiles o, más en concreto, abolir el racismo. Era una ironía de proporciones descomunales que EUA se encontrara combatiendo en Vietnam por la libertad y la democracia cuando en su territorio la gente de color tenía que sentarse hasta atrás en el transporte público, usar bebederos y baños exclusivamente para ellos y, por supuesto, no contaban con el derecho más característico y significativo de una democracia: el voto.
Como podemos ver, Kennedy tuvo un mandato sumamente complejo y lleno de dicotomías, y es justamente por eso que hasta el día de hoy aún no se sabe quién jaló del gatillo y por qué fue este el destino del segundo presidente más joven de los Estados Unidos.
Teorías hay muchas y leyendas otras cuantas más; basta con leer a Nostradamus y la predicción en sus escritos sobre “el asesinato desde las alturas al gran hombre”. Muchos estudiosos opinan que fueron los soviéticos, por el contexto global; otros que fueron los cubanos y Fidel Castro; otros más culpan a los gánsteres de la época.
Sin embargo, el único culpable hasta ahora es Lee Harvey Oswald, un personaje controversial y con tendencias procomunistas de ser el tirador aquella mañana de noviembre en Dallas; aunque muchos consideran una hazaña que pocos francotiradores podrían realizar, ya que fueron dos disparos (garganta y cabeza) a un objetivo en movimiento a una distancia considerable. El testimonio de Oswald no sirvió de nada porque fue asesinado por un mafioso segundos después de salir de la comisaría.
Concluyo con Kennedy: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.