No cabe duda, el estudio del lenguaje es apasionante, y aunque disto mucho de ser filóloga, el tema siempre me captura. Hace poco, encontré un sitio en mis correrías cibernéticas llamado Dícese –Diccionario Eltimológico y Semilógico [sic] del español (Dicese) (www.dicese.es/)–. Carlos Baeza, creador del concepto, menciona que el diccionario se define como “una propuesta lúdica de juego de palabras y sentidos que surge como reacción y antídoto, a través del humor y cierto sentido crítico, ante los intentos de comunicación tóxica y el abuso del lenguaje manipulativo”. La página es interesante en su concepto, pues utiliza el formato de construcción a través de las comunidades colaborativas, como si tratara de un mundo fandom, pero relacionado con la lengua española. Todo aquel que se sienta capaz de crear un nuevo término para nombrar una situación, lugar o cosa, puede construir sus propias palabras y enviarlas al sitio para su verificación, aceptación y publicación. A cada autor se le da crédito y tiene derechos reservados.
Así, en este curioso diccionario, podemos encontrar la palabra amoratado cuyo significado es “amor con codependencia” o carriño, afecto y enemistad que se profesan entre sí parejas y familiares, o cielular, definida como “universo o paraíso en el que tienden a refugiarse la mayoría de los mortales”, o esta, que sería utilísima en nuestro país: congresiesta, “cabezada que dan algunos diputados aprovechando su asistencia a las sesiones del congreso”.
¿Cuántas veces nos hemos sentido frustrados por no encontrar una palabra para describir o manifestar algo? Esto es debido a dos factores: o nuestro léxico es muy pobre, o no existe la palabra precisa para definir esa situación en concreto. Este escenario me da pie a reflexionar sobre la adaptación de los términos en una lengua, acordes a los tiempos que se viven. Sabemos que una lengua se alimenta de forma sustancial –y más en la actualidad– de barbarismos o palabras ajenas a ella, sin embargo, ya es casi imposible seguir las “regulaciones” marcadas por la Real Academia Española (RAE) para este efecto. Las palabras se construyen a partir de lo que un grupo social necesita, por ejemplo, el concepto japonés bakku-shan, que significa “mujer bonita de espaldas, pero fea de frente”, o cafuné, término portugués que indica el acto de deslizar los dedos entre la cabellera de alguien. El lenguaje ofrece un gran número de juegos de palabras: el abecegrama, que consiste en escribir un texto con palabras continuas que inicien con cada una de las letras del abecedario; los palíndromos o frases que se leen igual de izquierda a derecha y viceversa; el calambur o adivinanza oculta; palabras que ocultan números en su construcción, como carnicero; los retruécanos o no es lo mismo…
Los juegos de palabras son un excelente pretexto para divertirse con la familia o amigos, son un reto para nuestra mente y aumentan la capacidad para comunicarnos con los demás, aunque a la RAE le dé un torzón de tripa con los resultados.