Cometer errores es parte de la naturaleza humana. Tomar decisiones inherentemente implica riesgos que, por lo general, no podemos controlar. En las organizaciones, no es la excepción.
De hecho, un estudio llevado a cabo en empresas de Estados Unidos y Canadá, realizado por el experto en gestión estratégica Paul C. Nutt, reveló que la mitad de las decisiones organizacionales fracasan. Asimismo, sólo el 20% de los participantes de un estudio de la firma McKinsey consideró que sus compañías se destacaron por el éxito en su toma de decisiones.
Sin embargo, no todo está perdido. Muchas veces el secreto del éxito se encuentra en las lecciones y los aprendizajes inmersos en historias de errores, fracasos, omisiones y demás “metidas de pata” organizacionales.
Con esto no me refiero a que el camino está en cometer errores de manera consciente e indiscriminada. Se trata de cambiar el paradigma de que los errores son “imperdonables” y considerarlos desde otro punto de vista; uno constructivo y reflexivo en el que representen oportunidades para que las organizaciones puedan convertirse en inteligentes, y la suma de los aprendizajes robustezca su capital intelectual.
Transformando los errores en oportunidades
Existen algunas estrategias que pueden llevar a cabo las organizaciones para convertir fracasos en oportunidades y los errores en aprendizajes. Algunos de ellos:
- Fomentar una cultura de confianza: difícilmente los errores podrán aprovecharse si los colaboradores viven en una cultura de miedo a las represalias. Un ambiente donde los colaboradores no se sientan amenazados o con miedo es clave en el manejo positivo de los errores.
- Permear el enfoque hacia lo constructivo: es importante que la empresa mantenga, desde su filosofía organizacional y reflejado en sus prácticas, un enfoque hacia las personas, orientado a construir desde lo positivo, más allá de llegar a resultados a costa de los colaboradores.
- Escuchar a los colaboradores: uno de los elementos primordiales es fomentar la comunicación de errores, por medio de prácticas institucionales y a través de la comunicación con sus líderes. Y, por qué no, incentivar la participación de los colaboradores como parte de la prevención de riesgos. La información que se obtiene de los errores cometidos y las circunstancias en las que se suscitaron representa una valiosa fuente de conocimientos para la organización.
- Generar prácticas de innovación: los mismos colaboradores son quienes pueden ofrecer las mejores soluciones o maneras de cómo prevenir errores. Por ello es crucial implementar prácticas donde puedan dialogar en equipos multidisciplinarios sobre errores existentes o ficticios y analizar sus particularidades para posteriormente diseñar soluciones, ajustar sistemas o generar nuevos procesos.
- Reforzar el apoyo de los líderes hacia los colaboradores: es fundamental que los colaboradores se sientan apoyados por sus líderes, en lugar de sentirse amenazados por ellos. Algunas prácticas incluyen ofrecer soporte antes o después de enfrentarse al error, empoderarlos para entender cómo lidiar con los errores, promover la autoconfianza para generar soluciones y en equipo tomar las decisiones que se ajusten más a los resultados esperados, así como brindarles retroalimentación constructiva continua.
- Promover la cercanía entre pares: es elemental fomentar un ambiente de calidez, empatía, respeto y entendimiento entre las personas. El apoyo entre colaboradores igualmente ofrece una fuente de confianza, seguridad y soporte ante los errores.
Dichas prácticas, integradas en una estrategia de manejo interno de errores que esté fundamentada en valores como el respeto y la confianza, sientan las bases para promover organizaciones cada vez más inteligentes y, a la par, más humanas.