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ARTE Y CULTURA

¡Recuérdame!

Por: MDG. Irma Carrillo Chávez
Maestra investigadora UASLP
@IrmaCarrilloCh

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En aras de mantener a la población alimentada sanamente, a principios de abril de este año, se publicó, en el Diario Oficial de la Federación, el artículo No. 4 de la NOM-051, el cual indica que: “Los productos preenvasados con uno o más sellos de advertencia o la leyenda de edulcorantes, no deben incluir en la etiqueta personajes infantiles, dibujos animados, celebridades, deportistas o mascotas, elementos interactivos, tales como: juegos visual-espaciales o descargas digitales, que, dirigidos a niños, incitan el consumo o compra de productos con exceso de nutrimentos críticos o con edulcorantes, y hacer referencia en la etiqueta a elementos ajenos al mismo con las mismas finalidades del párrafo anterior”.

Más allá de realizar una diatriba sobre los beneficios que pudiera acarrear esta decisión y los perjuicios del consumo excesivo de estos productos, me gustaría abordar el lado emocional del asunto, ya que se suscitaron discusiones eternas entre los conocedores del tema, en las redes sociales y sitios de mercadotecnia y publicidad. Ya el etólogo Konrad Lorenz, conocido por sus estudios sobre comportamiento animal –véase el experimento de los gansos–, determinó que, al nacer, un animal genera “improntas” en su memoria, esto es, fijaciones sobre la memoria que tienen relación con su comportamiento psicológico. Así, a Lorenz le debemos esas escenas en donde al nacer, un pequeño cocodrilo le dice “¡Mamá!” a una gallina, por ser esta la que presenció su llegada al mundo. Pues bien, los humanos también generamos improntas, sobre todo, en nuestros primeros años de vida. Nos “encariñamos” con los usos y costumbres familiares, lo que incluye, por supuesto, alimentos y bebidas que acompañan nuestra infancia.

No es extraño entonces que desde que se concibe el lanzamiento de productos tales como pastelillos, frituras, gaseosas, chocolates en polvo, gelatinas o cereales, estos hayan utilizado personajes muy llamativos y divertidos para captar la atención del infante, además de auxiliar a los padres de familia al momento de decidir sobre el lonche o la cena diaria. Pongamos el ejemplo del conocido pastelillo cubierto de chocolate, con relleno cremosito y mermelada de fresa, por todos conocido. Este producto fue lanzado al mercado en 1957 y a partir de esa fecha se ha posicionado de tal manera que cientos de generaciones cantamos el jingle y no se nos olvida la famosa frase que lo acompaña: ¡Recuérdame! Esta fórmula siempre ha sido exitosa, por lo que muchas compañías optan por el uso de la prosopopeya para incrementar la popularidad y consumo de diversos productos, incluido el papel de baño.

Las improntas son tan fuertes que muchos adultos seguimos consumiendo los mismos productos de nuestra infancia, a pesar de la gran variedad que nos ofrecen los centros comerciales: somos fieles a la marca e, incluso, si cambia los colores o modifica las imágenes, nos convertimos en duros jueces, al grado de afirmar que “ese producto ya no sabe igual a cuando era niño”. Estas improntas, que bien pudieran llamarse “memes” –término acuñado por Richard Dawkins, en su libro El gen egoísta, en donde explica que es una unidad de memoria transmisible de un individuo a otro o de una generación a la siguiente–, cobran especial relevancia, ya que están asociadas con las emociones y sentimientos del individuo, causando en él apego, con una gran carga de nostalgia por el pasado. En la actualidad, uno de los recursos más utilizado en campañas publicitarias es el llamado “diseño emocional”, el cual desentraña las motivaciones, vivencias y carencias del usuario para favorecer la venta de un producto específico. No cabe duda de que será un duro golpe, para los que crecimos de la mano del “Tigre Toño”, de “Melvin” el elefante o de “Pancho Pantera”, la desaparición de estos entrañables personajes. Y, como casi siempre sucede, estos productos quedarán grabados en la memoria colectiva; los empaques se convertirán en objetos de colección y sacarán ediciones especiales. Que tampoco se trata de perder clientes.