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Mitologías capitalistas del presente

Por: PhD. Julen Robledo
Doctor en Investigaciones Humanísticas. Director general de Akxom.
direccion@akxom.es

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El poeta mexicano Octavio Paz afirmaba que “el hombre contemporáneo ha racionalizado los mitos, pero no ha podido destruirlos”. Lo cierto es que en pleno siglo XXI tendemos a pensar que vivimos en una realidad plenamente dominada por la ciencia, la tecnología y la razón. A veces creemos que las narraciones mitológicas son algo arcaico, propio de los antiguos griegos y romanos. Sin embargo, nos equivocamos. Lo cierto es que nuestra sociedad también está atrapada en mitos y relatos ilusorios que interiorizamos como verdaderos, pero que distan de corresponderse con la realidad.

Las mitologías del presente forman parte del imaginario colectivo de nuestra sociedad e interfieren constantemente en las conductas de consumo que realizamos dentro del sistema capitalista. Se trata de creencias y falsos relatos que giran al rededor del consumismo, la compraventa, las tendencias de mercado, las campañas políticas o el deseo idealizado de productos y servicios. Veamos alguno de ellos:

 

El mito de la “madre Tierra”: ocurre cuando la gente considera que la Tierra es un ser vivo gigantesco personal y sintiente que (del mismo modo que la Virgen María) es madre de todos seres humanos, ya que todos hemos sido generados por la naturaleza. En este mito la humanidad es malvada y al contaminar comete el pecado de hacer daño a su propia madre, quien ha sido la encargada de darnos un lugar para vivir. Por supuesto que hay que cuidar a la Tierra, pero es falso que sea “nuestra madre” o sufra como una persona por los daños de la contaminación. Esto otorga prestigio a la producción y compra de coches eléctricos, los alimentos ecológicos, el reciclaje o los partidos políticos verdes.

El mito del progreso de la humanidad: sucede cuando las personas consideran que, a medida que la humanidad avanza en la historia, se produce una evolución hacia tiempos mejores. Esto es falso porque el progreso es ambiguo y depende de la perspectiva. Por ejemplo, la bomba atómica fue una evolución tecnológica, pero causó tantas muertes de forma masiva e instantánea que puede explicarse como un “regreso moral” hacia la más profunda barbarie. El mito del progreso fomenta, sobre todo, el consumo impulsivo de los últimos productos tecnológicos y nos hace creer que somos personas más desarrolladas cuando vendemos nuestro iPhone 14 para comprar el 15.

El mito de la felicidad: tiene lugar cuando la gente percibe la felicidad como el máximo ideal alcanzable por el ser humano, como un estado emocional de total alegría que puede llegar a sentirse de forma permanente en nuestras vidas, pero es erróneo. La felicidad puede darse en algunos momentos, pero nunca alcanzaremos un estado de alegría pura y eterna. Lo cierto es que el dolor, la tristeza y el sufrimiento son parte inseparable de la vida y ocuparán muchos de nuestros momentos. El mito de la felicidad estimula, por ejemplo, la producción y compra de libros de autoayuda para ser feliz, el consumo de antidepresivos, la asistencia a terapias psicológicas o la campaña publicitaria de Coca-Cola “Destapa la felicidad” destinada a potenciar sus ventas.

El mito de Narciso: en la mitología griega, Narciso era un hombre tan hermoso que cuando vio su rostro reflejado en un estanque de agua se enamoró de su propia imagen. Sin poder resistirse a su belleza, se lanzó sobre su reflejo con tanta fuerza que murió ahogado. Esto muestra los excesos de las personas narcisistas que idealizan el culto a su propia imagen. En nuestro sistema capitalista, el mito de Narciso impulsa las operaciones de cirugía estética o la compra de complementos alimenticios en el mundo del culturismo (para verse bien en el espejo). También estimula la cultura de las selfies y el deseo de aumentar el número de seguidores en Instagram. En este último caso, ha habido personas que perdieron la vida acercándose a barrancos o precipitándose por rascacielos en la búsqueda de la mejor fotografía de sí mismos.

El mito de la Democracia: sucede en el momento en que la gente considera la democracia como la mejor y única forma de gobierno posible. Se parte del presupuesto de que la decisión de la mayoría es siempre la más apropiada para dirigir el rumbo de un país. El problema surge cuando dicha mayoría popular es inculta, decide mal y se vuelve manejable para los políticos. En este punto es muy probable que entre las campañas de los partidos políticos aparezca la demagogia, gastándose millones en publicidad electoral solamente para decir al pueblo lo que quiere oír, con el objetivo de manipularlo y ganar sus votos. De esta forma, la democracia se corrompe y otros sistemas políticos como la aristocracia (que evitan la peligrosa ignorancia del pueblo) serían mucho más adecuados.

En conclusión, hemos de ser muy racionales y críticos con la realidad ideológica que nos envuelve. Ello nos ayudará a evitar que nuestras decisiones económicas o políticas sean manipuladas por mitologías ilusorias.