La vida siempre nos marca el camino a seguir, nos deja sentir cuando es momento de cerrar un ciclo. De pronto, algo que hemos hecho durante mucho tiempo pierde el gozo que antes proporcionaba.
Este año cumplo 20 años de escribir cada semana para los diversos periódicos y revistas que han hecho el favor de acoger mis escritos. Pero una mañana de este 2024, sin más, amanecí con las preguntas en la cabeza: "¿Debo continuar escribiendo la columna o ya no, me sigue haciendo feliz?". La sensación inquisidora comenzó a sentirse de manera muy sutil. Y, ya sea por costumbre, ego, temor o por un "deber ser", la desoí.
Hace un año y ocho meses prometí a Pablo, mi esposo, que escribiría desde el corazón y cumplí durante 65 columnas y un libro. Si bien el dolor me facilitó hacerlo desde ese lugar, el tiempo ha cerrado la herida y ya no me es fácil ser fiel a mi promesa. Conforme pasan los meses, noto que requiero de mucho más tiempo de introspección, autoanálisis y silencio. Hay a quien escribir un texto se le da fácil y rápido. No es mi caso. Si bien, me gusta hacerlo, cada entrega me toma muchas horas de la semana.
Por otro lado, cuando doy clases siento que me alineo con el universo, que estoy en mi misión y vibro feliz. Sin embargo, el proceso de escritura se lleva las horas necesarias para crear y preparar clases nuevas.
"¿Cuándo vas a dar clases de escatología? Dijiste que empezarías en enero", me preguntó mi amiga Eta, sin rodeos, mientras caminábamos en el campo. Su pregunta me llegó como un golpe al plexo solar, el alma se encogió. Pensando que faltaba mucho, había aplazado la decisión de retomar las clases presenciales de otros temas, pero ¡enero ya pasó! No tenía manera de escabullirme de dar una respuesta. La falta de tiempo fue siempre la historia que me conté.
En el momento en que Eta me cuestionó, me quedé callada. Sin embargo, en la noche, en la soledad de mi recámara, la pregunta me volvió a atacar. Extrañé mucho a Pablo, quien de inmediato me daba un panorama objetivo de las cosas. "La única forma de dedicarte a dar clases es dejar de escribir", sentí que me decía, pero no le creí. La decisión no era nada fácil. Me acosté pidiéndole a Pablo que me mandara una señal.
A la mañana siguiente, en mi clase de yoga sucedió algo que nunca había pasado. Por lo regular, la ropa de la calle la dejamos en un lugar asignado. Pero de forma inusual, a la mitad de la clase, Anette, nuestra maestra, tomó del suelo la sudadera negra de mi compañera de al lado y dijo: "Esta es mi frase favorita de la vida y se encuentra en el Talmud". La escuché, mientras salía de una postura. Al voltear a ver la prenda extendida vi escrito en letras blancas grandes: "Si no es ahora, ¿cuándo?". Me quedé helada y sonreí. Pablo, Dios o el Universo me respondían. Esas palabras eran justo lo que necesitaba escuchar. Si bien sé que sólo para mis ojos resultaban un mensaje, la respuesta fue muy clara. En ese momento, tomé la decisión que había estado postergando. De inmediato me percaté de que hacerlo se sentía bien; bien en la mente, en el cuerpo y en el corazón. Si algo he aprendido en el transcurso de la vida es que no hay mejor guía que sentir esos tres centros alineados.
Anette continuó: "La frase completa es preciosa: Si yo no estoy para mí, ¿quién lo está? Y si sólo estoy para mí, ¿qué soy? Y si no es ahora, ¿cuándo?".
Se ha cumplido, entonces, este ciclo de 20 años. Les agradezco haberme acompañado y haber acogido mis palabras. Voy hacia mí, pero también hacia mis alumnos que me esperan, porque si no es ahora, ¿cuándo?